INTRODUCCIÓN

Jackson Ross era un hombre destruido hasta cierto punto, su vida como hombre lobo no era mala, era uno de los alfas más poderosos, si, pero eso no eras lo más importante, como otros considerarían, uno de ellos siendo Edward Hughes.

El era desdichado por presenciar el asesinato de su mate, había sido desgarrador y el recuerdo era tan lastimero como el haberlo presenciado, su cuerpo había sufrido por cientos de años por ese suceso, ahora, estaba relativamente mejor.

El se torturaba siempre viendo la felicidad de las parejas que eran mates, ver su convivencia, imaginándose un posible presente si no hubieran matado a Stephen, su mate, pero él hubiera no existe.

Hasta ese día, el estaba observando todo y se encontró con un hermoso omega, pero su rostro no reflejaba felicidad verdadera, sus años de experiencia le decían, su olor era de desdicha, vio su cuello que mostraba una marca rojiza con tonos morados, por falta de atención del alfa, eso le intrigo.

Los días pasaban y le veía, cada día era peor la apariencia y olor del menor, su desdicha era tan grande que él quiso saber más, un omega siempre gozaba una felicidad inimaginable al estar único con su mate, o eso él pensaba.

Entonces lo estuvo vigilando, supo de su alfa Edward Hughes, el era un alfa obstinado y poderoso, menos que el por supuesto pero que amaba el poder.

Y él no hablaba nada bien del omega, y lo trataba mal, lo vio varias veces, el menor era muy sumiso y el alfa siempre le dejaba solo, los chillidos del omega los llego a escuchar varias veces, siempre de lejos.

Su corazón le dolía ante eso, el omega era una criatura muy hermosa, de una estatura baja para ser hombre, pero normal para un omega, labios rosas, pequeños, pelo rubio, ojos azules, piel lechosa y una hermosa sonrisa, pero que escazas veces mostraba.

El odio al alfa por desperdiciar lo que el tenia, siendo que el perdió a su mate y el era indiferente al pequeño rubio. El no quería la desdiches del menor porqué a su mente llegaba la imagen de su omega, su mate. El haría todo lo que estuviera en sus manos por la felicidad del menor.