Fort Worth

Capítulo 4

Grace

Años atrás aprendí a no aferrarme a mis emociones, sabiendo que en cualquier instante pueden convertirse en traidoras. Declaré terminado aquello que mi corazón había albergado por tanto tiempo, y el hecho de que siga latiendo con tanta fuerza me deja una profunda sensación de vacío.

Cuando él está cerca, algo poderoso me sacude; mi corazón amenaza con desbocarse y una extraña efervescencia se apodera de mi estómago. No puedo evitar sentir el arrepentimiento por haber vuelto. Mi propósito era anunciar mi compromiso, pero ahora, sopesándolo, una simple videollamada habría bastado.

La cena es un ejercicio de silencio, roto sólo por las voces de mi padre y Adam conversando a ratos. Mi madre, concentrada en comer, me lanza miradas furtivas. Al terminar, me uno a ella para recoger los platos. Mi mente está tan dispersa que no percibo que Adam me observa desde el umbral, brazos cruzados y una sonrisa en los labios.

—¿Ya te dije lo deslumbrante que te ves esta noche? —su voz rompe el aire. Le devuelvo una sonrisa mientras él se acerca, envolviéndome en su abrazo. Busco sus labios con urgencia, anhelando que un beso borre el torrente de mis pensamientos.

Sus manos recorren mi silueta; mis dedos se aferran a su camisa con desesperación. Una de sus manos desciende hasta mi cadera, presionando firmemente contra él. Me separo buscando desesperadamente el aliento, apoyo mi frente contra la suya y cierro los ojos cuando sus dedos rozan mis labios.

—Pareces agotada —murmura. Asiento, manteniendo los ojos cerrados. No era cansancio… era el agotamiento total que conlleva regresar a este sitio.

Asiento. Él frota sus manos en mis brazos, dándome calor.

—Mañana podríamos ir a la ciudad, distraernos un poco —propone, buscando rescatar la calma.

—Quizás —respondo, sin prometer nada.

Él me rodea con los brazos y apoya la barbilla sobre mi cabeza. Me dejo envolver, pero mi mente está lejos, atrapada en un recuerdo que creí enterrado.

El corazón me da un vuelco, y antes de darme cuenta, el nombre resuena en mi mente como un eco imposible de apagar.

El sonido de una puerta al cerrarse dentro de la casa me devuelve al presente. Me aparto de Adam con una sonrisa temblorosa, pero dentro de mí algo ha despertado. Algo que no debería.

***

El amanecer llega sin que haya podido dormir. La casa permanece en silencio, salvo por el canto lejano de los gallos y el crujir de la madera al dilatarse con el frío. Me levanto con el primer rayo de luz, intentando sacudir la pesadez de los sueños que no tuve, pero que me agotaron igual.

El espejo del tocador me devuelve un reflejo ojeroso y ausente. Aun así, me recojo el cabello y me pongo un suéter grueso antes de bajar. El olor del café recién hecho se mezcla con el de las tostadas, y por un instante, casi parece un día normal.

—Buenos días, cariño —dice mi madre al verme aparecer. Su sonrisa es amable, pero sus ojos me observan con esa preocupación silenciosa que intenta ocultar.

—Buenos días, mamá —murmuro, tomando una taza—. ¿Papá ya salió?

—Hace un rato. Dijo que iría a revisar el terreno detrás del granero.

Mi corazón tropieza con el siguiente pensamiento, uno que me niego a alimentar, pero antes de que pueda evitarlo, escucho el ruido de una camioneta deteniéndose frente a la casa.

El sonido del motor me resulta tan familiar que mi respiración se detiene.

Mi madre lanza una rápida mirada por la ventana y suspira.

—Parece que llegó Jack.

El nombre se suspende en el aire como una sentencia, siento un escalofrío recorrerme la espalda, una mezcla de nerviosismo y de algo que creí olvidado.

Asiento, sin poder pronunciar palabra. Mis manos se aferran a la taza caliente mientras escucho el golpe seco de la puerta delantera. Su voz, grave y profunda, resuena desde el pasillo, y el sonido me atraviesa como una corriente eléctrica.

Cuando lo veo aparecer en el umbral de la cocina, el tiempo se detiene.

Jack se quita el sombrero, el cabello despeinado cayendo sobre su frente. La mirada verde —tan fría y tan viva— se cruza con la mía, y en un segundo todo lo que había intentado enterrar vuelve a la superficie.

—Grace.

—Jack —respondo, con un nudo en la garganta.

Adam aparece justo en ese instante, bajando las escaleras con pasos tranquilos, ajeno a la tormenta que se ha desatado en el aire. Pasa un brazo alrededor de mi cintura y le doy una sonrisa, cuando deja un besos en mis labios, dándome los buenos días en voz baja.

—Buenos días —saluda, extendiendo la mano hacia Jack.

El ambiente se llena de un silencio espeso, tan denso que hasta el zumbido del refrigerador parece sonar más fuerte. Adam conversa con Jack con una naturalidad que me resulta casi insoportable. Yo finjo buscar algo en la alacena, intentando no mirarlo, aunque cada fibra de mi cuerpo sabe exactamente dónde está.

—Tu padre me pidió ayuda con el corral del sur —dice Jack. Su voz suena tranquila, segura.

—Siempre tan dispuesto —responde mi madre, sonriendo con una calidez que a mí me cuesta fingir.

Él asiente, y antes de salir, sus ojos se cruzan con los míos una vez más. No dice nada. No hace falta. En esa mirada hay más historia que en todas las palabras que podríamos intercambiar.

El golpe de la puerta al cerrarse me deja una sensación de vacío. Adam me observa confundido.

—¿Pasa algo? —pregunta.

Tomo aire antes de responder, evitando que mi voz tiemble. Me aseguro que está todo bien, sonriendo sin ganas.

Minutos después, mientras Adam y mamá conversan, decido salir. El aire fresco me golpea el rostro, despejando un poco mis pensamientos. Camino hacia el granero, impulsada por una mezcla de valentía y necesidad.

El sonido del martillo contra la madera me guía hasta él. Jack está de espaldas, con la camisa remangada y el sol dorando su piel. Por un instante me quedo inmóvil, observando cómo se mueve con esa naturalidad que siempre lo distinguió, como si perteneciera a este lugar… como si yo nunca me hubiera ido.



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En el texto hay: romance, cowboy, celos amor

Editado: 16.11.2025

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