Fortis Fortuna Adiuvat

I

NADYA

Entro en la discoteca.

Llevo un vestido corto y ajustado de alta costura, con tacones antideslizantes.

Cuando llevas tanto tiempo en esto, sabes combinar las artes marciales con el buen gusto.

La Directora estaría orgullosa.

La Directora estaría orgullosa

Avanzo entre la gente.

El hedor a sudor y a otras secreciones invade el ambiente.

Me acomodo en la barra y miro hacia los reservados.

Está aquí.

Pese a tener un contrato de dos millones, Álvaro Fonseca se divierte en una discoteca.

Nunca entenderé a los hombres. 
Me basta con matarlos.

Su reservado está a rebosar de chicas.
Pero ninguna como yo.

Así que dejando la barra, me acerco a la pista de baile y empiezo a bailar.

Suena alguna canción de las listas de actualidad. Pero yo me he pasado tanto tiempo en el extranjero que no reconozco al intérprete.
Me basta solo con escuchar la melodía para acompañarla con mi cuerpo.

No cierro los ojos para no perder detalle del reservado, pero un par de pasos después de haber empezado a bailar, sé que él me está mirando.

Muevo la cabeza alternando los movimientos de mis caderas y dejando que mi pelo suelto se mueva por mi espalda desnuda.

Levanto los brazos dejándolos llevar con la música, me siento libre.
Y pronto, noto que se ha hecho un círculo a mi alrededor, todos me miran.

Lo he conseguido.

Uno de sus guardaespaldas se me acerca y me invita a entrar.

Lo sigo con paso firme y entro en el reservado.

-Vamos ricura, siéntate a mi lado.

Le sonrío y hago lo que me pide, pero los pequeños sofás están atestados de hormonas adolescentes y pobres diablas que no saben lo que hacen, así que me siento en sus rodillas.

Me mira con una sonrisa en la boca, provocativamente, y yo le respondo con otra, pasándole mi mano por la nuca.

Uno de los guardaespaldas se acerca peligrosamente para alejarme, pero Álvaro le hace una señal, y me permiten seguir ahí.

Sus manos se mueven sobre mis muslos acercándome a él.

-Que calladita eres.

Acerco su boca a la mía y le beso a malas penas, introduciéndole con mi lengua una cápsula del tamaño de una cabeza de alfiler en su boca.

Cojo una copa de la mesa y bebo un trago, y acto seguido le paso la copa a él, que la bebe hasta el fondo.

Me vuelvo a acercar y le planto un beso en los labios. Y cuando veo que el veneno hace su efecto, le doy uno en la frente y digo en voz ahogada:

-Spit (1).

Su cabeza cae sobre el sofá y yo me levanto de sus piernas.
Una de las chicas le agarra e intenta despertarlo.

-Lo siento, chica. Él ya no va a despertar.

Uno de los guardaespaldas se acerca a él y me mira.

-¡¡Suka (2)!!

Grita, alertando al resto de gorilas que no han podido hacer nada mientras yo lo mataba.

Saca un arma y me apunta.

Y entonces la situación sucede de manera rápida.

Le sujeto la mano y la subo. Dispara al techo de la discoteca. Las chicas se dispersan. Con la otra mano le arrebato el arma. Le disparo en la cabeza.

A mis espaldas, dos guardias más me cogen de los hombros. Me pongo de cuclillas. Disparo al de la derecha. Pateo al de la izquierda. Le disparo.

Para entonces ya ha saltado la alarma, y me refugio entre el batallón de gente que intenta salir en tropel de la discoteca. Me limpio la sangre que me ha saltado.

Otro gorila, esta vez en la puerta.
Me ve.

Me doy la vuelta y corro. Dispara.
Casi me roza el muslo. Sigo corriendo.

Llego hasta la salida de emergencia trasera. Dos gorilas más esperándome.
Me disparan en el brazo derecho. Pierdo la fuerza para disparar.
Me inclino hacia atrás para clavarle mis tacones recién afilados. El derecho se clava en su hombro. Me coge y me lanza al suelo.
Se acerca para patearme y me agarro con fuerza a su pierna. Saco de mi escote una daga y le desgarro el muslo, y con él la femoral.

Me levanto y agarro la pistola con la mano izquierda. Disparo y me libro del otro gorila.
Salgo hacia la calle principal y corro.

Solamente dos calles más allá es que consigo un taxi.

Me miro el brazo, dolorido y sangriento, y le pido al chófer que me lleve al Continental.

-Buenas noches señorita Popov, ¿en qué puedo ayudarle?

Ruedo una moneda de oro sobre la mesa de recepción y le digo a Caronte:

-Si pudiera verme el médico, estaría agradecida.

-Desde luego, señorita Popov. Que pase buena noche.

Cuando llegó a la habitación 311, entro pausadamente, sosteniendo mi brazo herido y evitando que salga más sangre de la que ya había perdido para llegar hasta aquí. La herida me duele a rabiar.

Intento relajarme, o al menos anestesiarme con una copa de bourbon, cuando llaman a la puerta.

-¿A quién tenemos aquí?

-Menos presentaciones, me desangro -dije sin ánimo de bromas-.

-Uhmm, a ver... -dijo acercándose a mi herida con sus gafas en la punta de la nariz- Sencillo.

Intento moderar mis pulsaciones, pero sabía que no lo iba a poder evitar. En cuanto me inyectara algo, me desmayaría.

Le miro interrogante, veo que sonríe.

-¿Cómo puedes sobrevivir a un balazo, y desmayarte con una aguja?

-No preguntes y hazlo.

-Recuéstate y...

Y me desmayé.

Más tarde, con una venda rodeándome la herida, despierto en la cama de la habitación. Miro el reloj de la mesilla y son las tres de la madrugada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.