El viaje hacia Fork Valley, el pueblito de ensueño, le resultó sorpresivamente rápido a Bonnie. Subió las cosas que había empacado la noche anterior en su auto de renta muy temprano en la madrugada, dispuesta a comenzar su viaje mientras las estrellas aún estaban altas en el cielo y el resto de los viajeros, durmiendo cómodos en sus camas o también tomando el camino.
Pocas horas después, luego de millas y millas de verdes pastizales y bosques cubiertos de un grueso manto blanco, logró visualizar en la distancia un cartel bastante tapado por la nevada pronosticada de la semana, tal y como decían los noticieros de la zona.
“¡Bienvenidos a Roaring Fork Valley! Población: 40.000 habitantes” leyó Bonnie en su mente, acompañándolo con una sonrisa. Las imágenes que había visto en línea del pueblo no le hacían para nada justicia, opacando la natural belleza que estaba segura, el lugar tenía por sí mismo en cada época del año.
¿Pero cubierto por completo de nieve? Fork Valley era una verdadera postal navideña. Las calles centrales tenían poca cantidad de gente paseando, pero Bonnie supuso que seria por el frío que comenzaba a filtrarse a través del metal del auto.
Las casas eran bajas, en su mayoría pequeñas cabañas a cada lado de la calle acompañadas por tiendas con fachadas de madera. El edificio con mayor altura parecía ser un ayuntamiento o iglesia, pero con su mala visión, Bonnie no pudo distinguir si tenía algún cartel que lo indicara.
Si las indicaciones que recibió por correo electrónico no eran incorrectas, la casa de Vincent debía estar casi en las afueras del pueblo, en la unión con el pueblo vecino y el bosque característico del sitio. Frenando al costado de la acera, Bonnie configuró nuevamente su GPS para llegar al lugar. Según el aparato, solo sería un viaje de unos diez minutos.
El resto del pueblo, comparado con la casa de Vincent, parecía un juego. Al llegar a su destino, Bonnie no pudo evitar soltar un jadeo. La “pequeña cabaña de campo” como su jefe había indicado en su invitación, debería haber sido llamada como lo que realmente era: una mansión en el medio del bosque. Los árboles, más altos que la misma casa, rodeaban por completo la mansión, dando un aire de protección que resultaba muy tranquilizador y pacífico.
Y como prometían los blogs literarios, el hogar De Luca estaba decorado en su totalidad. Ni siquiera con su infinita paciencia, Bonnie llegaría a contar la cantidad de pequeñas luces que recorrían cada pared, valla de madera y arbusto. Sin olvidar, por supuesto, el muñeco de Santa tamaño real en el costado del techo que movía sus piernas como si estuviera a punto de caerse junto con su bolso rojo.
Bonnie frenó el auto de alquiler en la nieve. Sopló calor sobre sus manos repentinamente congeladas de los nervios y tomó su abrigo, que había dejado en el asiento a su lado. Luego recogió las pocas maletas que trajo para el viaje del asiento trasero y se dispuso a seguir el camino limpio de nieve por los barrenderos.
La nieve crujía bajo sus botas y el aire frío le hacía cosquillas en la nariz. Pero se ajustó el abrigo y continuó caminando. Pronto llegó hacia un jardín lleno de plantas y flores. Una mujer de cabello negro y ojos verdes estaba arrodillada en el jardín, plantando bulbos de flores en la nieve con un traje de jardinera y un gorro de paja.
—¡Hola! —saludó Bonnie, acercándose a la mujer. Esta saltó sorprendida, poniendo la mano en su pecho—. ¿Es usted Ludovica?
La mujer se levantó con apuro y una sonrisa enorme que le cubría por completo el rostro. Sacudió sus manos en su ropa y con confianza, tomo a Bonnie en un abrazo para plantarle un beso rápido en cada mejilla.
—¡Niña! Estás congelada —dijo Ludovica, con preocupación clara en su voz—. Soy Ludovica, pero puedes llamarme Lu. ¿Eres Bonnie, verdad? Vincent me contó todo sobre ti.
Bonnie se rio nerviosa, pensando que habría salido de la boca de su jefe. ¿Algo agradable? Esperaba que así fuera, y no algo como “la bruja que me hace trabajar sin descanso y que me recuerda a cada hora todo lo que debo hacer”.
—Espero que todo bueno —se burló Bonnie, con una sonrisa.
—Puedes confiar en eso, dolce—Ludovica apretó cariñosamente su hombro, señalando el interior de la casa—. Bienvenida a Fork Valley, espero que tu viaje haya sido bueno. Si quieres ve entrando, Vincent estaba en su oficina, en el segundo piso. De paso dile que comience a reflexionar sobre la cena, que hoy es su turno de cocinar.
Bonnie asintió con una sonrisa. La relación entre ambos parecía mucho más relajada ahora que la veía de cerca. En el trabajo, solía pensar que Ludovica y Vincent eran de esas parejas de casados que viven sus vidas peleando, sin ponerse de acuerdo en nada.
Entro a la casa, se limpió los zapatos en la alfombra para no esparcir la nieve por todos lados y subió hacia el segundo piso. La oficina no fue difícil de encontrar, tan similar en apariencia y organización como la que Vincent tenía en Aspen. Supuso que para mantener su musa e inspiración, su jefe prefería mantener las cosas similares, controladas.
Antes de ingresar toco la puerta, y cuando oyó la voz gruesa del hombre decir “Pase”, entró con mayor confianza. Vincent estaba en su escritorio caoba, rodeado de sus libros ya publicados y miles de hojas de notas. En sus manos, tenía sus gafas y una libreta arrugada donde escribía fragmentos de su nuevo proyecto.