Footprints

Capítulo 25

Myrcella llegó como pudo hasta la puerta de su casa. Tras abrirla a trompicones encontró a sus padres en el sofá del pequeño salón, viendo un reality de los de siempre y compartiendo unas Mini Oreo.

Sus caras reflejaban lo consumidos que estaban por la vida.

—Hola —saludó su hija torpemente, mientras se acercaba a ellos —. ¿Qué tal el trabajo?

Su madre aun llevaba puesto su chaleco de limpiadora. Limpiaba algunas casas del vecindario y de vez en cuando trabajaba en una empresa clínica, donde pagaban algo mejor.

Su padre, aunque le gustase su empleo, era muy sacrificado. Trabajaba en la cantera. Llevaba puesta la gorra de siempre y su ropa seguía algo sucia; con pequeños pegotes de tierra.

—Estamos agotados —respondieron a la vez.

—¿Cómo llevas el pie? —preguntó su padre, quitándose la gorra y rascando su rapada cabeza.

Myrcella chasqueó la lengua. Su mueca dejaba bien claro cómo estaba su pie. Se lo miró con tal de no ver la reacción de ellos.

—Bueno, a veces me duele mucho.

—Sube arriba y ponlo en alto, luego te traigo hielo —indicó su madre.

Desde que salieron del hospital el mes pasado, esa frase es la que más frecuentaba en sus vidas.

—Mamá, el torneo es dentro de un mes. Justo el que me queda de reposo. Yo... no puedo practicar.

Ambos padres compartieron una mirada antes de bajarla hasta la moqueta. Y ella se sintió tremendamente culpable por eso. Había estado forzando demasiado el pie, no pudo evitarlo. Quería andar lo más rápido posible, pero lo estaba empeorando y su recuperación se estaba alargando.

El torneo era muy importante. Muchos ojeadores iban y ella se dejaba la piel jugando con tal de llamar su atención. Ahora no iba a presentarse a uno de ellos y eso la estaba matando.

Con una beca deportiva uno de sus problemas desaparecería: el dinero. La universidad costaba una barbaridad y, aunque sus padres hubieran estado ahorrando como podían durante casi toda su vida, ni de lejos se acercaban al coste real.

—Luego te subo el hielo —murmuró su madre de todos modos.

A la joven le gustaría mentir al decir que todo el esfuerzo que hacía, lo competitiva que era, era por lo de la beca. Porque no era del todo cierto.

En el fondo quería que saliese todo bien. Porque gracias a eso se sentía más valorada. Cuando vio que el deporte le daba algo de eso, se prometió que siempre seguiría así. No había nada mejor para ella que sus padres pensasen lo bien que lo estaba haciendo, y bueno, lo mucho que estaba consiguiendo ayudarles.

¿Lo malo? Que Grace le había arrebatado ese sentimiento que tanto apreciaba. Ese por el que se levantaba cada día a las seis, corría por el barrio y practicaba jugadas con su padre los fines de semana.

La rabia no dudaba en cegarla casi todo el día, sobre todo cuando se encontraba a Grace por el instituto. Ella tenía dinero de sobra, seguro que ni le importaba.

Iba a subir a su cuarto cuando escuchó las voces preocupadas de sus padres. Se quedó al pie de las escaleras y los oyó hablar angustiados. Myrcella hundió con fuerza sus manos en las empuñaduras de la muleta. Todo se había ido a la mierda. Ahora sus padres estaban mucho más agobiados.

No paraban de rondarle por la cabeza las mismas palabras desde el día del accidente, solo que ahora en lugar de ser murmullos, solo escuchaba gritos por exigir algo que aliviase el ardor que sentía por dentro.

«Se la devolveré. Se la devolveré». 

Y aquí os dejo mas de Myrcella. No para justificarla, pero si para entenderla. 

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Hera. M

 




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