Massimo llegó al aeropuerto con el corazón en la boca. Creyó que no llegaría a tiempo, siendo que cuando encontraron la carta sobre la mesa hacían horas de que Bonnie abandonara el hogar, si el frío de su cama y su cuarto vacío indicaban algo. Sin perder un segundo, Massimo echó a correr hacia la puerta de embarque.
Cuando llegó, vio a Bonnie a través de una ventana. Ella estaba sentada en un banco, con la cabeza entre las manos. Massimo empezó a gritar su nombre mientras empujaba a la gente que se interponía en su camino.
—¡Bonnie! ¡No te vayas! ¡Te necesito!
Ella levantó la cabeza y vio a Massimo corriendo en su dirección. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se levantaba del banco y empezaba a caminar hacia él.
Pero antes de que pudieran reunirse, un grupo de agentes de seguridad les cortó el paso. Massimo trató de explicarles lo que estaba pasando, pero las palabras se le atravesaban en la garganta. Finalmente, se derrumbó en el suelo, incapaz de contener el llanto.
Bonnie se abrió paso entre los agentes y corrió hacia Massimo con su bota ortopédica. Se arrodilló con dificultad a su lado y le pasó un brazo por los hombros.
—Lo siento tanto, Massimo —dijo con lágrimas en los ojos—. No quería hacerte daño. Pero necesitaba alejarme de todo esto.
Massimo la miró con ojos llenos de amor y tristeza.
—No puedes irte, Bonnie. Te necesito aquí, conmigo.
Bonnie suspiró y levantó la vista hacia el techo, tratando de contener las lágrimas.
—Yo también te necesito, Massimo. Pero tengo miedo. Miedo de no ser suficiente para todo esto, y terminar perdiendo absolutamente todo.
Massimo la miró a los ojos y le sonrió con ternura. Notando la tristeza y el nerviosismo de Bonnie, levantó su mano para acariciar su mejilla.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Bonnie. No necesito nada más, ni que seas perfecta. Solo a ti, tal y como eres.
Bonnie se echó a llorar y se arrojó a sus brazos. Los dos se abrazaron con fuerza mientras la gente a su alrededor los rodeaba para llegar a sus propios vuelos.
Se quedaron abrazados por lo que parecieron horas, sin decir nada. Finalmente, Bonnie se separó de él y le miró a los ojos.
—Prométeme que me avisaras si en algún momento llegas a cambiar de opinión sobre nosotros —le dijo con voz temblorosa—. Si vas a romper mi corazón, necesito poder prepararme.
Massimo se rio con ganas y le tomó las manos.
—Te lo prometo, Bonnie. Pero no será necesario —dijo él. Para remarcar el peso de sus palabras, pego su frente a la de ella—. Nunca cambiaré de opinión sobre nosotros, ya que pienso cuidar de tu corazón muy bien.
Ella le sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Volvemos a la casa de tus padres?
Massimo asintió.
—Podemos hacer lo que tú quieras —dijo él con una sonrisa—. Solo quiero estar a tu lado y hacerte feliz.
Bonnie se secó las lágrimas y le dio un suave beso en los labios.
—Me gustaría volver al pueblo y empezar de nuevo —dijo con determinación—. Podemos tomarnos nuestro tiempo y trabajar en nuestras diferencias, si eso es lo que necesitamos para estar juntos.
Massimo la abrazó con fuerza y le dio un beso en el cabello.
—Es una excelente idea. Podremos lograrlo si nos mantenemos juntos —dijo, antes de susurrar a su oído—. Creo que ya me estoy empezando a enamorar de ti.
Bonnie lo observo con cariño y se apoyó en él, sintiéndose segura y querida. Juntos, caminaron hacia la salida del aeropuerto con sus maletas.
La nieve bajo sus pies nunca se había sentido tan mágica como en aquel momento.
FIN