El té helado está delicioso.
- Mi abuela le ponía siempre un ramillete de menta o un puñadito de canela.
- Nuestros ancestros saben.
- Guaracha…, ¿hay más galletas de chocolate?
- ¡Bran!
- Es que tuvimos un pequeño accidente.
El inquieto Trigo se acerca con el rabo entre las patas, sin parar de estornudar y con el hocico lleno de polvo de galleta.
- ¡Este perro es una máquina de hacer travesuras!
- ¡No lo retes, pobre!
- Tiene que aprender a comportarse.
- Creo que ya es un poco tarde para eso.
Pipa sale de la fresca cocina con la cara llena de chocolate.
- Guaracha…, se nos terminó la harina.
- Podríamos pedirle a Liz que baje a la despensa a buscar más. – sugiere con traviesa sonrisa.
- Liz no está. – replica la aludida, cómodamente instalada en una hamaca paraguaya.
- Bueno…, no importa. Tenemos galletas suficientes.
- Siempre y cuando Trigo no se las coma.
Un nuevo estornudo los hace estallar en risas.
- ¡Salud!
- Liz…, ¡bajate de ahí! ¡Ahora me toca a mí!
- ¡No, Bran! ¡Me toca a mí!
- Liz no está.
- ¡Abu…! – protestan los dos chicos.
- ¡Liz!
- Que suban. Hay lugar para todos.
Ni lerdo ni perezoso, un perrito muy conocido y traviesillo, cae como tromba en la hamaca ocupando todo el sitio, haciéndola zozobrar y llenando de besos a la muchacha.
- ¡No, Trigo! ¡Para vos no! – se ríe Liz, con la cara llena de baba y migas – ¡Basta! ¡Ay, qué asco!
- ¡Guau, guau!
- Mejor sigo haciendo galletas.
- ¡Voy por la harina!
Tres niños y un perro son la fórmula perfecta de la felicidad. O casi. Y Guaracha y Lore lo saben.
- Gracias por la oportunidad.
- Sos un guardián estupendo. Sé que Golondrina está por ahí arriba muy orgullosa de vos.
- Mi Golondrina… – se emociona.
Un aire tibio con perfume a jazmín le roza la cara. Siempre ha estado allí. Apoyándolo. Acompañándolo. Siempre juntos. Pese a la distancia.
Golondrina… el más querido y cálido de todos los fogones.
- Por siempre gracias, Lore.
- Por siempre gracias, Guaracha. ¡Hay rosca, hay rosca!
- We will…, we will…
- ¡Rock you!
- ¡Guau!