Footprints

Capítulo 2

Años atrás, cuando Grace todavía no tenía flequillo y había comenzado a descubrir la música surcoreana, deseó por primera vez que la tierra le tragase y no la escupiera jamás.

Se encontraba tirada en el balancín de madera del jardín trasero con un pañuelo en cada mano. Esnifó el aire con ligereza y parte del sufrimiento que sobresalía por su nariz. La mirada triste que había estado acompañándola todo el día y que por fin aprovechó en revelar, cayó hacia lo más hondo del suelo.

Un cúmulo de hojas rozaron sus pies descalzos. No los levantó de aquel trozo de suelo apedreado en ningún momento pues poco le importaba. Ni siquiera los apartó de esa sucia hojarasca que al estar algo seca raspaba sus empeines.

El ambiente era cálido y cómodo por aquel entonces, y más si el toldo le protegía del sol. Podía ver los viñedos crecer ahora más que nunca y sentir como otro verano seco y solitario se abría paso en su vida.

Sus padres tenían una reunión que dirigir y la niñera había salido a pasear a Edrick.

Era el momento perfecto.

El más indicado para dejar de seguir fingiendo.

La joven Rivers pudo dar rienda suelta a sus emociones sin tener que observar de lado a lado alerta como cualquier animal en peligro.

Mientras la brisa del mediodía se volvía más fuerte y refrescante, el banquillo amarrado por esas dos gordas cuerdas se balanceaba y con él, su cuerpo cansado. Cansado de no encajar con nada ni con nadie.

Realmente deseaba saber qué problema había en ella. ¿Qué era lo que tenía de malo a la hora de estar con la gente que la rodeaba? Solo quería saberlo porque si ni ella misma podía verlo no había nadie que pudiera ayudarla.

Mientras su cabeza seguía dándole vueltas al tema, la estructura que tenía frente a ella relucía con encanto. Su casa era hogareña para cualquiera que la divisara de lejos. En cambio, ella la observó, deseando estar en cualquier otro lugar.

La luz chocaba con la pared de roca y el brillo regaba las pocas enredaderas que había a las esquinas. Su vista subió y subió viendo la ventana trasera de su habitación. Odiaba esa habitación.

En cierto momento fue su refugio, pero cada vez que entraba en ella solo pensaba en las lágrimas que había derramado. El dolor que ella misma había pegado a esos muros y la rabia que expresó un día al arrojar una grapadora hacia la pared más cercana.

Siempre quedaría ese agujerito como sello de aquel momento en el que nunca llegó a odiarse a sí misma con tanta intensidad como esa.

Lo único que la seguía embaucando eran las vistas que ofrecía. Los viñedos eran la cura para cualquiera que supiese disfrutarlos.

Sus parpados se cerraron un tiempo y tras tres bocanadas profundas se atrevió a abrirlos de nuevo. Nada más hacerlo ahogó un pequeño grito, impresionada. 

—¡Maldita sea! ¿Cómo has entrado? —consultó de inmediato, colocándose recta. Reacción normal al encontrarse de lleno al compañero de trabajo de sus padres.

Limpió con rapidez su cara empapada, pero ya era demasiado tarde. La había visto y no solo eso, sino que seguía vigilando sus movimientos sin apenas pestañear.

Miles Clark descansó sus manos en los bolsillos de su pantalón. Su camisa iba metida por dentro y sus mangas estaban dobladas hasta los codos. Era su vestimenta habitual a la hora de trabajar y que dejaba en él un aire distinguido.

Los mechones cortos y gruesos de su liso pelo estaban hacia los lados y como su delgadez influía en su altura, Grace tuvo que estirar su cuello y mirarlo desde arriba.

—Tu padre me dejó una llave. Tenía que dejarle algo importante en su despacho —respondió con voz marcada.

Ella continuó igual de confundida.

—No me la voy a quedar —se apresuró en asegurar. No quería que Grace pensase que entraría cuando le diese la gana en su casa.

Pero lo único que quería hacer ella era maldecir. Consiguió contenerse. Estaba ofuscada porque no quería estar con nadie y mucho menos que la vieran en ese estado. Por suerte, poseía una capacidad innata de hacer que las lágrimas se detuviesen y que su piel pasase de una enrojecida a una común y aparentemente sana.

Miles hizo un movimiento de cabeza no sin antes inclinarla. Señaló la parte lateral del banco y entonces, Grace comprendió. Se alejó lo suficiente para dejarle espacio y recogió sus piernas mirando al frente.

Un metro les separaba y en él comenzó a correr toda la energía del día. No bajo la vista porque igual eso le haría sospechar de lo triste que estaba.

Aunque ya no importaba. Ya la había pillado.

No dijo palabra ni sintió aquellos ojos sobre ella. Entendió lo que estaba haciendo, pero prefirió permanecer en ese silencio tan reconfortante. Varios minutos después decidió romperlo.

—Estoy bien.

No quiso saber por qué él seguía allí. Solo dejarle claro que no tenia de que preocuparse y mucho menos contarle algo de esto a sus padres.

Vio de reojo como él giró su cara. Con una inmensa fuerza de voluntad quiso seguir con aquella mentira.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.