Fortuna y Conflicto

Capítulo cinco: Ante el camino

Capítulo cinco: Ante el camino

Partieron en la mañana tal como habían acordado, Almer se había ofrecido para llevar a Brucnur en su hombro, lo cual había sido raro al principio, pero se acostumbraba a tener una vocecita molesta en su oído. No solo tenía a Loralin, había encontrado una mini molestia igual de parlanchina que ella. Que los dragones lo amparen, el viaje sería largo, y ahora lidiaba con ambos.

— Tienen que tocar el árbol de la sabiduría, les dará todo lo que vinieron a buscar, pero primero tienen que encontrarlo.. — dijo Brucnur, mientras los chicos caminaban por el camino que el hongo les había indicado seguir.

— ¿Y este árbol va a llevarnos a casa? — dijo Almer, mientras entraban a una zona con muchos árboles, manteniendo un ojo a Loralin que veía todo con admiración.

— Si lo que quieres es salir de aquí, entonces es lo más probable. — le contestó, Almer solo asintió, frunciendo sus cejas con ligera duda, pero si algo había quedado claro de Brucnur, es que sus palabras raras y oraciones confusas jamás venían con una explicación extra, como si a ese pequeño hongo le encantará confundir a todos, o quizá era un hábito de los locales, así que fingió comprender, dando por terminada la conversación, él no era muy ameno en las charlas largas de todas formas.

Loralin se detuvo, observando algo entre los arbustos. Almer bufo, mirándola. — A este paso no vamos a llegar, Lori. Debemos seguir avanzando. — dijo, con un apodo de su nombre que era totalmente nuevo (y extraño) para la personalidad del chico.

Ella le resto importancia, viendo algo detrás del arbusto. Almer se acercó, antes de notar lo que ella había estado observando: Otra criatura. Tenía cuerpo de zorro, quizá más pequeño, pero tenía cuernos y manchas blancas y cafés por todo su cuerpo. Brucnur adivino lo que pensaban, así que explico.

— Es un ciervo Aeven, son en su mayoría pacíficos, usualmente les gusta recibir halagos. — Murmuró, viendo como la criatura comía frutos caídos de los árboles.

Loralin sonreía, aquel brillo curioso en sus ojos mientras presenciaba las maravillas de un mundo que jamás se había imaginado conocer. Una preocupación empezó a crecer en el fondo del corazón de Almer: ¿Y si quería quedarse? ¿Qué pasaría con el mundo fuera del libro si ella no vuelve? O lo más importante ¿Que le pasaría a él?

No mencionó nada, sin embargo, y solo siguió caminando, con ella a su lado, y Brucnur hablando sobre la importancia de seguir andando, hablando también, sobre las muchas criaturas que habitaban Malgarog. O simplemente cosas de su aldea.

— El sabio de mi pueblo me enseñó todo lo que sé. Desde pequeño he estado cerca de él, aunque no me llevo muy bien con su único hijo, Nalyo. A este punto creo que me detesta, nunca supe por qué. — comentaba Brucnur, y aunque a Almer no le interesaba nada sobre los problemas de convivencia del hongo, Loralin prestaba particular atención, dando consejos, palabras de aliento, diciendo que tenía una personalidad adorable, que no debía sentirse acomplejado con quien no lo aceptaba como amigo. Almer lucía escéptico, pero se encontró escuchando atentamente la conversación, con ligera curiosidad.

Las llanuras, sin embargo, no hacían fácil el camino, tampoco las pausas que tomaban, pero al menos estaban tratando de alimentarse bien, bajo el cuidado y la instrucción de Brucnur. Comenzaban a considerarlo un pequeño genio maravilloso, era muy listo, y hasta ahora había hecho bien su trabajo de evitar que se envenenaran con alguna fruta o hierba. Era un excelente guía.

— ¿Pudiste arrancarla? — Dijo con esfuerzo Almer, que cargaba a Loralin en sus hombros, se tambaleaba de lo mucho que la chica se movía.

—¡No presiones! — Grito, haciendo que Almer uniera sus labios en una línea fina, no sabía cuánto más podría aguantar. Ella soltó la fruta al pasto y por fin le indico que la bajara. Y eso hizo. La tomó de la cintura y la bajó con delicadeza, cuando ella pisó el suelo de nuevo, seguían muy cerca, mirándose a los ojos.

Se sintieron incómodos de repente, así que carraspearon su garganta y se separaron. Loralin sentía su corazón latir con fuerza. ¿Que había sido eso?

Se sentaron lejos, en un semicírculo con la fruta recolectada en el centro. No se miraban el uno al otro, su atención dispersa a otros detalles del lugar donde estaban descansando. Brucnur contestaba las preguntas de Leena.

— Entonces… ¿Cómo funciona el libro? — Brucnur comía porciones minúsculas de una de las frutas, mientras los miraba. Ellos hacían lo mismo, masticando las frutas, escuchando atentos, como niños en los festivales de otoño, escuchando las historias de los más ancianos.

— Tiene voluntad propia. Decide que se hace, como, quien lo hace… Es muy complejo. Nosotros, dentro del libro, sobrevivimos gracias al libro, nos da todo lo que necesitábamos, mantiene a raya a las criaturas oscuras… todo eso. Ni siquiera el sabio de mi aldea sabe del todo como funciona. —

Ambos hablaron al mismo tiempo.

— ¿Cómo se creó el libro?

— ¿Hay criaturas oscuras? — dijo Almer, con repentina curiosidad.

Brucnur casi sonrió, mientras contestaba una por una. Primero miro a Loralin. — Los dragones celestiales juntaron su magia en un libro que sirviera a los humanos, que preservara el mundo. Pero hubo malas intenciones, así que el libro se volteo de su propósito… o quizá fueron los humanos… la verdad es, según lo que me han dicho, el libro despierta malos sentimientos a donde sea que vaya. — luego volteo a ver al chico. — De aquellos sentimientos malignos nacieron las criaturas oscuras, hechas para adueñarse y destruir todo a su paso, amenazando todo lo bueno. El libro las mantiene encerradas. Nos mantiene a salvo de su maldad. —




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