Capítulo cuatro: Ante el otro lado
Cuando Loralin despertó, estaba aturdida. No reconoció el lugar. Estaba sobre el pasto verde, pero había un ambiente completamente diferente. Parecía de noche, el cielo era rosado y morado, se preguntó si había dormido por varias horas.
Los árboles, antes insípidos, ahora brillaban, de manera literal: tenían un montón de pequeños puntos de luz flotando a su alrededor. Los arbustos tenían flores bellísimas, de muchos colores. Ahí se dio cuenta que en definitiva, este no era su hogar. Cuando se levantó, notó que su ropa también había cambiado. Era un vestido largo y suelto, se le ceñia de manera perfecta a la cintura, de color claro, resaltaba por completo.
Empezó a creerle a la bruja sobre la magia que el libro poseía. Luego se dio cuenta que el libro no estaba por ningún lado. Siguió buscando, en los alrededores de donde había despertado, fue cuando lo vio. Estaba tirado en el suelo, justo como ella había estado minutos atrás. No tenía el aspecto agotado, o las manchas de tierra en sus ropas. También su ropa había cambiado. Se acercó a él, agachándose. Tocó su brazo repetidas veces.
— Almer… Almer… despierta. Oye… — el chico se levantó de golpe, asustandola, la miró con ojos abiertos, en primera, porque seguían vivos, o al menos eso esperaba, y en segunda, porque su apariencia era diferente.
— ¿Morimos? — fue lo primero que preguntó, por primera vez, ella oía algo más que indiferencia o enojo: era miedo.
Ella negó con la cabeza, a medias, porque a ciencia cierta, ella tampoco sabía que había sucedido.
— No, pero no sé donde estamos. Y no tengo el libro. — dijo, sentándose frente a él. Almer pasó una mano por su cabello antes de darse cuenta de su vestuario. No hizo ningún comentario al respecto, pero ella sabía que lo consideraba espantoso, aun si no se veía tan mal,
— ¿El libro nos trajo aquí? ¿Qué clase de libros lees? — dijo, casi horrorizado, luchando con sus emociones.
— La bruja dijo que me daría la solución… no que me enviaría no se a donde. — Dijo, también exasperada, levantándose para observar alrededor. No había nada más que árboles y vegetación. No había señales de vida, pero escuchaban un arroyo, debía ser una buena señal.
— ¿Solución a que? — preguntó él, imitandola, poniéndose de pie. Loralin, aun examinando a su alrededor, fingió no haberlo escuchado. él repitió su pregunta. — ¿Dijiste que te daría la solución, pero solución a que? —
Loralin se debatía entre responder o no, por un lado, él la había tratado mal el día anterior, por el otro, era la única persona además de ella, así que debían trabajar juntos para buscar la manera de salir de ahí. Así que le dijo.
— Las peleas en el pueblo, dice la bruja que podrían llegar a destruir el reino entero. Dijo que el libro me había escogido. — Comenzó a caminar, siguiendo el ruido del río, él la siguió de cerca, frunciendo sus cejas ante lo que la chica decía.
— Los libros no hacen eso, — murmuró, incrédulo. Ella bufo.
— Ese libro si. — Él estaba a punto de debatir aquello, como era costumbre, pero se detuvo cuando recordó el detalle de que el libro los había metido en este problema para empezar. Optó por desviar la conversación, sabiendo que no podía ganar.
— ¿Y bien? Ya me arrastraste contigo a este lugar… ¿Ahora que? — Loralin suspiro, ella tampoco sabía que hacer, pero debía ingeniárselas, ¿no?
Subieron a la raíz de un tronco salido, bastante alto. Almer subió primero, luego la ayudó a subir, y después, el salto primero, antes de tomarla de la cintura y bajarla, sin ningún esfuerzo. Loralin murmuró un gracias, antes de ver a lo lejos el arroyo. Su instinto había estado en lo correcto.
— Bueno, lo importante era encontrar agua. Luego tenemos que buscar un refugio, y comida. — Almer resoplo, tanto que había parecido una risa.
— Vaya, eres una experta en la supervivencia. — dijo, con un nuevo tono de voz: era burlesco. Siguieron el sendero hasta el arroyo. El agua cristalina corría por sobre piedras.
— Tenemos que saber donde estamos, luego decidimos qué hacer. — mencionó la chica, en un murmullo. Almer la seguía de cerca.
— Si, bueno, nos metiste en este lío, ¿y no sabes qué hacer? — dijo, con algo de condescendencia.
— Yo no te pedí que me siguieras. — y entonces Almer no dijo nada más. Lo había atrapado ahí. ¿Por qué la había seguido? Ni él lo sabía. Volvió a cambiar el tema, como hacía cada que se enfrentaba a algo incómodo.
— Busquemos donde dormir… y luego busquemos frutas o algo para comer. ¿Crees que haya peces aquí? — Almer se detuvo al mismo tiempo que Loralin, que observaba un punto fijo dentro del arroyo. Almer siguio si mirada y encontro la pequeña criatura que habia atrapado la atencion de su compañera: una pequeña criastura peluda, de orejas puntiagudas, ojos grandes y juguetones, patas peludas, pelaje de color crema y una cola como de pez, entre azul y verde.
Era un avistamiento extraño, se mantuvieron quietos en su lugar, alertas, con miedo por si esa criaturita desidia atacarlos, pero con admiración porque era la primera vez que veían algo como eso. En realidad no podían haberse imaginado este lugar en ninguna circunstancia.
Tan diferente a todo lo que conocían: les aterraba.