En el inicio todo era agua. Un espacio completamente azul en un planeta, dentro de un universo diverso.
Sin sonidos o vida alguna. Solo estaba.
Agotados por el largo viaje buscando la utopía, cinco dragones con habilidades celestiales decidieron detenerse a descansar sobre aquel mundo azul. En cuanto bajaron, la tierra comenzó a subir hasta ser firme, contrastando el flujo del agua. Era como si estuvieran destinados a estar ahí.
Cada uno ocupó una zona y bastaron un par de años para que les agradara tanto que no pensaban irse. En todo caso, aquellas regiones se habían adaptado completamente a ellos.
Cada uno brindó características especiales a cada una de sus regiones, todas con atractivos únicos, paisajes que roban el aliento; eran sus creaciones especiales, pero necesitaban quien cuidara de aquel legado.
Cada uno presentó sus propias versiones, aquellos que heredaron las tierras, todos con distintivos especiales. El hombre entonces, se encargó de velar por aquellos paisajes, todos unificados en el reino consolidado de Shahadur.
Al menos eso era lo que los ancianos del pueblo solían decir.