JOHN
-¿Cuánto tiempo esta vez? -me preguntó Helen, descompuesta mientras me observaba llenar la maleta.
-Unos días, amor. Tengo que hacer un par de cosas y seré tuyo. Para siempre -le dije, besándola-.
Su sonrisa estallaba en mi pecho. Unas hermosas y pequeñas arrugas rodeaban sus ojos. Era la mujer más hermosa que había visto nunca, y eso que había visto a muchas.
Era sin duda el amor de mi vida.
Encontrar a Helen había sido un bálsamo para mí.
Después de una vida llena de asesinatos, el amor verdadero era lo menos que esperaba encontrar.
No me merecía tanto amor, pero lo tenía.
Y estaba dispuesto a hacer lo impensable por ella.
Me despedí de Helen con el corazón en un puño. Deseando que todo esto terminará bien para los dos.
Cuando llegué al Continental, sentí un pequeño vértigo, como si estuviera rozando con los dedos mi salida de ese mundo peligroso.
-¿Cómo se encuentra señor Wick?
-Bien -le dije a Caronte, el recepcionista.
-¿Que desea?
-Una habitación para dos noches -dije, a la vez que ponía sobre la mesa una moneda de oro como pago.
Como siempre, Caronte me dio la misma habitación, la 310.
-Que disfrute de su estancia, señor Wick.
Subí directo a la habitación y desempaqué mis pertenencias.
Mi cometido era reunirme con Viggo Tarasov para negociar mi salida. Sabía que sería duro, pero era lo que Helen merecía, ni más ni menos.
Cuando me había asegurado de que estaba todo en su sitio, bajé a por una copa al restaurante.
Allí, seguro que me encontraría con Winston, y podríamos charlar y despedirnos.
Mientras bajaba por las escaleras del restaurante, divisé que no había apenas casi nadie. Solo Winston, el director del hotel y un cliente en una de las mesas cobijadas en la oscuridad.
Me acerqué a él y me recibió con una sonrisa.
-Buenas noches, John.
-Buenas noches, Winston.
-¿Lo de siempre? - me preguntó, pues a esa hora ya no había ningún camarero y el se encontraba tras la barra.
-Si -le contesté-, parece que el Continental está un poco vacío estos días.
-Ya conoces las temporadas, John.
Asentí con la cabeza.
Por todos era sabido que en esta época del año, toda la masa de mercenarios se hallaban en Rusia, trabajando o aprendiendo.
-¿Que te trae por aquí?
-Voy a reunirme con Tarasov...
-Ah, ya. No me digas más -me interrumpió Winston, mientras se mesaba el cabello-, tu retirada.
Asentí con la cabeza.
-Han sido, ¿cuántos? ¿Quince años?
-Dieciocho -le corregí. Y aproveché para pegarle un trago de mi bourbon, que cayó cálido por mi garganta.
-¿Cómo se llama?
-Helen -dije, y no pude evitar pensar en ella.
-Ah, ¡lo que hacemos por amor!
Desde luego, la decisión de dejar de ser mercenario había sido dura pero muy necesaria.
-Espero que estés decidido -siguió Winston-, Tarasov no te lo pondrá nada fácil.
-Lo sé, pero no tengo otra opción.
Por supuesto que no había opción posible a mi vida junto a Helen. Mi vida cómo asesino debía acabar para que pudiera vivir con ella.
-En ese caso, suerte John.
Y se despidió de mí con un gesto de la cabeza.
Mientras, apuraba mi copa de bourbon pensando en Helen.
Había sido casi una suerte conocerla. Amor a primera vista.
Había sucedido hace algunos meses, mientras me ocupaba de un encargo. Yo me encontraba en la ciudad y nos encontramos en una gasolinera. Yo estaba llenando mi depósito, y ella también estaba ahí.
Me preguntó sobre mi Ford Mustang, la conversación era fluida y nos intercambiamos los teléfonos.
Me encantó su sonrisa.
Y mientras andaba en una nube de recuerdos, alguien a mi lado dejó un vaso vacío.
Miré y no reconocí a la mujer que se encontraba a mi lado, la cual me miraba interrogante.
-Dobryy vecher (1).
La miré y le devolví el saludo.
-¿Qué? ¿No me conoces? -me dijo, dejando el ruso aparte-.
Intenté enfocar la vista, pero no conseguía ubicar esa cara, aunque me parecía familiar.
-Dos años en Italia no me han cambiado tanto -dijo.
Y reconocí su tono, era Nadya.
Su cara se veía con los rasgos más marcados, sus pómulos más altos y el arco de sus cejas más finos. En general era como una versión mejorada que la Nadya que yo conocía.
-Nadya, ¿que tal estás?
-¿Que qué tal estoy? -me dijo irritada-. ¿Tú qué crees?
-Yo te veo bien.
-¿Si? -vi una mirada de desconfianza, y no me extrañaba, la última vez que nos vimos fue traumático.
O al menos lo es, que rompas con tu novia asesina e intente matarte.
-Tú también, incluso mejor que yo.
-La vida me ha tratado bien -le dije.
-Me alegro por ti -y no pude evitar poner una cara de sorpresa-. Sí, sí. Lo digo enserio.
Lo último que recuerdo de ella es su cuchillo intentando rebanarme el cuello, y su mirada de odio.
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Editado: 16.08.2021