Dante desenvainó su espada y corrió hacia los gritos de Silvana, pero pronto hasta aquel sonido se perdió en medio de los atronadores estampidos que los gigantes producian al moverse por aquel sitio.
Para sorpresa y desconcierto de Dante los gigantes lo ignoraron por completo (O al menos no intentaron aplastarlo deliberadamente) y continuaron destruyendo todo lo que había en la cima de aquella colina en busca de algo.
O alguien… El joven no tuvo ninguna duda de lo que esos gigantes estaban buscando de forma tan desesperada, pero si todavía guardaba una esperanza de estar ante un evento desafortunado, al oir la voz del gigante que parecía ser el jefe de aquel grupo se sintió desfallecer.
—¡Un arma nueva para el que capture a esa Druida!
Los gigantes se volvieron aún más locos al oír aquello. Enormes nubes de polvo se levantaron por toda la cima de aquella elevación mientras rocas y árboles eran destrozados por igual ante la furia de aquellos monstruos de casi diez metros de alto.
Diógenes se había arrojado al suelo mientras se cubría la cabeza con ambas manos para protegerse de los escombros y ramas que volaban por todos lados. Dante se arrodilló junto a él y lo levantó de un tirón. —¡No es hora de acurrucarse! —gritó por sobre el ensordecedor estruendo.
El Archivista lo miró con incredulidad. —¿Qué rayos dices? Se acabó, van a aplastarnos como a cucarachas.
—Si, eventualmente… pero no lo han hecho aún, así que levanta al culo y sígueme.
—Pero...
—Tenemos que hacer lo posible por encontrar a las chicas y luego evacuar este lugar.
—Estas loco. —exclamó Diógenes incorporándose con dificultad. —Hemos perdido, se acabó la aventura para nosotros.
—Tal vez, pero en todo caso logramos nuestro objetivo.
—¿Objetivo…?
—Hemos conseguido inteligencia valiosa, sobre el bosque y sobre el Enjambre… eso solo ya ha valido la pena, pero eso no quiere decir que me haya rendido aún.
El joven volvió a tironear de las ropas del Archivista y ambos se ocultaron tras un tronco destrozado.
—La clave es Silvana. —dijo Dante.
—¿Silvana?
—Una vez que vuelque en el mapa todo lo que vió en el Valle del Enjambre podremos extraer toda la información que necesitemos… incluso si nos matan ya hemos conseguido más de lo que necesitábamos saber.
Diógenes tomó a Dante del brazo y lo miró con seriedad. —Dante. —dijo con voz grave.
—¿Que?
—Si esos gigantes nos matan, reviviremos en la ciudad.
—Si, eso lo entiendo. —respondió el joven sin comprender.
—Y se aplicará una penalización a nuestros personajes.
—Si… algo de esa mecánica me es familiar. —respondió.—¿A qué quieres llegar con esto...?
—A que también perderemos toda la experiencia ganada de esta jornada…pero no solo el número de puntos que forma el recuento de niveles de nuestros personajes, sinó que esa experiencia incluye también nuestros conocimientos sobre los lugares que visitamos, así como la memoria y conocimientos adquiridos.
Una sombra de preocupación apareció en el semblante de Dante. —¿Como que…?
—Para que tu personaje “memorice” algo que ha experimentado en el juego tiene que descansar en una cama…—explicó el Archivista. —Si no lo hace y muere antes, la memoria ganada se pierde, eso incluye anotaciones en el mapa del juego y entradas al Diario del Juego.
—Oh mierda… eso quiere decir…
—Perderemos la información del Valle.
El joven apretó con fuerza los dientes pero contuvo cualquier otro insulto; comprendía su situación y ninguna groseria cambiaría aquello. —Okey, sea como sea, la retirada es la única opción que nos queda— dijo mientras volvía a envainar su espada.
