NADYA
Aquel coche tenía el espacio justo.
Me imaginé que si Aurelio nos prestaba un coche, éste sería espacioso, o al menos cómodo.
Pero nada de eso. Srta Perkins y yo, estábamos pegadas como con pegamento en el asiento trasero porque el coche era el más pequeño que John a podido conseguir.
-Bonito sitio -dijo Perkins al entrar en el recinto de La Milicia.
-Estad atentos, puede que nos esperen -dijo John.
-Lo lógico sería que nos esperaran, si estamos entrando por la puerta principal –dijo Perkins.
La verdad es que el plan de John era un puto desastre.
Entrar en el recinto como si fuéramos novatos, para que nos masacraran nada más llegar.
Varios hombres armados se acercaron al coche para vernos de cerca.
No teníamos ni acreditaciones, ni ningún permiso para estar ahí.
-¿Identifikatsiya (1)?
-U has ikh net, my ischchem Luchano (2).
Nos dejaron avanzar, aún a pesar de que se masticaba la tensión. Al parecer querían mantener la disputa dentro de sus instalaciones para controlarla.
No teníamos miedo. Íbamos a por todas.
John aparcó la tartana en medio de la zona de carga y descarga de camiones.
Bajamos del coche mirando hacia todos lados mientras contábamos los guardias que se agolpaban a nuestro alrededor.
Según un primer vistazo y a grosso modo, había como unos veinticinco hombres armados que esperaban que hiciéramos nuestro primer movimiento para atacar.
-¡LUCHANO! -gritó John al aire, recibiendo como respuesta el sonido de las armas cargadas, apuntando a nuestros órganos vitales.
Nos pusimos en guardia.
-Decidle a Luciano que he venido por él -dijo John, descargando su munición contra las decenas de guardias que nos apuntaban.
Tras él, fue Markus el que siguió el concierto armamentístico.
Srta Perkins y yo nos refugiamos detrás del coche, mientras por turnos, despejábamos el terreno a balazos.
-¡Despejado! -dijo Markus.
Salí junto a Perkins y los cuatro corrimos hasta las oficinas de La Milicia.
Allí, nos esperaban más guardias y más armas.
Rápidamente, John se encaró con toda una fila y Markus le vigilaba la espalda.
John conseguía crear un pasillo por el que acceder más adentro, al lugar en el que se encontraba Luciano.
Todos le seguimos, acabando con la vida de algún que otro guardia despistado.
-Esto parece un puto laberinto -dijo Perkins, harta de dar giros y giros.
-No os mareéis -dijo Markus-. Éste edificio está estructurado siguiendo la creación del laberinto del minotauro.
-Vaya, con la mitología nos hemos topado -dijo ésta.
-Silencio -advirtió John.
Con todo el escándalo que hemos hecho para entrar, ¿todavía había algún ser humano que no se hubiera percatado de nuestra presencia?
No se veían cámaras de seguridad. Supongo que las decenas de guardias en la entrada, alejaban a los posibles visitantes.
-Estamos cerca -dijo John, cuando una granada llegó hasta sus pies.
Todos corrimos en dirección contraria y saltamos al suelo cuando la escuchamos explotar.
Eso no me lo esperaba. Mis venenos no tienen nada que hacer ante unas granadas explosivas.
Cuando dejé de oír un pitido insistente, me levanté algo mareada y volví sobre mis pasos.
John, Markus y Perkins estaban igual que yo. Por suerte, una detonación era igualitaria aunque ellos fueran más fuertes físicamente.
-Juro que después de esto me tomaré unas vacaciones -dije con voz ahogada.
-¿Estáis todos bien? -preguntó John.
Todos asentimos y continuamos avanzando.
Aquella granada era algo que no habíamos tenido en consideración.
Lo que sabíamos de La Milicia era que trabajaban con armas de fuego, de todos los calibres, pero no con explosivos. Puede que se hubieran abastecido al saber que íbamos a por ellos.
Llegamos a un cruce que se abría a derecha e izquierda, y nos John nos dividió en dos grupos.
-Markus y Perkins, id por la derecha.
John y yo fuimos hacia la izquierda, él con un arma en la mano, yo con varias de mis bolitas venenosas en un bolsillo oculto en el interior de mi boca.
-Debemos de estar cerca -dijo John, mientras caminábamos.
-Espero que todo esto salga bien -dije para mí.
No solo tenía que ver cómo iba a perder a John, pese a todo lo que aún nos unía. Si no que debía de ayudarlo a irse.
Doble sufrimiento para mí, como un tequila doble bajando caliente por mi garganta.
El pasillo terminaba en la puerta de una caja fuerte, del tamaño de las de los bancos.
-Aquí es donde debe tener su dinero -dijo John, tocando la puerta metálica con cuidado.
De espaldas a mí, veía como un hilo de sangre caía por la espalda de John.
-John -dije acercándome a él-, estás herido.
Se giró antes de que le tocara y se quedó frente a mí, muy cerca.
-No es nada -me dijo.
Apenas nos separaban unos centímetros. Sentía como su respiración cálida me llegaba a la cara.
-Volvamos -dije, intentando de poner espacio de por medio entre él y yo-, por aquí no hay salida y Markus y Perkins pueden estar necesitando ayuda -le dije.
Volvimos sobre nuestros pasos hacia la intersección sin hablar, como si solo funcionáramos en modo sicario. Tomamos esta vez el pasillo de la derecha.
Y al final de él, vimos a Markus y a Perkins parapetados tras una puerta.
-Es aquí, ¿estáis listos? -preguntó Markus cuando nos vio aparecer.
Varios disparos sonaron relampagueantes en la distancia.
-¡Vamos! -urgió Markus.
Atravesamos la puerta y no vimos a nadie.
-¿Qué coño? -dijo Perkins.
Y una granada estalló a su lado. La onda expansiva nos alcanzó a todos, pero a ella la tiró hacia atrás, desmadejando su cuerpo y estampándola contra la pared de hormigón.
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Editado: 16.08.2021