Footprints

Capítulo 28

Dios, otro déjà vu.

Como cuando me escapé por romper esa estúpida estantería. Habíamos acabado en el mismo lugar, casi en las mismas circunstancias. La única diferencia es que tenía muy claro que no iba a volver a casa. Al menos, no voluntariamente.

El taxi se detuvo de un frenazo haciendo que la arena del camino se convirtiese en una pequeña nube borrosa alrededor de sus neumáticos. Miles no dudó en salir pitando tras pagarle al conductor, el cual se fue al instante. Clark parecía alterado.

Su ropa formal había desaparecido. Ahora vestía una sudadera de Marvel que no le había visto puesta antes; una chaqueta de las suyas; un pantalón gris de chándal y unas granes deportivas.

Se acercó hasta mí de una zancada y abrió y cerró tantas veces la boca que su indecisión llegó a cabrearme.

—Tus padres me han llamado —Su pecho subió y bajó por un momento de manera irregular—. Dios, Grace ¿otra vez?

—Ni siquiera sabes lo que ha pasado —mascullé haciendo que notase el enfado en mi voz.

—Ya, yo no lo decía en plan...—tosió. Su voz estaba rasgada—. Lo decía porque me han llamado asustados. Te están buscando por los terrenos y tu padre ha salido a carretera. Yo iba hacia tu casa y... me acordé de la última vez.

Lo sabía. ¿Por qué había acabado justo aquí? Tal vez mi subconsciente me trajera aquí por si pensaba que él vendría.

Se quitó su enorme chaqueta para colocármela en los hombros.

—Hace frío. ¿Quieres...?

—¿¡Por qué has tenido que decirles nada!? —le interrumpí quitándome su chaqueta y lanzándola al suelo.

Miles agrandó los ojos, alarmado, pero muy desconcertado. Nunca le había gritado así.

Me bajé de un salto del pretil. Él tuvo que echarse hacia atrás ante mi movimiento. Me miró desde arriba ahora que cada uno había vuelto a su estatura.

Obviamente, había sido él. Él había avisado a mis padres. Tampoco hacía falta ser muy espabilado. Ni siquiera lo culpaba. ¿Hasta cuándo iba a seguir haciendo lo que quería a escondidas de mis padres? Prácticamente iba de puntillas detrás de ellos fingiendo que todo estaba bien.

Estaba al corriente de que mis escapadas algún día acabarían saliendo a la luz, pero no quería que se enterasen tan pronto. Y de eso Miles sí tenía la culpa.

—Tu padre me llamó y aproveché para decirle que, bueno, me había cruzado contigo, que no sabía que salías a ver las estrellas.

A pesar de todo me salió darle un pequeño empujón. Le hice retroceder un mísero medio paso.

—Eres un traidor, ¿lo sabias? —dije con tal de desahogarme. Él hizo caso omiso.

—Grace, ¿qué iba saber yo?

No me molesté en seguir hablando. Negué con la cabeza y continué con mi inevitable llanto. Mis sollozos rellenaron y flotaron en la noche.

—¿Estás...estás bien?

Bufé, triste.

—No, no estoy bien, Miles —lloriqueé. Limpié mi nariz de una pasada mirando a cualquier parte.

Pude ver de reojo como él se mordía el labio, arrepentido.

—No lo estoy. —repetí tapando mi cara con las manos. Así solo hice más visible como mis hombros temblaban al llorar.

Se acercó hasta que pude notar calidez de un segundo cuerpo. Él seguro que notó como el mío tiritaba y no precisamente por el frío.

—¿Qué puedo hacer...? —Después de ver como sospesaba que decir, se lanzó a ofrecerme lo de siempre—: Ven.

—No —rechacé por primera vez en nuestra historia.

No quería un abrazo. Quería... Quería...

A pesar de rechazarlo, me agarró por los hombros y me hizo enterrar la cabeza en su pecho. Al principio, me resistí, pero en cuanto percibí la fuerza de sus brazos- de sus dos brazos-, decaí. Me estaba abrazando como si quisiera esconderme del mundo y que mi dolor no existiera.

Un afligido gemido escapó de mi garganta. Todo era demasiado, pero tenerlo junto a mí espantaba a ese monstro que antes quería atraparme.

—Está bien. Está bien... —dijo como si me hubiera leído la mente—. Estoy aquí.

Dios, lo quería tanto. En esos momentos podía permitirme decir eso sin sentirme culpable por lo demás.

—No sabía que te habían prohibido ir a ese lugar —admitió minutos después, arrepentido—. Parece ser importante para ti y lo siento. —Me estrechó todavía más hacia a él. Nunca me había dado un abrazo tan envolvente—. Lo siento mucho. Esto me pasa por meterme donde no debo.

A pesar de sentirme protegida entre sus brazos me separé de él. Mantuve nuestros cuerpos cerca.

—¿Por qué lo hiciste?

Mordió uno de sus carrillos antes de contestar:

—Porque te conozco, sabía que estabas mintiendo y estaba preocupado.

—Yo solo quiero hacer lo que quiero —murmuré.

Pareció desconcertado ante mi repentino comentario.

—¿Y qué quieres? —devolvió en el mismo tono sin dejar de mirarme.




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