Fortis Fortuna Adiuvat

XIII

JOHN

Cuando atravesé las puertas de la oficina de Viggo, sentía muy atrás los hechos acontecidos hacía tan poco.

Él me esperaba en su mesa, riendo, junto a personas de su total confianza.

-Aquí llega el héroe -dijo cuando me vio-. Un aplauso chicos, ahora somos la única mafia en Nueva York.

Los tres hombres que compartían una botella y puros con Viggo hicieron el amago de aplaudir, pero les hice un gesto con la mano para que se abstuvieran.

-Ya sabes a qué vengo Viggo -le dije.

-Claro que sí, compañero. Pero antes, tomate un bourbon conmigo y cuéntame cómo le arrebataste la vida a Luciano.

Me senté frente a él, y le di un sorbo al bourbon.

-No hay mucho que contar, estaba cargado de miedo.

-¡No me digas! ¡Pero eso es genial!

Rechacé el puro que me ofreció.

A parte de dejar la vida de sicario, me había comprometido conmigo mismo el dejar de fumar.

Era un hábito que había empezado bien joven, al principio de ser sicario. Por una parte te ayudaba con el estrés, por otra era muy adictivo.

Lo cierto es que nunca me había planteado el deshacerme de el vicio, o al menos no lo hice por Nadya.

Ella odiaba el sabor de mi boca, a "cenicero", solía decir.

Pero sabía que por Helen era capaz de hacerlo.

-Pero John, ¿a qué viene esa cara tan seria?

Lo cierto es que no podía esperar a llegar a casa y estar con Helen. Si mi cara era seria, era porque no me podía permitir el lujo de mostrar mis sentimientos.

-No estoy serio, estoy retirado -le dije.

-Ah, por supuesto. Tú retirada está por más que asegurada. ¡Me has dado Nueva York! Eso es algo por lo que estoy muy agradecido.

-Yo lo estaré más cuando me largue de aquí.

Cuando me despedí de Viggo y de mi álter ego sicario, cogí mi Mustang del taller de Aurelio.

-Bueno compañero, cuídate -me dijo.

Me despedí de él y de todo.

De las armas, las peleas, las matanzas...

Pero había algo que me rondaba la cabeza. Y eran las palabras de Nadya la noche anterior.

-John, ¿puedo hablar contigo un momento? -me dijo Nadya.

-Claro -le dije.

En ese momento, ya habíamos acabado con La Milicia, y estábamos exhaustos y cansados, con necesidad de dormir profundamente una gran cantidad de horas.

-¿Quién es?

-¿Quién es quién?

-La mujer por la que te estás retirando -me dijo.

-Se llama Helen.

Se quedó pensativa, y yo siempre temía sus pensamientos. Nunca sabías lo que ella podría estar tramando.

-Así que cortaste conmigo porque la vida de sicario es peligrosa, pero por ella te retiras...

No era una pregunta, sino una afirmación.

Me mantuve en silencio, pues no quería llegar a el punto que ella quería discutir.

-No sé que pensar, John.

-Esto no se trata de ti -le dije-. Lo nuestro ocurrió en otra vida. Después de eso ya no somos iguales. El John que te dejó no soy yo.

-No intentes confundirme, me siento una pelele.

La vi como torcía el gesto al sentir dolor.

-No solo me dejaste, si no que ahora te he ayudado -me soltó, dolida.

-Para mí ha sido un gesto muy noble, Nadya.

-Para mí ha sido atrastrarme.

-¿Porqué siempre te lo tomas tan mal? Olvídalo ya, pasó hace siglos.

Estaba harto de esta conversación. No había manera de llegar a un entendimiento.

-Para ti han pasado siglos, pero hay razones en mi vida que me obligan a recordarlo siempre.

-Tú, tan melodramática como siempre. Nunca te entendí, ni ahora sé si te entiendo.

-Has dejado que el amor se entrometa en tu trabajo, te vas a arrepentir -me dijo.

-Éso ha sonado como una amenaza.

-Más bien, como un aviso. Puedes sacar al hombre del mercenario, pero nunca sacarás al mercenario del hombre.

Pero ahora me dirigía a casa, a Helen.

Y no había nada mejor que estar en sus brazos.

Puede que Nadya se equivocara.

 




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