Forja Tu Destino

La Selva de Cemento

Bajo la falda de las calles oscuras de una ciudad, un joven arquitecto se dirigía hacia su apartamento, estaba cansado y caminaba con parsimonia con las manos en sus bolsillos, mientras pateaba una lata, que algún estúpido hubiera dejado tirada en la calle. Mientras lo hacía divagaba en su mente acerca de porque se encontraba en esa situación, no parecía haber alcanzado lo que hace diez años se había propuesto. Se imaginaba viviendo en una casa que el mismo había diseñado, rodeada de vegetación, con muros altos y revestida en concreto, y madera por dentro; en ella viviría y dormiría con la chica de sus sueños, por las mañanas mientras ella dormía, él la despertaría con un cálido beso, y un grandioso desayuno, que él hubiera preparado con todo el amor del mundo para compartirlo entre los dos, luego tomarían baño juntos y se despediría de ella. Bajaría corriendo por las escaleras, y atravesaría la sala, para dirigirse al garaje, en donde lo esperaba un flamante auto aparcado, esperando a que él lo manejara a toda velocidad por la carretera, cada vez que hiciera un cambio de marcha, sentiría el rugir del motor que se entrelazaba con los latidos de su corazón, aumentando la segregación de neurotransmisores en todo su cuerpo y haciendo que se sintiera aún más feliz por la vida que estaba viviendo; teniendo su propia casa, un mujer especial y manejando su flamante vehículo con el cual se dirigía a su  empresa; la que había creado él mismo y por la cual se sentía muy orgulloso.

«Toda una vida de ensueño» —Pensaba él.

Trabajaba y trabajaba a diario sin parangón y por más que lo hacia su situación seguía igual, no sentía que progresaba, cada vez que obtenía dinero de su trabajo lo gastaba de manera desmesurada, en cosas que en realidad no necesitaba. Aunque tenía sus comodidades no las podía disfrutar por falta de tiempo… Que tampoco tenía para ver a sus padres, salir con alguna chica o con sus amigos, o quizás conocer diferentes lugares alrededor del mundo. También estaba harto de sus superiores y quería ser una persona más adinerada y de buen corazón, cada día que pasaba en su trabajo lo hacía más vacío y alejados de todo, aunque el creyera que era la mejor persona del mundo. Cuando era más joven quería ayudar a los más necesitados, pero la vida había hecho que se olvidara de ese ideal, aunque siempre miraba a los vagabundos con aquella compasión con la que todos lo miran y nadie hace nada por ellos, pero cada vez que se le acercaba uno a pedirle algo de dinero, le contestaba de manera airada —¡crees que tengo cara de banco! —volteaba su mirada, para no verle la cara.

Un día de camino hacia su residencia, la brisa helada le trajo un volante, que lo abofeteó en la cara, lo atrapo antes que se perdiera en el aire y le dio un vistazo, este tenía un símbolo de un corazón en llamas y un letrero que decía: “Crecer está dentro de ti, solo aquellos que tienen fuego en su corazón lograrán todo lo que desean”. Aquel letrero llamo tanto su atención que camino a su casa meditaba cada palabra y se decía para sí mismo. —Yo soy un gran arquitecto, y sé que tengo fuego en mi corazón, pero ¿porque no he logrado las cosas que quiero? —Yo he sido buena persona, hago las cosas que me solicita mi jefe y aun así siempre me encuentro en el mismo lugar. De repente algunas lágrimas corrieron por sus mejillas, no se dio cuenta en qué momento habían salido de sus ojos, como pudo se secó con sus puños de manera rápida, para que nadie lo viera abatido y triste por su situación, aunque las personas que por ahí pasaban, no se percataron de nada, pues ellas iban distraídas en sus propios universos.

Por las noches en la oscuridad de su habitación, acostado en su cama meditaba acerca de esta idea, pero al caer la mañana desistía de ella, la rutina sacaba de manera vivaz esa idea de su cabeza, hasta que nuevamente se encontraba en su cama lamentándose por no haber podido hacer nada. Los pensamientos retumban en su mente y cada vez que se asomaban los primeros rayos del alba, el joven amanecía sin menos energía más viejo y sin fuerzas, era alguien de veintiocho años y parecía una persona de casi sesenta años, su espíritu iba en total decaimiento. Su cuerpo se iba acostumbrando día a día, todo era rutinario, pasaba por los mismos lugares, comía en el mismo restaurante, su trabajo se reducía a una pequeña oficina en donde tenía que redibujar planos de otros arquitectos a diario, cada vez que su jefe lo regañaba sentía como algo se iba apagando en él, y se llenaba de rabia y frustración. Todo lo que tenía que hacer por ganarse unas monedas, todo lo que tenía que aguantar para poder sobrevivir; en su ser sentía que tenía que haber algo más.

Cierto día caminaba por la ciudad hacia su trabajo, para su mala suerte se tropezó con una protesta que bloqueaba su camino... Mientras intentaba atravesar con dificultad aquel pandemónium, se escucharon estallidos y las personas comenzaron a correr despavoridas. Se vio envuelto en medio de la acción, su instinto hizo que también se diera a la huida, buscando alguna calle que lo llevara a su lugar de trabajo. Corrió por un callejón a toda prisa, tropezó con algunas bolsas de basuras, se cayó y se levantó, siguió corriendo, llego a un boulevard y lo a travesó evadiendo los disturbios, que ahí se presentaban.




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