Fortuna y Conflicto

Capitulo dos: Ante el pueblo

Capítulo tres: Ante el pueblo

La vida en el reino era de lo más simple y común. Todos ejerciendo los pequeños comercios que los sostenían económicamente, cumpliendo sus tareas antes del atardecer, viviendo la común vida de las personas normales.

Como prometió, Loralin cargaba un par de canastas de menor tamaño, caminando animada junto al chico de cejas fruncidas. El olor del pan recién hecho, la florista charlando con el sastre, era una imagen común. Claro, si ignoraban el hecho de la mala actitud de las personas, unas con otras. Sus actitudes recelosas. Hacía un par de años que había empezado, un par de chismes entre vecinos y amigos. Luego había escalado a la división. Ciertos grupos de ciudadanos vivían cerca de las zonas de las cinco familias más poderosas del reino, todas las que, casualmente, compiten por el control.

La familia Darona, especialista en el negocio de la pesca. Los Falar, que dirigen un buen negocio de leña y madera. Los Drumloc, excelentes merceros, tenían todo tipo de telas en su tienda. Los Soliann, expertos en todo tipo de hierbas, medicinales o no, y los Virmaris, agricultores. Loralin era la única hija, entonces el peso de la imagen de su familia se repartía solo en ella. Pero a ella no podía importarle menos. Estaba muy ocupada viviendo entre las nubes.

Los pueblerinos parecían haber escogido un favorito, congeniando con quienes seguían a la misma familia, despreciando a los que no. Las tensiones en el pueblo se sentían conforme pasaban los días, y las grandes familias parecían no percatarse, porque seguían haciendo negocios estratégicos entre ellos. Como si esperaran que el pueblo decidiera quién tendría el control y se mataran entre ellos por ver ganar a su favorito.

Llegaron a la gran casa de los Darona, de fachada café, ligeramente descuidada por el paso de los años, tenían el lago detrás de ellos, con pequeños botes, apenas útiles para pescar. Y cumpliendo a su palabra, Loralin se encargó de tocar la puerta.

La señora Darona era una mujer regordeta, con mejillas rosadas, canas apenas visibles, y a pesar de la naturaleza de su negocio, siempre olía a lavanda. — Ah, Loralin, no te esperaba. ¿Te encargas del negocio ahora? — pregunto, como solía hacer, la chica solo sonrió, pasándole las canastas una por una.

— No en realidad, pero me gusta salir de casa y pasear por el pueblo, y qué mejor manera de hacerlo que completar los encargos, ¿No? — dijo de buen humor. La señora Darona siempre había sido buena con ella, y la chica no era tan pretenciosa como parecía ser, Loralin era bastante amigable.

— Veo que trajiste… al muchacho. — dijo, sin querer sonar condescendiente pero fallando miserablemente. Almer, a unos metros de ambas, había escuchado el tono de su voz, pero no hizo ningún comentario al respecto. Estaba acostumbrado a la condescendencia que su posición conllevaba.

Loralin ignoró el comentario, apenas conteniendo los gestos de disgusto de su rostro. No le hizo falta contestar, la señora Darona continuaba hablando.

— Espera aquí, le diré a mi hijo que traiga los peces que me pidió tu padre. — el ánimo de la señora parecía mucho mejor, claro, la mujer había estado ansiosa sobre la inminente boda estratégica entre Loralin y su hijo mayor, Beltien.

Era un tipo flacucho y alto, cabello negro, dos años mayor que ella, de mirada tediosa. No lo odiaba, simplemente no encontraba nada interesante en él. Así que decidía ignorar el hecho de la futura boda con el chico más aburrido del reino.

Apareció unos segundos después cargando una caja de plástico casi rebosante de pescado. — Mi madre me ha pedido que te pase esto. Y… gracias por la fruta. — murmuró con su voz ronca, típica de un chico de 19 años. Sin embargo, el tono demasiado-automatico delataba que, en definitiva, lo estaban obligando a decir aquello. Y que se había memorizado las catorce palabras en cuestión de segundos.

Hizo el intento de pasarle la pesada caja en las manos flacuchas de la chica, que era seguro caería al suelo tan solo intentarlo. Almer apareció de repente, interponiéndose entre la chica y su prometido casi-oficial. Beltien frunció el ceño al instante, como si la presencia de otro chico lo desconcertara.

Nunca había prestado particular atención a la hija única del granjero, pero su pequeño ego aburrido había prestado especial esmero al asunto. Almer tomó la caja, Loralin se quedó callada detrás de él, Beltien fruncía sus cejas. Una escena peculiar en la normalidad del pueblo.

Loralin se sintió incómoda con el ambiente que se había vuelto tenso, así que hablo de nuevo: — Bueno…gracias por el pescado. Adiós Baltien. — Almer, con aquella mirada intensa y tranquila, como si los intentos de intimidación del chico Darona no fueran nada para él. En realidad no lo eran. Sus años de trabajo intenso lo habían endurecido. pocas cosas lo asustaban.

Cargo la carretilla y comenzó a caminar sin esperar a Loralin, ella dio una media sonrisa antes de seguir el camino del chico de cabello blanco y Baltien lucia descolocado en su lugar; si bien, jamás había expresado su aprobación por el compromiso, al tener competencia, su atención era solo para la chica. No podía dejar que un simple ayudante le robara a su prometida, ¿que dirían los demás sobre eso?

Recorrieron el pueblo haciendo encargos, eran de las pocas personas que aún hablaban con todos, sin importar la familia por la que apostaban. En el fondo, aquella pelea política, donde su padre se veía involucrado, no le interesaba en absoluto a Loralin. En todo el camino, ninguno de los dos dijo nada: Loralin porque no sabia que mas contar y Almer porque el jamas tenia nada que decir. Sin embargo, la animada personalidad de la chica no le permitió mantenerse en silencio.

— Yo pude haber cargado la caja de pescado, ¿sabes? — dijo, con pasos energéticos a lado de los pasos cautelosos de Almer. Este hizo un sonido, pensando en su respuesta antes de responder.




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