Grace
En el momento en el que salgo del granero, encuentro a mi papá de espaldas a mí dándole algún tipo de indicaciones al hombre que hace un rato había acelerado mi corazón una vez más, en silencio los miro hasta que, ambos voltean y lo único que puedo hacer es mostrarles es una sonrisa llena de nerviosismo.
Jack roza uno de mis brazos con el suyo cuando pasa por mi lado, y con la mirada que me dedica, sé que ha sido intensional. Mi padre mira con curiosidad el lugar por donde se ha ido, antes de dirigir la mirada en mi dirección.
—¿Qué haces aquí? —pregunta cruzándose de brazos, doy un paso hasta estar a su lado y miro a mi alrededor, encogiendo los hombros.
—Mamá me ha dicho que estabas acá.
—No creo que solo hayas venido por eso, hija. No sabes mentir —sonríe—. En eso te pareces a Gabriella.
El aire que estaba conteniendo desde hace un par de minutos se me escapa, y antes de mirarlo a los ojos, pongo una sonrisa decisiva en mi rostro.
—Me gustaría ir al rodeo.
Su postura serena se desvanece al escucharme, y me mira con un gesto nervioso antes de responder.
—No.
—Adam irá conmigo —sonrío—. Sé que no te gusta, pero no era una pregunta, papá.
No dice nada, pero puedo sentir la duda y el miedo que crece en él. El rodeo era una de mis cosas favoritas desde pequeña, al igual que había sido la pasión de mi padre durante años, solíamos ir todas las noches y apoyarlo, disfrutamos todo lo que pudimos gracias a él, hasta que un día mi padre tuvo un accidente y nunca más pudo volver a ello.
Desde ese momento, nadie en mi familia hemos vuelto a pisar un rodeo. Hasta ahora. Estaba decidida a ir ahora que había regresado.
Papá aprieta la mandíbula, ese gesto casi imperceptible que solo ocurre cuando algo le duele más de lo que quiere admitir. Durante un momento, creo que va a repetir su “no” más firme, más definitivo, pero solo suspira y mira hacia el horizonte, como si allí pudiera encontrar una respuesta distinta a la que teme darme.
—Sabes por qué no quiero que vayas, Grace —su voz se quiebra apenas, lo suficiente para apretar mi corazón.
Me acerco un poco más, aunque él sigue sin mirarme.
—Solo quiero ir a ver. No pienso acercarme a la arena ni hacer una locura, papá.
Él finalmente me mira, y por un segundo vislumbro el mismo miedo que vi la noche del accidente, aquel que lo persigue desde entonces.
—No quiero que te pase algo. No quiero que revivas lo que…
—Te prometo que no pasará nada. Me cuidaré, le pediré a Adam que vaya conmigo por eso mismo.
Papá suelta un suspiro largo y cansado.
—Grace… no quiero perderte a ti también.
No esperaba esa frase, porque sabía que significaba. Él se había perdido así mismo después del accidente y habían sido momentos que nadie en mi familia quisiera revivir.
Doy un paso y lo abrazo sin pensarlo, él tarda un segundo en reaccionar, pero finalmente pasa un brazo por mis hombros, firme, protector.
La tarde cae rápido, y para cuando la camioneta de Adam aparece frente a mí, me siento lista. O al menos, lo más lista que puedo estar para enfrentar un lugar que un día amé con el alma, y que después arrasó con ella.
—¿Segura? —pregunta Adam al verme cerrar la puerta detrás de mí. Asiento, respirando hondo.
—No pienso echarme para atrás ahora.
Él sonríe, ese tipo de sonrisa tranquila que siempre me ofrecía cuando lo necesitaba.
El viaje es silencioso, pero cómodo. A lo lejos, el sonido del rodeo empieza a hacerse más claro: las voces, la música country, el agudo timbre del altavoz anunciando a los jinetes. Y, de pronto, el nudo en mi pecho se aprieta.
—Podemos regresar —murmura Adam, mirando de reojo.
—No —suelto con rapidez—. Estoy bien. Solo… necesito un segundo.
Él asiente sin insistir, y me gusta eso, nunca me obliga, nunca presiona.
Al llegar, el aire huele a polvo, cuero y algodón de azúcar. Todo me golpea de golpe. Recuerdos. Nostalgia. Dolor. Alegría. Todo mezclado, todo confuso.
Dejo que Adam se acerque un poco más, como si pudiera darme estabilidad.
—Vamos despacio —me dice—. Yo estoy aquí, ¿sí?
Asiento… y entonces lo veo.
Jack.
Apoyado contra una de las vallas, sombrero bajo, brazos cruzados, la camisa ajustada al torso como si quisiera competir con el resto del rodeo en quién lograba llamar más la atención. Y lo consigue. Lo consigue demasiado bien.
Mis pasos se detienen sin permiso.
El corazón… también.
Porque levanta el rostro justo en ese momento, y nuestros ojos se encuentran con la misma fuerza de un lazo arrojado al aire que termina por atraparte sin remedio.
Lo veo sonreír de lado, ese pequeño gesto que siempre ha significado problemas, y empieza a caminar hacia nosotros.
—Genial —murmuró Adam a mi lado, con un tono que conozco bien.
No digo nada, no sabía cómo sentirme en ese momento. Jack se detiene frente a mí.
—¿Te sientes bien?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Asiento con un movimiento de cabeza sin despegar los ojos de él.
Mi pareja da un paso adelante, interponiéndose ligeramente, como si quisiera dejar claro que no estoy sola. Se miran entre ellos y puedo sentir el ambiente tenso.
—¿Necesitas algo?
—Adam —susurro—. Todo bien.
Pero no sé a quién se lo digo realmente.
Jack vuelve su atención a mí, y su voz baja de volumen, volviéndose casi íntima entre todo el ruido del rodeo.
—No te alejes mucho, cariño. Este lugar puede ser demasiado para alguien que volvió después de tanto tiempo.
Mi pecho arde.
—Ella está conmigo —espeta Adam, frunciendo el ceño ligeramente. Entrelazo mi mano con la de él, para evitar algún inconveniente.
Jack asiente, sin molestarse, no deja de mirarme en ningún momento. Y cuando pienso que no dirá más nada, suelta algo que hace a mi corazón detenerse por completo, tras entender lo que significaban.