Footprints

Capítulo 5

(Os recomiendo escuchar la canción MEAN! de Madeline the Person mientras leéis. Florece muchos sentimientos y más con este capítulo)

Hace dos años Helena le preguntó inquieta a su marido:

—¿Crees que es buena idea dejar que vuelva solo a su casa?

Grace, que pasaba por casualidad, arrugó el ceño al escuchar aquella pregunta. Fingió que seguía escuchando música a pesar de no haber puesto ninguna canción.

Mientras, su padre se deshizo de la chaqueta que ni al llegar le había dado tiempo a quitarse, para después decir:

—No, pero ya sabes como es. Además, es normal que necesite estar solo.

«¿De quién hablaban?», se preguntó Grace. Se les oía preocupados.

Ella solo quiso bajar a comer algo. Su tarde estaba ajetreada de tanto estudiar para los exámenes de la semana. También quería escuchar algo de música para liberar su mente de conceptos que solía desechar cada quince minutos y que después debía volver a repasar. No obstante, antes de que pudiese elegir algo animado que la distrajera, escuchó los susurros de sus padres desde el interior de la cocina.

Se acercó a ellos y comenzó a juntar los ingredientes para hacerse un bocadillo. Movía de vez en cuando la cabeza, meneándola ante un ritmo inexistente para que pareciese que estaba inmersa en sus asuntos. Incluso tarareó una nota. Normalmente, no se le daba bien disimular, pero sus padres parecieron no darse cuenta.

— Andrew, su madre ha muerto. Deberíamos estar con él.

Grace agrandó los ojos, sorprendida. Su padre bufó ante la insistencia de su mujer. Él también creía lo mismo, pero sabía muy bien que no podrían convencerle.

—Helena, es Miles. No dejará que le acompañemos.

Y ahí fue donde la joven contuvo la respiración. Nada más escuchar su nombre, el cuchillo con el que embadurnaba la tostada cayó hasta el duro mármol. El sonido fue amortiguado por el otro trozo de pan, sin embargo, se quedó muy quieta.

—Ya bastante raro es que haya accedido a quedarse unas horas —añadió su padre sin haber oído nada.

Suspiró por eso, pero esa satisfacción duró poco cuando notó que su madre le miraba.

—¿No tendrías que estar estudiando? —cuestionó con aquel tono que tanto odiaba. Helena inclinó la cabeza para poder ver a través de Andrew. Grace se hizo la loca—. ¡Eh! —Volvió a llamar.

Gruñó por dentro y se deshizo de un auricular. Le señaló lo que estaba haciendo con clara evidencia y molestia.

—He venido a picar algo —respondió secamente.

—Ah, entonces, rápido. Hazlo.

Pues sí, debía hacerlo porque dejaron de hablar. Mierda, ahora quería saber más.

¿La madre de Miles había muerto? ¿Cómo? ¿Y cómo estaba él?, tenía tantas ganas de saber.

Miles caminó hacia el final del pasillo nada más salir del baño de abajo. Estaba listo para marcharse. Ya llevaba unos cuantos minutos en casa de los Rivers. Por mucho que estuviese cómodo con ellos la mayor parte del tiempo, no podía seguir allí.

Podía haberse negado a venir, pero cuando recibió aquella llamada Andrew estaba justo a su lado. Y al preguntarle que ocurría se lo contó sin dejar ver lo contraído que se encontraba por dentro. Ni siquiera supo porque se lo dijo. Supuso que era porque su cabeza solo pensaba en la noticia que acababan de darle.

La voz de Carter, su hermano, entrecortada y dura; con signos de haber llorado durante horas, le informaba de que su madre ya no estaba. Nada más descubrirlo no expresó ninguna emoción de que le hubieran dado tal noticia. Pero la realidad era distinta.

Abatido seguía y así continuaría cuando regresase a su casa. No podía quedarse más tiempo. Solo quería hacer el intento de no pensar sobre el hecho de que la mujer que le había criado, la que tanto había sufrido, se había ido. Y que no volvería a verla jamás. Lo peor no era eso. Lo peor era no recordar un gesto feliz en aquella cara que tanto le había enseñado. Sobre todo, de lo que no había que hacer en la vida.

A sus veinticuatro años y con un trabajo fijo había decidido no volver a Georgia. Aunque ahora debía volver y despedirse de su madre.

Nada más llegar al salón frenó en seco. Se volteó hacia la cocina y vio que no solo Andrew y Helena estaban ahí, sino también su hija. Grace. Que nada más mirarla supo que ya se había enterado.

Ahora sí que debía irse. No soportaba que lo mirasen así. Le ponían en una situación incómoda. Con ellos dos pudo manejar algo así a duras penas, ¿pero tres personas?

No, era demasiado y más si se trataba de ella. Esos ojos desprendían lástima claramente.

—Voy a tener que marcharme —les informó.

Los padres de Grace se acercaron hasta él. Sin embargo, ella continuó en el sitio sin saber que decir o hacer. No le salían las palabras.

—¿Estás seguro, cielo? —preguntó Helena.

Sus hombros se echaron hacia atrás. Seguía sin acostumbrarse a ese apelativo.

—Sí, señora Rivers. No se preocupe.




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