Footprints

Capítulo 22

"Te tocan con un dedo y te destrozan como si fueras ceniza"

Las navidades ya estaban aquí. Se podía ver en las calles; con las luces de la ciudad, y en las cutres decoraciones del instituto. Donde la gente veía espumillón, brillos y gorros, yo inexplicablemente veía falso espíritu y el único deseo de que no se pusiera a nevar. Nunca se me cumplía.

Los exámenes ya habían pasado y desgraciadamente las notas llegaron.

¿Qué cómo habían ido? No muy bien, pero esta vez me importó menos. O, mejor dicho, un mucho y un nada. Eso existía de verdad. Podían preguntarle a un estudiante como yo y les responderían alguna vez así.

 Claro que me sentía mal por haber suspendido un par. Bueno, vale, más que un par. Pero al mismo tiempo me lo tomé con otros ojos. Me recordé que lo había intentado... Y que las recuperaría porque ni de broma iba a ir a cursos de verano. Me negaba.

Sin embargo, seguía doliendo que, aunque hubiese puesto todas mis fuerzas en los exámenes, seguía sin aprobar la mayoría. Eso dolía demasiado.

Lo más extraño es que mis padres también reaccionaron de una manera distinta: nada de gritos o castigos, sólo miradas decepcionadas cada segundo del día. Hay gente que prefiere eso a los gritos, sin embargo, yo detestaba esas situaciones con mi alma. No obstante, me estaba acostumbrando.

¿Y por qué se sorprendían? Solía informarles (no siempre) de lo que sacaba en los exámenes. De ahí a que una vez los escuchara en el salón hablando de contratar a un profesor particular que viniese a casa. Al escucharlos murmurar sobre aquello quise darme de cabezazos contra la pared en la que me escondía. Seguían sin entender nada.

Tampoco decía que por ir al estudio me había olvidado del instituto. Ni mucho menos. Solo... que cuando estaba ese tiempo con mi amiga, centrándome en como quería verme reflejada en nuestras sesiones, una parte de mi cerebro descansaba y se decía: ahora no pienses en eso. Llegarás a casa y harás lo que tengas que hacer.

Desde lo que pasó en mi primera clase, Kacey y yo comenzamos a ir a un aula aparte en la que ella me ayudaba como la novata que era. Por un momento Anastasia consideró mandarme al grupo verde, alegando que estar en el de Kacey, el rojo, tal vez era precipitado dada mi situación. Por suerte, comprendió que mi amiga era mi apoyo y que sin ella todo iba a ser más complicado.

Pasaban las lecciones, me dejaba elegir las canciones y con ellas los dance covers que siempre me habría gustado hacer y que en cierto modo imaginé en mi cabeza algunas noches. Esas noches en las que me visualizaba con mi canción preferida del momento y sus pasos.

Muchos también hacían eso, ¿no?

Pues gracias a aquello y la paciencia de mi amiga, conseguí hacerlo. Conseguí ir algunos días a la semana y mantenerme mucho más estable. Cada vez me gustaba más vernos en el espejo, esta vez más sincronizadas.

Dios, ¿sabéis cuando sentís que algo realmente os saca de la realidad? ¿Y qué encima comienzas a disfrutarlo? Porque no solo me gustaba verme, también me gustaba como me habían enseñado a moverme en esos videos de aprendizaje que vimos juntas. Al principio, mi cuerpo era rígido y tenso, no obstante, después de casi un mes practicando había encontrado el modo de relajarme, de hacerlo a mi manera.

¿Y ese efecto sedante que dejaba en mi cuerpo todo el trabajo que hacíamos? Absolutamente impresionante.

Todavía tenía muchas inseguridades sobre mis movimientos y más si me comparaba con Kacey. Porque, joder, lo hacía muy bien. Así que cuando se lo confesé, lo único que me contestó fue: jamás te compares con nadie.

Jamás te compares con nadie...

Me incorporé hace poco al otro grupo. Siguió siendo difícil, pero intenté sobrellevarlo lo mejor que pude. Sentía que aún me quedaba mucho por aprender, pero al fin y al cabo ese inicio me había costado y creía de verdad que ya había pasado lo peor.

Cuando Kacey me dejó en casa era la misma hora de siempre. Diez minutos antes de las siete en punto. Puse la llave en la cerradura y maldije al no poder doblar bien mis congelados dedos.

Al entrar, me aseguré de cerrar bien la puerta. Lo peor fue volver a voltearme porque me topé de lleno con mis padres. Allí, en el salón, juntos. Mirándome con los brazos cruzados y con caras de estar muy enfadados.

Casi salté del susto.

No...

Miré de inmediato el reloj que había en la pared del salón. Joder, aun no eran las siete. ¿Qué hacían aquí? Mi cara lo decía todo. Estaba aterrorizada por lo que pudieran estar pensando.

—¿Se puede saber dónde estabas? —regañó mi padre con la mandíbula apretada, recalcando cada palabra. Ambos continuaban sin apartar la vista de mi estupefacta cara.

¿Por qué imponían tanto? Mi padre con su traje y mi madre con su camisa y su falda de tubo imponían en el trabajo, pero en casa lo hacía más que de costumbre. Tampoco era la ropa, sino las poses. Esas poses eran lo peor. Asustaban.

Miré a mi alrededor, pensando.

—Ehm...yo...

Mamá se acercó tanto que tuve que retroceder un paso. Papá se mantuvo atrás.




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