Capítulo diez: Ante la continuación
Los ánimos dentro de la comunidad eran cabizbajos, nadie quería despedir a sus invitados. Fueron bien equipados con frutos y semillas, suficientes para toda su travesía.
El camino no era tan largo, hasta donde sabían, pero sería complicado seguir, sobre todo sin los suficientes nutrientes dentro de su organismo. A Almer no le importaba, quería salir de ahí lo más pronto posible, así alejaría a Loralin de su loca idea. Le tocaba la parte más difícil, continuar su mentira, que fuera creíble.
Brucnur ya no los acompañaría, había vuelto a casa y el sabio no quería perder a más miembros comunes de su aldea, en cambio enviara a su propio hijo, el aprendiz y futuro sabio, para poder guiarlos, para poder aprender más caminos, como un a especie de práctica antes de su iniciación espiritual. Ellos no se opusieron, solo agradecieron la compañía y toda la ayuda brindada.
La despedida no fue larga, había sonrisas amables y cálidas, manos diminutas moviéndose lado a lado, diciendo adiós, y un calor familiar creciendo en el pecho de la chica. También había un ápice de tristeza en su rostro, como si le doliera dejar el lugar.
Con Brucnur se extendió la despedida, habían creado un vínculo especial con aquella pequeña criatura, uno de amistad que se quedaría con ellos durante mucho tiempo. Hincados sobre sus rodillas, lo miraban con una sonrisa, torcida y tensa, resultado del no saber qué decir.
— Creo que este es el fin… — empezó Loralin, entre ambos, rompiendo la sensación embriagante de tensión. Brucnur torció sus labios con una sonrisa leve.
— Lo es, no seguiré acompañándolos en su viaje, pero los tendre en mi mente y corazón, — murmuró, haciendo que Almer por fin dejará caer aquella fachada de indiferencia que a menudo mostraba, la verdad es que no le agradaban las despedidas.
— Gracias, amigo. Espero verte en otras condiciones, más prósperas. — contestó, con voz grave, pues en su garganta se formaba un nudo. En el fondo, sabían que después de hallar el árbol de la sabiduría, y manteniendo la promesa al sabio, jamás volverían a encontrarse. No existirían esas condiciones prósperas.
— Espero que consigan lo que necesitan, tengan un viaje pacifico y que la luz siempre brille a su favor. —
Con eso concluían su estancia en la comunidad Melkree y ahí dejaban grandes amistades que marcarían su vida para siempre.
Caminaron despacio y sin prisa, tratando de mantener un paso que Nalyo, el hijo del sabio, pudiera seguir. Era un poco mayor que Brucnur, más serio y menos parlanchín. En otras circunstancias, Almer lo hubiera encontrado encantador, ahora mismo, era el recordatorio vivo de la promesa que había hecho y de las despedidas definitivas. Y eso le deprimía un poco.
Loralin parecía controlar sus impulsos, evitando curiosear por las zonas aledañas, Almer tampoco sabía si agradecía mucho eso.
Ella, en cambio, lidiaba con sus propias cuestiones. Observaba a su compañero, curiosa, como tratando de descifrarlo. Había pasado años enteros tratando de entender aquella mente que lucía sencilla, pero era muy compleja. Lo observaba a detalle, la forma de sus pestañas, curvadas hacia arriba. Cejas gruesas pero llenas de expresión, las arrugas en su frente cuando algo le molestaba, los labios rosados, ni tan delgados ni tan gruesos, del tamaño perfecto. Los ojos verdes, que si los observabas con atención hasta parecían azules. Quizá eran azules con verde, no podía decirlo con claridad.
Lo observaba con más esmero durante sus descansos para comer, se perdía por varios minutos observando la forma de su rostro, el cabello blanco que le caía a los lados, con un par de rulos que no terminaban de definirse. Más de una vez atrapó su mirada, ella ni siquiera había notado que fruncía sus propias cejas al mirarlo, como si lo juzgara; su forma de hablar, de suspirar, de mirar y evaluar la zona, su manera de comer. Ella lo negaba, pero mientras más buscaba, encontraba algo que no sabía definir.
Quería saber más. Tener más información de la que había recibido.
¿Como alguien tan empeñado en alejarla podía pensar o imaginar un futuro con ella? ¿No debería ser al revés? ¿No debería quererla muy lejos?
Al anochecer, se detuvieron para dormir un rato. Nalyo armo su cama improvisada y durmió casi al instante. Sin sus ronquidos y respiraciones extrañas, ni siquiera habrían notado que estaba con ellos.
Ella se quedó algo lejos de la fogata, aún memorizando las breves instrucciones que el sabio les había dado para encontrar el árbol de la sabiduría. Solo en caso de que se perdieran. Esperaba que ese no fuera el caso.
Almer temía acercarse a ella, porque no sabía cómo mantener la enorme mentira que le había dicho. Pero se sentía intrigado; había notado sus miradas durante todo el día. Como sus ojos buscaban algo en él, en su rostro. Como él sentía su respiración cortarse o sus hombros ponerse rígidos, sus palmas sudando y sus movimientos tratando de ser precavidos, pero que terminaban siendo torpes.
Se sentó a su lado sin decir nada, con la luz de la fogata en la lejanía, el tono cálido de su rostro resaltaba, un duro contraste con la luz de la luna. Era preciosa, no cabía duda, pero su corazón no estaba listo para admitir eso que decía sentir por ella. Era abrumador para él, y lo único que podía admitir, porque se sentía seguro al respecto, es que tenía miedo.