—¿Bonnie? —preguntó Massimo, mirándola como si fuera un cervatillo perdido.
¿Acaso tan mal esquiaba? Ella sabía que siendo su primera vez no sería particularmente buena, pero esperaba que rodearse con gente capacitada, como la que había en esa pista y siguiendo los consejos de los empleados del lugar lograría dar al menos un paseo por la nieve.
Había sobrestimado sus capacidades por demás, eso estaba claro.
—Massimo —respondió, apretando los dientes—. No esperaba verte por aquí.
Pasar vergüenza sola era una cosa insignificante dentro de su mente, más cuando se trataba de extraños. Pero con él, alguien a quien había declarado su enemigo público número uno hace muy poco tiempo (o al menos, hasta que este se dignó a disculparse) la volvía un poco loca.
Sabía que él, un chico perteneciente a una familia con dinero antiguo, definitivamente sabia como ponerse los esquís y usarlos alrededor de la pista que quisiera. Encontrarla a ella debía ser solo una manera más de hacerla sufrir, de refregar en su rostro que él la superaba en algo.
Massimo la miraba expectante.
—¿Bonnie, me oíste? —preguntó él, chasqueando los dedos frente a su rostro.
—Disculpa, ¿dijiste algo?
Bonnie nunca lo había notado hablar.
—Te pregunté si querías que te enseñara lo básico —repitió él, moviendo los pies con confianza en su esquí y estirando la mano en su dirección—. Estaba por irme a casa, pero puedo quedarme un rato para mostrarte lo necesario para que disfrutes un poco el centro.
—¿Cómo una especie de instructor privado? —pregunto ella, con una risa de desconfianza. Estaba segura de que Massimo solo se estaba burlando de ella, como alguna especie de venganza macabra por haberle robado el cuarto.
—Claro, si deseas ponerle un título —Massimo se rio. Varias mujeres a su alrededor se giraron a mirarlos, obviamente notando lo guapo que era el hijo de Vincent—. Prometo no dejarte caer.
—Solo lo creeré cuando lo vea —respondió Bonnie, levantando una ceja—. Pero… ¿Debemos comenzar ahora?
Al ingresar había pensado que era una de las pistas fáciles, pero al ver como las personas en el lugar esquiaban con confianza y se lanzaban por el paisaje empinado, dudaba un poco estar en lo correcto.
—Vamos, no te acobardes ahora —dijo Massimo, acercándose a ella y tomándola del brazo—. Déjame enseñarte cómo se hace. Prometo no reírme ni nada por el estilo. Solo ayudarte.
Bonnie miró hacia abajo, sintiendo la calidez de la mano en su brazo. ¿Por qué tenía que ser tan amable justo cuando ella había decidido odiarlo?
—No sé —dijo finalmente, levantando la vista hacia él—. No quiero parecer más tonta de lo que ya soy.
Massimo rio suavemente y levantó su mano libre para acariciarle la mejilla. Pronto pareció notar lo que había hecho y tosió, como si algo se hubiera atorado en su garganta.
—Lo siento, tenías un copo de nieve en la mejilla —dijo. Luego se dedicó a observarla fijamente, borrando su sonrisa y luciendo nervioso—. No eres tonta, Bonnie. Eres una persona valiente por venir aquí y tratar algo nuevo. Ahora, ¿quieres que te enseñe o no?
Bonnie suspiró y asintió.
—Sí, por favor. Apreciaría mucho tu ayuda.
Massimo volvió a sonreír y le ofreció su mano.
—Entonces vamos a empezar con lo básico. Primero, debemos ajustar tus esquís porque veo que los tienes flojos ¿Quieres hacerlo tú misma o prefieres que lo haga yo?
Bonnie miró sus esquís y luego a él. No tenía idea de cómo ajustarlos y realmente no quería hacerlo mal. Había oído la explicación del hombre de la tienda, pero el servicio que ofrecían para colocarlos ellos era demasiado caro y en su terquedad, creyó que sería capaz de ponérselos sola.
—¿Podrías hacerlo tú? —dijo finalmente, dejando de lado un poco su orgullo.
Massimo asintió y se agachó para ajustar los esquís de Bonnie. Ella observó cómo ajustaba los cordones y luego las correas para asegurarse de que estuvieran bien sujetos a sus pies. Al terminar, tiro de las ataduras un poco, comprobando que estuvieran bien pegados al pie y las pantorrillas.
—¿Lista para probarlos? —preguntó Massimo, levantándose.
Bonnie asintió y se puso de pie, tratando de no perder el equilibrio.
—Bien —dijo Massimo, tomando su mano—. Primero, debemos ir a la silla eléctrica para bajar a la pista de principiantes. Sigue siendo difícil, pero tienen menos obstáculos y no tantas pendientes.
—Suena bien para mí —dijo Bonnie, siguiéndolo.
Una vez en la pista, Massimo le enseñó cómo mantener el equilibrio y cómo moverse con los esquís. Después de un par de horas de práctica, Bonnie empezó a sentirse más cómoda con las largas tablas de madera atadas en sus pies y estaba realmente disfrutando del paseo.
Y con mucha sorpresa, noto que también disfrutaba de la compañía de Massimo. En un principio había creído que su disculpa en la casa y mediante la carta solo era un movimiento para tranquilizar a sus padres, pero parecía mucho más relajado y agradable que cuando lo conoció la otra tarde.