Fork Valley

4. Dia de esquí

Massimo despertó con un fuerte dolor de cabeza y una incomodidad en todo su cuerpo. Se sentía como si hubiera dormido en una cama de piedra, y cuando intentó moverse se dio cuenta de que tenía un dolor agudo en su hombro y en la espalda. Maldiciendo, culpó al maldito sofá incómodo. 

Su molestia por el dolor creció al pensar en que si no fuera por Bonnie, la visita sorpresa de sus padres, estaría durmiendo muy cómodo en su cama, con un cuarto que tenía una perfecta vista al bosque y a la laguna detrás de él. 

Y como si fuera poco, hoy tenía la reservación en el centro de esquí que había esperado por meses. 

—Toc toc, cariño —Ludovica salió de su cuarto aún en pijama. Abrazo a su hijo en el sillón y lo tomo por las mejillas—. ¿Qué tal dormiste?

Massimo la fulmino con la mirada. ¿Acaso no era obvio?

—Excelente, mamá —dijo sarcástico. 

Ludovica lo ignoró con una sonrisa, acomodó las flores desparramadas en floreros alrededor de la sala de estar y regó algunas nuevas que había colocado dentro de la casa. Tras terminar su inspección, se vio satisfecha y señalo la cocina. 

—Acompáñame, vamos. Haremos el desayuno juntos 

Él la siguió de mala gana. La ayudo a recoger los ingredientes de los gabinetes más altos para facilitarle la tarea a su madre y se tiró en la silla más cercana, sintiendo como el dolor en su sien se hacía cada vez más agudo. 

Tratando de aliviarlo, froto un poco su frente. Esto a veces parecía funcionar con sus migrañas, además de las pastillas que tan inteligentemente se había olvidado de traer en su viaje. Conseguirlas ahora en la farmacia del pueblo sería una verdadera odisea. 

—¿Estás bien, hijo? —preguntó Ludovica, preocupada.

—Sí, solo tengo un poco de dolor de cabeza —respondió él.

Ludovica asintió y continuó preparando el desayuno, pero Massimo podía notar que frenaba seguido para verlo.

—Lo siento, mamá —dijo, sintiéndose un poco avergonzado—. Sé que lo que hice ayer con Bonnie no estuvo para nada bien. 

Ludovica suspiró y se sentó en la mesa, frente a él.

—No es solo eso, Massimo. Tienes que entender que tus acciones tienen consecuencias. Tu padre y yo estamos muy preocupados por ti, no nos llamas, no nos dices nada de lo que planeas hacer. No puedes seguir comportándote así, especialmente siendo que eres un adulto. Y como adulto que eres no debes disculparte conmigo, sino con Bonnie.

Massimo asintió con la cabeza, sintiéndose aún más avergonzado. Había estado tan enojado y confundido al ver a alguien desconocida en su cuarto que actuó de la peor manera, como un verdadero cretino. 

—Lo sé, lo sé. Hoy mismo me disculparé, lo prometo. ¿Aún no se ha despertado, verdad?

Ludovica asintió, ilumino su rostro con una enorme sonrisa y lo abrazo con fuerza.

—Te queremos mucho, hijo. Solo queremos lo mejor para ti. Ahora, llamemos a todos a desayunar así después aprovechamos el día. 

Massimo asintió con entusiasmo. A pesar del dolor de cabeza y del dolor en el hombro, estaba emocionado de poder pasar el día en el centro de esquí. Estaba decidido a disfrutar al máximo, incluso si eso significaba una visita en la farmacia más tarde. 

—¿Podrás ir a despertar a Bonnie? —Ludovica pregunto desde la entrada de su cuarto, lanzando una mirada interrogante a su hijo—. Mientras despertaré al vago de tu padre. 

Él tragó saliva, nervioso. Debía enfrentar a la asistente de su padre ahora o nunca. Tan solo esperaba que ella no estuviera demasiado enfadada como para llegar a perdonarlo. 

Pensando en una mejor manera de llevar a cabo la disculpa, decidió escribir una nota en un papel. “Lo siento por todo, Bonnie. Espero que podamos llevarnos bien en estas vacaciones (…)”. 

Subió con rapidez al segundo piso, considerando si debía golpear la puerta o simplemente deslizar la breve carta por debajo. Al final, se decidió por la segunda opción. 

Pero como todo en su vida, su método para no tener que enfrentar a la guapa y muy enojada morena no resulto en lo absoluto. 

Unos momentos después de que la carta atravesara la rendija debajo de la puerta, Bonnie abrió y Massimo se encontró frente a ella, mirándola a los ojos.

—Hola, Bonnie —dijo, rascándose el brazo nervioso—. Sé que no tienes ningún motivo para hacerlo, pero espero que me concedas un minuto para disculparme por lo que hice anoche. Fue una reacción irracional y estúpida de mi parte, y no tienes que preocuparte por mí. Sé que no tengo derecho a exigirte nada, pero espero que puedas perdonarme. Puse todo en la carta, por si no deseas oírme. 

Bonnie lo miró por un momento antes de suspirar.

—Está bien, Massimo. Entra.

La morena se apoyó en la pared, con los brazos cruzados sobre su pecho y con una mirada expectante en el rostro. Massimo podía sentir como sus ojos chocolates lo atravesaban como si fueran dagas. 

—Mira, no tenía ningún derecho de tratarte así ayer —comenzó tras respirar profundo—, y sé que ninguna excusa puede cubrirme por la manera en la que fui contigo. Solo quería decirte que todo se sumó en una bola de mal humor que no debería haber tirado contra ti, el ajetreo del viaje, el cansancio del trabajo. Estos días no fueron los mejores. 




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