Footprints

Capítulo 9

—Desde que me has hablado de ella he tenido curiosidad. ¿Por qué ese nombre? —preguntó Kacey mientras apoyaba un hombro en el taquillero naranja tigre del pasillo.

Guardó una mano en el bolsillo de su pantalón pitillo mientras mascaba un chicle de fresa que desde mi posición olía.

—Supongo que es porque sus padres son unos fanáticos de Juego de Tronos.

Hizo una pompa para al segundo explotarla.

—No he visto la serie —comentó.

Cerré la taquilla.

—Yo sí. Te la recomiendo.

Habíamos quedado aquí antes de que comenzara la cuarta clase del día. Estaba recogiendo mis libros cuando escuchamos como la voz de Myrcella y sus amigas cruzaban el pasillo.

Tanto Kacey como yo nos volteamos a tiempo y presenciamos como alardeaba de cómo había ganado el partido de voleibol de la clase de hoy. Ni siquiera era un torneo como los que celebraba el instituto contra otros, pero ella se lo tomaba así. Con tanta seriedad y esas ansias de ganar. No había premio. Aunque seguro que el hecho de vencer le bastaba y le sobraba. Y lo peor no era eso. Lo peor era estar en su equipo.

Por lo menos, hoy no me había tirado como la última vez. Aunque cada vez que fallaba me acuchillaba con su grisácea mirada.

—Tienes razón. Por lo que me has contado tiene toda la pinta de ser muy competitiva.

Suspiré mientras emprendíamos camino por el largo pasillo.

—Ni te lo imaginas. —Agarré bien mi libro de texto antes de detenernos en un cruce.

Hizo un mohín y gruñó.

—Tengo que ir a clase. ¿Nos vemos a la hora de comer?

Todavía no era consciente de que siguiésemos compartiendo aquel banco. Era algo que por mucho en lo que hubiese pensado no llegaba a creérmelo. Toda esta semana habíamos almorzado juntas, escuchado música juntas en tanto que compartíamos gustos relacionados, y charlábamos hasta que el aturdidor timbre nos interrumpía.

No imaginé que justo este último año conocería a alguien. Y que ese alguien me trasmitiera tanta paz y, por mucho que apenas la conociera, tanta confianza.

Más de una vez había escuchado que no importaba el tiempo que conocieras a alguien sino como te demostraba lo que era sentirse cómoda y a gusto. Sin miedo de conversar de cualquier cosa. Y ese mismo sentimiento es el que tenía con Kacey. Al parecer, este era lo suficientemente fuerte como para que le hubiese dicho lo de Miles.

Eso ya era un gran paso pues horas después de que me llevara a casa aquella tarde, recordé que era la primera persona a la que se lo había contado.

—¿No quedas a comer con tus amigos? —Dejé caer de la peor manera. La sutileza no era lo mío.

Por lo menos por fin me había lanzado a preguntárselo. Nos separaba un curso y me sorprendía que no comiese con sus compañeros.

Kacey arrugó su cara.

—No. Me gustaría comer contigo. —Se cruzó de brazos, no a la defensiva, sino con humor—. Si no te importa, claro —añadió graciosa.

Entreabrí la boca.

—No... No, claro que no.

Estrujó sus labios, sonriéndome. Parecía estar burlándose de mí. Todo por el nerviosismo que ella misma me había provocado.

Cuando se marchó caminé hacia la clase de física deseosa por que la aguja de mi reloj que ya marcaba la hora de entrada diese la de salida. Unas bolitas de chocolate me estaban esperando junto con un minibocadillo de queso y una entretenida conversación con Kacey.

Bueno y porque no quería que uno de estos días la profesora me devolviera los ejercicios que le había ido entregando a lo largo de la semana.

¿Completos? Sí.

¿Bien hechos? Eso estaba por verse.

Antes de meterme en el aula alguien pronunció mi nombre lo bastante alto como para que frenara en seco y me chocase sin querer con las personas que iban a entrar.

«Mierda, ahora no».

Proferí unas cuantas disculpas al escuchar como todos se quejaron de mi torpeza, quedándome fuera. Los pasillos se estaban vaciando. La campana iba a sonar en nada.

—Ah, hola, señorita Heck. —Forcé una sonrisa.

Ella frenó dejando que sus tacones de punta fina dejaran de retumbar. Esos que la hacían un poco más alta que yo. Como de costumbre vestía unos amplios pantalones y una blusa de seda con volantes.

La señorita Heck era una mujer negra de unos treinta tantos años. Bueno no sabía con exactitud su edad, pero la piel de su cara era lisa y brillante y trasmitía un aura joven y amigable. Su pelo corto y grueso a la altura de sus hombros iba recogido con dos finos mechones hacia atrás mientras que sus pendientes de perlas relucían a través de él.

Sus separados ojos se empequeñecieron al sonreírme y acercarse un poco más.

—Hola, Grace. ¿Tienes un momento?

Justo la campana sonó. Tragué saliva antes de señalar la puerta que tenía a mi derecha. No sé qué prefería más. Si entrar a clase de física o irme con ella. No. Sin lugar a duda, las dos opciones eran una basura.




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