Se arrastraron entre las rocas y troncos caídos y lentamente se alejaron del centro del tumulto. La idea de Dante era rodear la cima de aquella colina cubriéndose por el terreno y por las nubes de tierra que los gigantes levantaban en su desesperación. Por el momento todo iba bien y salvo las rocas que volaban, estaban relativamente a salvo de aquella locura colectiva.
—No veo a las chicas. —dijo Diógenes asomando la cabeza. —¿Crees que han escapado?
—Ojala pero… no lo creo. —respondió el joven.
—Silvana debe estar utilizando alguno de sus hechizos de camuflaje. —observó el Archivista.
—¿Camuflaje?
—Los druidas pueden usar la vegetación para esconderse… son maestros del camuflaje.
—Comprendo. —asintió Dante. —Pero aun así…
—Estos hijos de puta estan destrozando toda la colina… dudo mucho que dejen siquiera una sola ramita sin destrozar.
El jugador no exageraba; los gigantes habían destrozado todos los árboles de la zona y ahora se dedicaban a arrancar de raíz los matorrales y arbustos con sus enormes manos. Definitivamente quien los dirigía sabía tanto como Diógenes de los trucos a disposición de los Druidas.
—Esto no me gusta nada. —dijo Dante. —Si siguen asi…
Un grito penetrante se escuchó por encima del barullo y la sangre de los dos aventureros se heló por completo.
—¡Silvana! —gritó el joven.
Uno de los arbustos que habían sido arrancados de cuajo y lanzados por el aire por la fuerza de los gigantes sufrió un cambio repentino cuando estaba aún en el aire y en medio de un espejismo de colores se transformó en una figura humana que de inmediato comenzó a caer entre piedras y ramas destrozadas.
—¡Silvana! —volvió a gritar Dante saltando desde su escondite, pero ya era tarde.
Un gigante atrapó a la Druida en el aire y la sostuvo en alto mostrando el trofeo a los demás jugadores —¡La tengo¡ ¡Ya la tengo! ¡Es mía! —gritó.
Se escucharon algunos vítores, pero principalmente maldiciones e insultos de aquellos quienes se habían perdido la recompensa.
—¡Buen trabajo, tendrás tu arma en cuanto volvamos a la base! —exclamó el gigante a quien Dante había identificado como líder de aquel escuadrón de ataque; un Zentradi más alto que los demás que además llevaba una armadura de cuero precariamente confeccionada con diferentes cueros de animales enormes y una enorme lanza con punta de hierro oxidado.
Antes que el gigante que había capturado a Silvana pudiera contestar escucharon un grito agudo y todos se giraron de inmediato en busca del origen de aquel sonido.
Mirna dió un salto y usando los garrotes de los sorprendidos Zentradi como plataformas de un Parkour prehistórico, saltó de arma en arma hasta llegar a la altura de las cabezas de los gigantes.
—¡Nya! —gritó.
Pero para sorpresa de todos no atacó a nadie y tras dar una voltereta en el aire aterrizó en cuatro patas sobre el hombro del gigante que tenía capturada a su amiga.
El Zentradi extendió su mano libre y atrapó a la arquera Voldoriana sin ninguna resistencia.
—¿También tendré un arma por esta? —preguntó mientras mostraba a la jugadora presa en su mano izquierda.
El gigante al mando sacudió la cabeza. —Lo discutiré con el Jefe. —dijo. —Esa es sin duda alguna la Guardaespaldas de la Druida, una Arquera Voldoriana de nivel medio.
Otro de los gigantes clavó el garrote en el suelo y se apoyó en él con gesto aburrido. —¿Misión cumplida entonces? ¿Se acabó el recreo?
—Bueno… todavía queda el bonus. —dijo el gigante de la armadura volviéndose hacia los demás. —Les doy diez minutos para que encuentren al guerrero y al enano ese que viajaban con ellos… deben estar medio enterrados por ahí en algún lado.
—¿También los quieren vivos? —preguntó otro de los gigantes.
—Claro que no… esos son de ustedes… hagan lo que quieran.
Los gritos de júbilo y risotadas volvieron a helar la sangre de los dos jugadores que contemplaban la escena aterrados.