Fortuna y Conflicto

Capítulo siete: Ante las peticiones

Capítulo siete: Ante las peticiones

El viaje era incómodo ahora. Almer caminaba al frente, demasiado abrumado en emociones que no comprendía, evitando verla, porque aquella simple acción le aportaba más complejidad. Loralin viajaba detrás de él, no se atrevía ni por un segundo a distraerse.

Había reflexionado al respecto, exceptuando el hecho de casi ser comida por una criatura horrible, era obvio que Almer había estado al borde de un dilema, y no solo eso, se había lanzado a salvarla, y al final de cuentas, era mucho más de lo que ella había hecho nunca para salvarlo a él.

En su mente, comenzaba a creer que ella misma era el peor tipo de carga para las personas.

Al anochecer no se detuvieron a descansar, estaban bastante cerca de la comunidad Melkree que no querían parar; Brucnur quería llegar con su familia, Almer quería irse a casa, quería alejarse lo más que pudiera para seguir evitando todo el sentimentalismo que no sabía interpretar. Quería huir de sus sentimientos.

La comunidad Melkree era una comunidad extensa, pero pequeña de altura. Rodeada de hermosas flores y pequeños arbustos de frutos, estaba llena de vida, de celebración, de felicidad. Brucnur se mezcló entre los suyos de manera casi inmediata. Todos lo saludaban como ver a un viejo amigo después de años. En realidad habían pasado un par de días, pero seguro que ellos lo sentían como eternidades. Los más pequeños dirigen su mirada curiosa hacia los “gigantes” que observaban la interacción con incomodidad.

Ni Loralin ni Almer sabían qué hacer. Era ligeramente bizarro ver tantos honguitos charlantes. Almer tuvo la iniciativa, se hincó y brindó una sonrisa, diminuta, amable, pensando en si eso era aterrador para los más pequeños o no. En realidad, y a pesar de ser un huérfano humilde, tenía buenos modales, al menos le gustaba pensar eso.

Brucnur los introdujo, los demás se mostraban curiosos, Loralin tambien se habia sentado en el suelo, saludando con su mano a los que se acercaban a ella.

— Están buscando la salida. No pertenecen al libro. — Anunció Brucnur, mientras todos los saludaban, algunos se acercaban y tocaban las manos de ambos, viendo algo completamente desconocido para ellos. Al final, el sentimiento era mutuo.

El único que no mostraba reacción alguna era el sabio de la aldea. sentado a la orilla del árbol que cubría la comunidad, los miraba fijo, como si intentara leer más allá de ellos mismos. Ambos decidieron ignorar la mirada incómoda, aun con el tamaño de aquel hongo, se sentían intimidados. Parecía tener barba, una larga barba gris, que fácilmente podría confundirse con pasto. Y unas cejas a juego, lucía como alguien gruñón. Aun si no se comunicaban entre ellos (por el incidente previo y la incomodidad que había surgido) ambos pensaban en lo mismo: lucía igual de gruñón que el padre de Loralin.

La comunidad entera se puso de fiesta, comenzaron un par de bailes, con música tradicional en un idioma que no conocían. Tenían en claro que la fiesta era en honor a sus invitados/ visitantes (la comunidad jamás recibía a nadie, por eso el regocijo y la emoción estaban al máximo), pero Loralin y Almer no formaron parte directa de la fiesta; no podían bailar porque no conocían los bailes, y de cualquier forma si lo intentarán, aplastarían a alguien y seria una catastrofe. Solo escucharon y vieron atentamente, sonriendo, sintiendo sus cuerpos relajarse, tratando de olvidar lo que había sucedido en el río.

También les ofrecieron frutos, eran pequeños, cabían en dos de sus dedos, pero aceptaron la generosidad.

En algún momento donde la fiesta seguía, Almer se levantó para caminar. Se sentía grato con la celebración, aunque seguía pensando en lo que había pasado, seguía lidiando con las contradicciones de lo que sentía por ella.

Era un conflicto que lo estaba destrozando.

Se sentó alejado a la fiesta, abrazando sus rodillas, todavía podía escuchar los cantos tradicionales, mientras miraba el atardecer.

— Vinieron desde muy lejos. — La voz del sabio Melkree era un poco más grave de lo que esperaba. Se puso a su lado, Almer ni siquiera había notado que lo había seguido hasta ahí.

Asintió, tratando de encontrar algo lo suficientemente listo para contestarle, sin querer sentirse como un tonto.

— Nuestro reino está cayendo poco a poco. Enviaron a Loralin a buscar una solución. — Murmuró, sintiendo la necesidad de defenderse, defenderla a ella también. Trataba de justificar su intrusión a ese mundo tan maravilloso.

El sabio asintió, mirándolo. — ¿Te pidió que la acompañaras? —

Almer suspiro, antes de mover su cabeza. — No, solo… vine detrás de ella. —

Ninguno de los dos dijo nada por unos segundos, el sabio retomo la palabra.

— Tengo que ver por el bien de mi comunidad, dejaré que se queden durante unos días, para que repongan sus energías, luego, seguirán su viaje. — Almer lo miro, no por lo que decía, sino por el tono que usaba. No se atrevió a contestar, solo asintió. El sabio volvió a hablar. — Retomaran su viaje, sin demora ni distracciones. Escucha… somos las criaturas más inteligentes del libro… se me otorgó la tarea de velar por el flujo normal del libro, de la vida dentro del libro… Nunca habíamos tenido viajeros perdidos. —

— Apuesto a que no, yo nunca había sido absorbido por un libro mágico. — Murmuró Almer, sin querer hacerse el divertido, sino desde una torpe honestidad.




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