Footprints

Capítulo 8

Sentadas en una esquina del suelo laminado del estudio, descansábamos notando el eco que dejaba la sala al estar vacía de gente. Ella estaba agotada y yo aun percibía el temblor de sus pasos.

Los focos estaban atenuados a una iluminación cómoda ya que la luz del sol todavía entraba por el ventanal. Estaba desapareciendo poco a poco, pero aquel brillo naranja seguía colándose en el interior del aula.

Descolgué mi cabeza hacia el techo y suspiré al sentir tanta paz. Kacey respiraba aun de manera irregular y la entendía; había sido agotador e intenso ¡y yo solo había mirado! Entonces, ¿cómo de exhaustos y tranquilos debían sentirse ellos?

Sus compañeros no me prestaron mucha atención al estar todo el tiempo observándoles. Supuse que Kacey ya les había avisado de que iba a ir. Incluso, durante el ensayo, algunos me habían sonreído al haber conectado miradas sin querer. Devolvía todas y cada una de ellas. Eso me ayudó a estar menos tensa.

Kacey sacó de su bolsa una botella de agua y me ofreció otra a mí. Menos mal. Aún tenía la boca seca. Ella se apoyó sobre un solo brazo y se inclinó hacia atrás. Me deshice de mi chaqueta al sentir algo de sofoco.

—¿Y bien? ¿Te ha gustado ver una práctica en vivo y en directo? Nosotros no somos unos profesionales, pero…

Le di un sorbo al agua antes de interrumpirla.

—Me ha gustado mucho. Y con cada paso que dabas… se te veía segura de ti misma. Eso es genial. Quería que lo supieras.

Las comisuras de su boca subieron, regalándome una sonrisa.

—Gracias.

Toqueteé el tape de la botella, nerviosa.

—¿Puedo decirte algo? —Ella hizo un gesto que me hizo continuar—. No dejes que tu profesora te quite las ganas de venir. Por lo que he visto bailar es algo que te gusta.

—Lo sé. Solo es que es muy molesto cuando te obligan a que hagas algo que no quieres y con lo que no te sientes cómoda. Tengo que buscarle una solución a esto. Por suerte, tengo a Joshua que también quiere buscar una solución. —Mi ceño se arrugó. Todavía no le había puesto cara—. El filipino de la sudadera y la gorra —especificó.

Tardé en recordarlo, pero no mucho ya que era el chico que no paraba de pegarse a ella y hablar en cada descanso que hacían. Al igual que esa otra chica. Más de una vez le había pillado observarla de reojo. Tal vez…

—¿Es tu novio? —Me lancé a preguntar.

—No —rio—. Un amigo.

Se incorporó, cruzando las piernas y quedando más próxima a mí. Me dedicó una mirada curiosa.

—Y bueno ¿qué hay de ti? ¿Estas saliendo con alguien?

—No.

—Tu caída de ojos me dice otra cosa.

Volví a mirarla. Ni siquiera había sido consciente de que hubiera dejado de hacerlo. Fue algo involuntario.

—Es… complicado.

Asintió.

—Entiendo. ¿Puedo saber algo más? —Hizo un gesto con dos dedos de la mano intentando sonsacarme—. ¿Una mini pista, al menos?

—Tiene veintiséis años.

Su boca se abrió un pelín acabando con cualquier rastro divertido. El brazo que antes alzaba fue descendiendo lentamente. No parecía sorprendida por la información sino por cómo se lo había dicho, así a bocajarro. No había estado preparada y lo más extraño es que no me importó habérselo contado.

—Joder, eso no me lo esperaba —respondió como sospechaba.

—Es un buen amigo de la familia y … —divagué—. No podría hacerlo —concluí.

Tocó mi mano con ternura, la que tenía encima de mi rodilla, y le dio una palmadita. Comprendía en el aprieto que debía sonar al estar en algo así. Moví mis dedos casi deslizándolos con los suyos. No sabía por qué, pero ayudó a que aguantara y no me desmoronara.

—Además—proseguí—, trabaja con mis padres.

Me pareció escucharla maldecir por lo bajo. Retiró el agarre.

—Menuda mierda.

—No pasa nada. Estoy intentando olvidarme. Se ha ido dos semanas a ver a su hermano. Espero que eso sea suficiente para aclarar mi cabeza.

—¿Cuándo se fue? —Quiso saber.

—Hace un par de días.

—Supongo que estáis bastante unidos.

Intenté no sonreír.

—Nos vemos mucho. Casi siempre está por casa y hablamos cuando encontramos la ocasión.

Mientras le confesaba aquello no pude eludir que mi cabeza se llenara de toda esa cantidad de recuerdos. Las veces que compartimos una pequeña parte del día juntos.

Como aquella vez, hace un par de años, cuando se quedó a cenar. Al igual que ahora, después de tantas veces insistiendo, a veces Miles cedía y aceptaba alguna invitación. Tras acabar la cena, le acompañé hasta afuera y antes de irse le pregunté lo que no paraba de pensar en aquella época:

»—¿Es raro que a uno le guste estar solo y a la vez odiar algo así?

Él se me quedo mirando, pensativo y receloso; como si mis palabras sonaran sospechosas.

—¿Acaso te sientes así?

—A veces, sí. ¿Es raro?

Descansó parte de su cuerpo en el lateral del coche. Movió la mandíbula, reflexionando.

—No. No es raro. Creo que estar solo es lo mejor que uno puede hacer en algún momento de su vida. No, de hecho, creo que es algo necesario. —Se detuvo a mirar por un momento el oscuro cielo y a las pequeñas estrellas que destellaban cada poco por encima de nosotros—. Y a la vez… también se puede detestar algo así. En algunas ocasiones satura y frustra. Nunca viene mal algo de buena compañía ¿verdad?

Verdad, fue lo que murmuré como respuesta diez segundos después. Esos que me tomé para ojearlo.

A Miles Clark, mi buena compañía.

Le escuché inspirar hondo antes de que cerrara la puerta que había abierto cuando estuvo dispuesto a irse.

—Grace, si alguien no quiere estar contigo ese alguien se lo pierde. Con el tiempo llegan personas que realmente valen la pena y no aquellas que te rechazan sin motivo.

Entonces se subió y me dejó verle desaparecer por la carretera, más pensativa que nunca».




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.