Folded Dreams

31

—¡Silvana, Diógenes! —gritó Dante. —¡Pónganse detrás de mí! ¡Rápido!
La druida y el Archivista obedecieron de inmediato aunque Diógenes tenía sus dudas sobre la protección que el joven guerrero de nivel bajo pudiera ofrecerles. Lo primero que hizo Dante fué enviar un mensaje a Mirna. 
“¡Regresa Inmediatamente! ¡Estamos bajo ataque!“ escribió rápidamente usando el teclado de su interfaz asignando prioridad absoluta al mensaje. ¿Que tan lejos estaría la chica gato? Abrió el mapa y vió el indicador de posición de la Arquera en la zona que había aceptado explorar, pero Dante sabía que ese punto no era la posición exacta sino una ubicación aproximada que según la enciclopedia del juego podía abarcar un área de incertidumbre de hasta un kilómetro entero.
—Mirna está en camino. —informó el joven, pero está a varios kilómetros de distancia… podría tardar bastante en llegar, tendremos que ganar algo de tiempo manteniendo a esta…. cosa a raya. ¿Es un realidad un Zombie…? —preguntó Dante asumiendo una posición defensiva mientras el enemigo acortaba distancias a gran velocidad.
—O una abominación muerto-viviente producto de la corrupción que afecta Calypso, si quieres llamarlo así. —respondió el Archivista. —Como sea, no es algo a lo que te recomiendo enfrentarnos en este momento.
—Mierda. —respondió el joven pero de pronto escucharon el sonido de un encantamiento detrás.
—¡Antlas! —exclamó Silvana mientras la punta de su báculo brillaba con intensidad.
La joven conocía perfectamente su papel de soporte y actuó por iniciativa propia en cuanto comprendió la posición de su grupo frente a la amenaza. El suelo frente a la bestia pareció estallar en llamaradas verdes y toda una maraña de lianas y plantas trepadoras formó una enorme pared viviente que atrapó al horrible oso en una red impenetrable.
—¡Buen trabajo Sil! —exclamó Dante. —Eso nos dará tiempo para…
—Para nada. —gritó Diógenes. —¡Mira!
En efecto, habian cantado victoria demasiado pronto. La enorme telaraña de plantas y enredaderas que Silvana había creado se sacudió y comenzó a marchitarse rápidamente ante la vista sorprendida de todos.
—¿Pero que…? —comenzó a exclamar Dante.
—La corrupción. —lo interrumpió el Archivista. —Esa clase de monstruos puede contaminar y corromper todo lo que toca… el bosque incluido me temo. 
—Oh no. —exclamó Silvana estrujando el báculo entre sus manos. —¿Qué hacemos?
—Por lo pronto, apartarnos de su paso. —exclamó Dante señalando hacia la dirección que habían tomado los caballos al huir. —Intentaré mantener su atención fija en mí mientras ustedes retrocedan hacia el bosque, nuestra única esperanza es que Mirna vuelva pronto.
—¿Tu solo vas a enfrentarte a esa cosa? —preguntó Silvana alarmada. —¡No puedes! ¡Te aplastará!
—Ni siquiera eres un “Tanque” propiamente dicho. —agregó Diógenes. 

El monstruo aún seguía atrapado entre las marchitas lianas, pero ya aquella especie de tumor maligno se estaba esparciendo por todo el claro y las hierbas se tornaban amarillas y luego de un color morado ennegrecido en cuanto aquella corrupción las tocaba. Hubo una última sacudida y el enorme oso putrefacto quedó libre con un terrible zarpazo que hubiese podido partir al medio a un caballo de batalla.
Sin embargo no volvió a cargar sobre ellos. Se quedó quieto allí mismo mientras una baba negra se escurría entre sus colmillos putrefactos y los observó con aquellos ojos rojos infernales.
—¿Qué rayos está haciendo? —preguntó Dante —¿Por que no ataca?
—Se está concentrando en extender la zona de corrupción a su alrededor. —explicó el Archivista señalando hacia las patas del monstruo. —Al corromper el bosque con ese tipo de miasma que emana de su cuerpo en descomposición modifica el entorno para obtener modificaciones de ataque favorables.
—Mierda.
La hierba a los pies del grupo de aventureros comenzó a morir mientras el aire se oscurecia y un viento helado soplaba alrededor.
Silvana clavó su báculo en la tierra y extendió una de sus manos hacia el cielo. —¡Purificación! —gritó.
El arma brilló y la hierba a sus pies comenzó a reverdecer y crecer. Durante un instante los dos poderes de muerte y restauración quedaron balanceados en una especie de batalla donde las plantas crecian, morian y revivian como en una especie de ciclo acelerado de vida y muerte en el bosque, más pronto quedó en evidencia que los poderes de Silvana eran mayores que los de la criatura; la zona de plantas rejuvenecida comenzó a extenderse sobre la desolación de corrupción y muerte y comenzó a avanzar hacia la criatura.
El oso aulló con un grito de muerte y se lanzó a la carrera hacia quien desafiaba sus poderes de destrucción.
—¡Cuidado! —gritó Dante tomando a Silvana con un brazo mientras mantenía la espada apuntando hacia el enloquecido oso. Dió un salto hacia un costado y evitó el terrible zarpazo que casi le arranca la cabeza a Silvana.
Diógenes se arrojó al piso y el oso pasó aullando sobre el, como si ni siquiera lo hubiese visto. —¡Eh! —gritó ofendido el Archivista. —¿A mi no me proteges? 
—Las damas primero. —se disculpó el joven depositando a la Druida en la hierba. —¿Como mierda podemos matar a esa cosa?

