Capítulo nueve: Ante la posibilidad
La conversación con el sabio resonaba en su cabeza al mismo tiempo que el sonido de sus latidos. La ansiedad se formaba en su estómago, y tuvo que pensar por un momento antes de concluir que en definitiva, había escuchado esa pregunta salir de sus labios.
— No hablas en serio, ¿verdad? — murmuró con incredulidad, mirándola. Ella sonrió, con semblante relajado.
— Hablo en serio… Almer, ¿Has visto este lugar? Es precioso. Tiene todo lo necesario… podría vivir aquí para siempre. —
El semblante de Almer cayó, no solo porque imaginarse en el mundo real sin ella era realmente deprimente, sino también porque tendría que romper sus ilusiones. Tendría que romperle el corazón. A este punto sentía que todo lo que hacía por ella era arruinarla, arruinar sus sueños e ilusiones inocentes y curiosas. Hacerle daño.
— No puedes quedarte… ¿Que pasara con tu madre y tu padre? ¿Con tu vida allá? —
— Hace mucho que mi vida allá dejó de importarme. No es como si tuviera algo importante por lo cual regresar. — Loralin respondía con suma tranquilidad. Parecía decidida y Almer se sintió asustado. La veía con ese semblante tan natural y tranquilo que le costó respirar.
La situación era peor de lo que temía, ella quería hacer todo lo que se supone no debían. Iba a alterar todo el curso natural dentro del libro, se iba a arriesgar a una vida casi salvaje.
— Sé que te he apartado un par de veces… pero nunca era en serio… tu importas. — murmuró él, un vómito verbal que no pudo detener, antes de darse cuenta seguía hablando sin control cosas que no sabía que tan honestas eran en realidad.
— Yo nunca me aleje. — dijo ella, contestando con el mismo tono de voz, en el fondo curiosa por saber que tenía que ver aquello con su posibilidad de quedarse ahí.
— No puedes abandonarme allá. Eres la única que puede verme. ¿Lo sabes? Eres la única… — había un tono de desespero en su voz, la miraba a los ojos, implorante.
Sabía que Loralin Virmaris era una chica obstinada. Era libre, nadie podía hacer nada para hacerla obedecer. Ni siquiera sus propios padres habian logrado controlar el espiritu libre de la chica mas demente que conocia. Y por eso sabía que, aunque explicara toda la conversación con el sabio de la aldea, ella no lo comprendería. Porque ese era el tipo de cosas a las que ella hacía caso omiso. Era el tipo de reglas que ella había estado destinada a romper.
Así que hizo algo que nunca imaginó que tendría que hacer: le mentiría. La manipulaba para que no pensara en la posibilidad de quedarse.
— Podrías quedarte conmigo. — dijo ella, con una respuesta y solución tan simple que casi sonaba convincente. Él negó con la cabeza. Sentia una presion en el pecho, el peso de la responsabilidad y de la culpa. El peso de ser una pesima persona.
Ni siquiera estaba del todo seguro sobre lo que sentía (para ser sinceros, nunca había conocido nada tan cercano a la amabilidad, la amistad o el amor, a excepción del que veía en Loralin) entonces no tenía forma de comparar y evaluar todo lo que su corazon habia llegado a sentir.
Podía ser amor, podía ser un cariño fraterno de agradecimiento. Podría ser el hecho de que eran los únicos dos humanos dentro del libro. ¿Y acudir a mentir sobre lo que sentía? le hacía sentir asqueroso. Ese sentimiento común que otros le imponían sentir sobre sí mismo, por ser quien era en la esfera social.
Pero lo hizo, mintió sobre lo que sentía, porque a primera estancia no tenía ninguna otra idea que funcionara, porque parte de su promesa al sabio y al temor que sentía ante el poder del libro, conllevaba mantener a Loralin lejos de la posibilidad.
— La vida que imagine para nosotros nunca contempló quedarnos dentro de un lugar donde no tenemos nada — dijo simplemente, el corazón le dio un vuelco, sus labios ardían con el peso de la mentira. Observó el rostro de la chica pasar de la confusión a la realización, como si ella no se hubiera atrevido nunca a pensar sobre ellos, como un conjunto. Tantas veces apartándola, ella siempre se había considerado ella sola.
Pero estaba ahí, la semilla plantada en su cabeza, y por un instante, Almer podía jurar ver ese futuro hermoso imaginario, cruzar por la mente de Loralin.
— Siempre nos he imaginado, pero nunca en un lugar tan desconocido para ambos. Y al final de cuentas, nunca podría regresar sin ti. — dijo él, de nuevo, como si necesitara más argumentos para terminar de convencerla. Lo hacía sonar como si no pudiera vivir sin ella.
Ella parecía indecisa por un momento, aun pensando lo que acababa de decir.
— ¿De verdad lo has considerado? — preguntó, como si no pudiera terminar de creerlo. La ilusión en su voz era algo que no se podía ocultar.
Sintiendo un abismo de algo pesado en su pecho, Almer asintió despacio.
— Siempre lo he hecho. Y se que te acostumbras a no pertenecer a ningún lugar, y que probablemente seas mucho más importante que yo, que no podría hacer mucho para merecerte y que tu padre me colgara vivo si me atrevo a intentar algo… pero se que eres tú. ¿Cómo explicas que actúe con tanta estupidez cuando estoy cerca tuyo? —
— Nunca antes te había pasado. — dijo la chica, como pensando críticamente todo lo que él decía. Él asintió, dándole la razón.