Parte II: Iniciación
Capítulo seis: Ante el peligro
Llevaban caminando algunos días, y la fruta no era suficiente para satisfacerlos; se sentían agotados y su ánimo decaía. Aun así, aprendieron mucho sobre el libro, gracias a Brucnur, a pesar de que él no sabía mucho al respecto, o que sus frases llegaban a confundirlos.
Entonces empezó a llover. Era una lluvia cristalina, suave, como besos en la piel, suaves, casi cálidos. Continuaron caminando, porque no temían lluvia o tormentas, querían llegar a sus lugares de destino y de alguna manera, eso ayudó a su ánimo. Se tenían los tres, ninguno se quedaría atrás.
Loralin caminaba con ánimo por el valle, el cabello mojado y sus ojos brillando con pura alegría y curiosidad, con devoción. Porque nunca se había sentido más viva, más libre.
Almer estaba sereno, ya no era indiferente, ya no era solo gruñón, porque aquel lugar mágico no tenía restricciones, porque aquí solo era un chico aprendiendo a amar a una chica. Porque solo eran ellos y nada más importaba en ese momento, solo estar juntos para conseguir salir.
No supo cuál fue la razón exacta; quizá fue él, soñando, perdido en las nubes, perdido en el cielo de colores, aquel que adornaba el interior del libro. Quizás había sido él, completamente perdido por la sonrisa enorme de la chica, sus pestañas húmedas, no por tristeza, pero llenas de felicidad, eran los labios rosados, las mejillas coloradas. Pero no noto el enorme río frente a ellos.
Corría de manera casi violenta, y la lluvia se había hecho más fuerte, casi nublando la vista. Quizá había sido ella la que no se había fijado, con aquel toque descuidado que la caracterizaba. Pero ella cayó y a él casi se le sale el corazón del pecho. Cuando ella empezó a flotar, él casi se desmaya del alivio.
Ella se reía, escupiendo el agua que había tragado, burlándose de su propia naturaleza despistada. Eso les había hecho bajar la guardia de nuevo.
Brucnur se había quedado atrás, haciendo una especie de ritual de la lluvia característico de su aldea, ellos habían ido a explorar el camino. Fue una decisión no dicha el esperarlo ahí, a la orilla del río.
Ella no quería salir del río, aún con el cielo completamente gris y la lluvia aun cayendo, sentía cierto confort en el agua. Almer la esperaba sentado en el pasto húmedo, jugando con un par de ramas que estaban ahí, mientras sonreía.
Loralin se hundió en el agua una vez, antes de salir de nuevo y reír, tal como un niño pequeño jugaría. Luego se hundió otra vez, pero no salió tan rápido como la primera vez; Almer quería ignorar el sentimiento de angustia que crecía y crecía, sobre todo cuando ella salió y su sonrisa ya no adornaba su rostro.
El agua se movía de manera violenta, mientras ella se frotaba los ojos. — Creo que vi algo — dijo ella, con un temblor en su voz, Almer se acercó más a la orilla.
— ¿Algo? ¿Algo como que? — pregunto rápidamente, con preocupación.
Loralin sentía el miedo calarle los huesos, por fin empezaba a sentir lo helada del agua contra su piel. Intentó nadar a la orilla, un brazo frente al otro, mientras le hablaba a Almer.
— Creo que vi unos ojos… no lo se — Almer sintió su estómago ahogarse con ansiedad, la inquietud le recorría todo el cuerpo, el corazón le empezaba a latir con más fuerza, su sudor se mezclaba con la lluvia, las piernas le fallaron, preocupación, miedo, por ella.
Ninguno de los dos pudo decir nada más, en un momento ella estaba siendo arrastrada hacia el fondo del río.
Pataleo, luchando con todas sus fuerzas. El movimiento, ahora fuera de control, del agua, le impedía ver a Almer algo más que las manos de la chica. Sentía la desesperación crecer, desde su estómago hasta su garganta, con esa sensación constante de estar ahogándose. Ella se ahogaba de verdad.
Algo viscoso la tomaba por la pierna, arrastrándola hacia abajo, sentía el agarre con fuerza, la estaba lastimando. Ella trataba de liberarse, no veía más que tierra bajo el agua, pero sentía la presencia de aquella cosa, le hacía erizar el cuerpo completo.
Brucnur llegó, mientras Almer se preparaba para saltar, pero no se atrevía. No porque no quisiera protegerla, sino porque nadar le daba pavor. No sabía hacerlo, su corazón latía a mil por hora, sentía la sangre abandonar su cuerpo, entre el susto y la indecisión.
— Es la serpiente cavalier, sus espinas tienen veneno, y no son nada amigables… Tienes que salvarla. — dijo Brucnur, con rapidez, pero con una extraña calma obligada que trajo de vuelta a la vida al muchacho. Había salido del trance, y Brucnur no sabía si lo había escuchado bien o no, pues solo había asentido. Él mismo sentía miedo, pero Almer lucia mas asustado, debía tranquilizarlo, pues era el único que podía salvarla.
Tomó la iniciativa, un pedazo de tronco y por fin saltó, justo cuando las manos de Loralin se habían dejado de ver desde la superficie. Aguantó la respiración en cuanto cayó, trató de mantenerse a flote pero metió la cabeza para poder ver donde estaba ella.
Temía morir, por supuesto, el agua helada le enfrió el cuerpo al instante, descubrió cómo nadar, de manera casi pasable, al cabo de unos segundos, después todo sucedió tan rápido. Había tomado la mano de Loralin, haciendo fuerza, sintiendo como aquella serpiente los seguía jalando. La vio, apenas una fracción de como era en realidad, café con verde, dientes enormes, ojos saltones, escamas que se podían camuflajear, en su columna tenía las espinas, y la cola era la que tenía aprisionada la pierna de Loralin.