La condena.
Divinos condenados a la extinción
Luego del encuentro entre Boris y Dios, MystῘcus sintió la preocupación apoderarse de su mente y cuerpo, pues no comprendía que es lo que le había afectado y hecho tanto daño a su tercer poderoso. De un momento a otro a sus pensamientos llegó una extraña idea que, aunque sonara descabellada temía que fuera real por lo que de manera tal vez apresurada volvió junto con sus Guardianes y en compañía de Boris a la casa que ahora era su refugio.
Para suerte de MystῘcus y de los Guardianes, aunque esta no existiera, la primera en encontrarlos fue la ministra Khalifa, que al verlos de manera inmediata se encargó de hacer que cada uno de los trabajadores de esa casa comenzaran a ayudar con el cuidado y traslado del tercer poderoso, sabiendo que no recordarían nada.
─ ¿Qué fue lo que sucedió? ─preguntó una vez estuvieron todos adentro de la casa y con el cuerpo de Boris a salvo dentro de las paredes de la casa.
─Dios pensó que era momento de hacer una jugada contra nosotros ─comenzó a explicarle lo sucedido ─, cuando llegué mantenía agonizando de dolor a nuestro tercer poderoso. Fue justo a tiempo el momento de nuestra llegada, podría haber muerto.
Las palabras de MystῘcus preocuparon a Khalifa, ella miró a Boris inconsciente y preocupada no esperó ni un segundo terrestre más para poner en acción lo necesario para lograr salvar la vida de una de las tres Filias más poderosas. El traslado a su habitación fue en cuestión de segundos, Khalifa preocupada por la salud de él no perdió más su tiempo y comenzó a pedirle a MystῘcus que relatara de manera inmediata y rápida todo lo que había notado desde su llegada.
El escuchar cada una las cosas atroces que le había pasado a él joven hicieron que Khalifa supiera que hacer con él, por lo que al saber el mal que le acechaba como el dolor que envolvía al cuerpo de Boris conjuró y untó cuanto ungüento había preparado de manera veloz, logrando estabilizar así al joven salvando su vida temporalmente. Y aunque Khalifa había hecho cuanto estaba en sus manos para salvarlo, sabía que si permanecían aquí no sería posible mantenerlo con vida.
Al menos aquí en la Tierra.
Habló con MystῘcus y con Erza tras haberles contado el estado en que se encontraba el tercer poderoso, ¿o debemos llamarlo Dendrofilia? Cuál sea que sea tu elección para identificarlo y llamarlo, ellos sabían muy bien que su vida corría peligro, como la de Nictofilia y Juvia.
No estando dispuestos a tener una baja antes de tiempo decidieron que lo mejor sería llevarlo esa misma noche a Elfman.
─Preparen todo ─ordenó MystῘcus a los Guardianes ─, nos iremos al anochecer.
─ ¡Entendido! ─ respondieron los Guardianes al mismo tiempo.
─Hechizaré las mentes de cada uno de inquilinos de esta casa para hacerles creer que Boris está muerto ─habló Khalifa una vez los guardias se habían marchado ─, no podemos arriesgarnos a que suceda otro encuentro como el que tuvo Juvia hace unas horas y hace varias semanas.
MystῘcus solo pudo asentir porque sabía que debía ser de esa forma. En ese mismo instante recordó el día en que por fin aceptó que no habría un solo sucesor, y con eso vino a su mente lo complicado que sería dejar las cosas arregladas en sus vidas para que nadie sospechara de su repentina desaparición, al final con ese mismo pensamiento aceptó la carga y siguió lo planeado.
Él fue el primero en irse junto con Erza, debía ser de esa manera pues necesitaba asegurarse del estado en que se encontraba Marshall, el segundo poderoso. Aunque le había dejado bajo la mira de una cantidad enorme de Guardianes y una habitación protegida bajo un hechizo de reconocimiento y protección; no se encontraba del todo tranquilo sabiendo que no había nadie de entera confianza o cercano al círculo de ministros que pudiera velar por el segundo poderoso de los nueve sucesores más a allá de Gerandius.
Aunque todo parecía ir en picada y con un aire crítico, tras la puerta de la habitación que compartían Juvia y Nictofilia parecía que ahí no había nada que abrumara la felicidad y la sensación pura de un amor que se encontraba creciendo con el pasar de las horas bajo las sábanas y el roce constante de las pieles desnudas de sus cuerpos.
Amor que había nacido de manera fugaz sin darse por enterados.
Se encontraban inmersos en una nube o tal vez burbuja de felicidad y tranquilidad donde lo único que podría valer la pena pensar en ese momento era el reciente descubrimiento de un nuevo amor prohibido que haría más que quedarse y puede que jamás abandonar los corazones y mentes de estos dos jóvenes que resultaban prohibidos el uno para el otro, según la causa y la misión eterna a la que se verían envueltos muy pronto.
─No debimos haber hecho esto ─ dijo en medio de risas Juvia.
─Tal vez, pero te aseguro que lo has disfrutado bastante ─ contestó la joven bajo el efecto de la felicidad pura ─. Que lo hemos disfrutado bastante.
Se corrigió al ver que solo había hecho énfasis en el placer personal y no el mutuo, ese que solo ellos pudieran describir. Sin decir absolutamente nada Juvia se mantuvo tumbado en la cama con la mirada al techo y con su brazo como almohada mantuvo a su lado a Nictofilia mientras que su mano decidía ser traviesa y acariciar uno de los senos que adornaban el cuerpo esvelto de la primera poderosa o mejor dicho de la futura reina Nictofilia.