Fortuna y Conflicto

Capítulo ocho: Ante las confesiones

Capítulo 8: Ante las confesiones

La celebración en la comunidad se extendió durante dos días enteros. Al tercero, Almer y Loralin se preparaban para partir al día siguiente.

Aún no se hablaban, así que la conversación entre el sabio y el aun era un misterio para ella. Quería saber, los había visto hablar, pero no sabía cómo preguntar. Aún se sentía culpable por lo que había pasado, pero sentía una curiosidad por la que no podía ignorar nada más.

Entre sus dilemas mentales, también estaba el sentimiento, el buen sentimiento, que sentía al estar con todos ellos. Tan adorables y amigables, buenos conversando, parecían ser como una familia para ella. Se había encariñado con ellos, aun si la conocían desde muy poco tiempo.

Almer noto la actitud reacia de loralin, parecía observar la comunidad con tristeza, charlando con los habitantes como amigos de muchos años. Aceptando cuando Brucnur la presentaba con todos sus conocidos y dedican tiempo suficiente para hablar con cada uno.

En el fondo de su mente y de su corazón, la idea de quedarse a vivir con ellos se instalaba de a poco, como un mal virus.

El atardecer del tercer día, Almer recolectaba frutas dentro de una canasta improvisada, cuando la vio sentada lejos de la comunidad, sola y en paz dentro de su propia tranquilidad.

El decidio acercarse, porque sabia que estaba siendo un gran idiota al estar enojado con ella.

Dentro de sus pasos había incertidumbre, siempre seguro de sí mismo, a pesar de todo, y ahora sentía que le flaqueaban las rodillas. Como un cobarde. ¿Que tenía Loralin Virmaris que lo descolocó a sobremanera? ¿Por qué ella tenía un poder sobre él que jamás, ningún otro tirano, había logrado? Era un ayudante, un esclavo sin cadenas forzado a trabajar hasta que muriera, y de alguna manera, nadie tenía control sobre sus cadenas de la misma manera que ella. Y ella nunca buscaba hacerle daño, ni controlarlo.

Sintió un calor invadirlo, sentía vergüenza, sentía duda, porque no sabia que decir. Se sentó a su lado, con una respiración profunda y miró al frente, demasiado temeroso para verla a ella.

— Es un bonito día. ¿No te gusta? — dijo, tratando de sonar casual. Loralin frunció sus cejas, confundida.

— ¿Qué? — Lo miró como si estuviera loco. Almer sintió que el calor le invadía las orejas. Así que cambió de tema.

— Nada. — Se apresuró a contestar, maldiciendo entre dientes.

Trato de alejar la incomodidad que sentía, tomo una fruta y se la dio, luego él mordisqueó una, la verdad no tenía apetito alguno.

En un silencio casi incómodo, ambos miraban al frente. — Lo siento… por como reaccione ese dia. — Dijo él, en voz baja, como si fuera demasiado vulnerable para ser confesado en voz alta.

Ella sonrió ligeramente, más por su tono que por su confesión. Cuando retomo la seriedad, suspiro.

— Yo lamento habernos puesto en peligro. De verdad… me creí eso de que todas las criaturas eran inofensivas. Jamas me imagine que… habria una serpiente loca asesina. — Almer casi ríe por la descripción, negó con la cabeza.

— No tendrias porque saberlo. Somos los viajeros perdidos de este lugar. Ni siquiera yo pude haberlo previsto. Pude ser yo quien cayera al río. — Admitió, encogiéndose de hombros, con expresión más relajada.

— Yo te hubiera salvado. — dijo ella, él se rió por primera vez, le dio un empujoncito hombro con hombro.

— Apuesto a que si. — dijo él, mirando sus pies. Ella no bromeaba.

— Hablo enserio, hubiera saltado a salvarte, justo como tu lo hiciste conmigo. — Almer suavizó su rostro, sonriendo despacio.

— Apuesto a que habrías sido más rápida que yo. —

—Eso abrió otra de las dudas que ella había tenido. Dudo un segundo antes de hablar, debía aprovechar la amabilidad de Almer para contestar sus preguntas.

— ¿Te paralizaste por la cavalier… por mi posible muerte trágica o… por algo más? — pregunto con toda la curiosidad, pero con sensibilidad, lo último que quería era ser invasiva.

Almer se quedó en silencio durante mucho tiempo. La leve sonrisa que adornaba su rostro ya no estaba ahí. Miro sus pies por mucho tiempo antes de decidir hablar de nuevo.

— Mis padres murieron ahogados. Cuando era niño, apenas lo recuerdo, pero… era un día normal, ¿sabes? Nada debía de salir mal. Pero sucedió. Todos estábamos tan felices… mi padre remaba, mi madre sonreía. No sé en qué momento todo… se arruinó. Uno de ellos me cargo, luchaban por nadar a la orilla. ¿Sabías que el mar Bijou tiene tantas olas? Pues yo no lo sabía. Veía nuestras cosas flotar lejos y sentía el agua en mis pulmones. Desperté en la orilla de la playa. Pero ninguno de ellos estaba conmigo. —

El corazón de Loralin se rompía un poco más a cada palabra. No solo la naturaleza de lo que contaba, sino todo. El nudo en la garganta de Almer que amenazaba con interrumpir el relato, sus ojos llorosos. Veía la lucha constante que tenía para evitar llorar. Podía ver en sus ojos como él revivía la memoria de su pasado trágico.

— Lo siento. No lo sabía. — Dijo ella con un suspiro más doloroso del que pretendía soltar.

— Lo sé. Por eso te lo cuento. No debes disculparte, no es tu culpa. — dijo él, dándole unas palmaditas en el muslo. Ella puso su mano sobre la de él, mirándolo con ese tipo de compasión que hacía doler el corazón.




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