Un poderoso estruendo sacudió el claro. El oso había chocado contra el enorme tronco del árbol en donde estuvieron descansando los aventureros y quedó momentáneamente aturdido mientras trataba de incorporarse en sus cuatro patas.
—Con fuego. —dijo Diógenes corriendo en cuatro patas hacia donde estaban ellos. —Las cosas muertas son susceptibles al fuego.
—Todo es susceptible al fuego. —dijo Dante rascándose la cabeza. —Especialmente si son rondas incendiarias… ¿Alguien tiene un hechizo de fuego…?
Silvana sacudió la cabeza y Diógenes levantó uno de sus dedos donde una pequeña llamita brotó de la punta de uno de sus dedos flacos. —Dudo que pueda servir de mucho. —dijo. —A menos que quieras que le encienda un cigarrillo para que se calme un poco— de pronto su expresión se volvió sombría y miró con desconfianza a Dante. —¿No estarás planeando arrojarme contra esa cosa para que lo prenda fuego… verdad?
Dante devolvió la mirada y no respondió.
—Maldito… lo estás considerando. —exclamó Diógenes señalandolo con el dedo. —¡Ni se te ocurra…!
—Más que como encender el fuego, el problema es buscar un combustible para que arda lo más intensamente que se pueda…—lo tranquilizó Dante (Que realmente había considerado aquella idea alocada) e inmediatamente se volvió hacia la Druida.— ¿Puedes crear una de esas bombas de hongos explosivas? —preguntó Dante mirando a Silvana.
Antes que la chica pudiera responder, Diógenes hizo un gesto con la mano descartando la idea. —Daño explosivo no es igual a daño por fuego. —explicó. —Necesitamos algo combustible, algún tipo de aceite o líquido inflamable para empapar su pelaje y quemarlo hasta los huesos.
Silvana meditó aquello unos segundos y lanzó una exclamación. —Yo puedo crear algo como eso. —dijo.
Los dos hombres se volvieron hacia ella. —¿Puedes…? —preguntó Dante.
—Con una fruta… puedo usar un hechizo para multiplicar la cantidad de azúcar en su interior y...
—Fructosa. —la corrigió Diógenes comprendiendo de inmediato a lo que se refería la Druida. —¿Puedes producir Etanol con un hechizo?
—Eh… sí eso… —reconoció la joven. —Puedo crear un recipiente lleno de alcohol usando una fruta dulce… o eso creo, solo lo usé una vez con una fresa para probar, no es un hechizo que use a menudo— reconoció.
—Necesitamos algo más grande que una fresa. —aseguró Dante volviéndose hacia donde el monstruo intentaba levantarse luego de haberse roto un par de costillas contra el grueso tronco. —Y rápido.
Diógenes se metió una mano debajo de la túnica y ante el asombro de Dante y Silvana extrajo una enorme piña de debajo de los pliegues de tela. —¿Servirá esto? —preguntó el Archivista levantando en alto la fruta.
—Oh… sí eso servirá. —exclamó Silvana extendiendo las manos, pero Dante se movió a una velocidad fulminante y tomando la fruta con violencia de las manos de Diógenes la arrojó a lo lejos entre los arbustos.
—¡Eh! —gritó sorprendido el Archivista. —¿Que rayos te pasa? ¡Esa fruta era perfecta!
—¡Nada de Piñas! —gritó Dante volviéndose hacia los demás con una expresión que asustó a sus dos compañeros. —Nada de Piñas, están prohibidas. —repitió haciendo un gesto cortante con la mano.
—Pro… ¿Prohibidas? —exclamó confundida Silvana.
—Son tabú en la milicia. —explicó Dante. —Dan mala suerte, ni se atrevan a volver a mostrar una de esas malditas cosas.
Silvana y Diógenes se miraron confundidos pero al cabo de unos segundos la joven revolvió su mochila y sacó tres manzanas grandes y rojas. —Yo… yo tengo estas. —dijo.
—Perfecto… tienen el tamaño adecuado para arrojarlas también. —dijo Dante secándose el sudor de la frente. 
—Como granadas. —observó Diógenes. —Será mejor que te apresures Silvana, esa cosa está a punto de ponerse en cuatro patas nuevamente.



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En el texto hay: videojuegos, isekai, macross

Editado: 27.12.2020

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