Foscorllum

Capítulo diez

Caminaba por los pasillos del colegio, rumbo al salón de él aquella mañana. Tenía en mis manos el papel en donde el verso estaba escrito.

Mi decisión en enfrentarlo era firme, ya había aguantado mucho tiempo pretendiendo que el asunto no es nada y restándole importancia cuando probablemente signifique mucho. Por lo que iba a buscar su salón antes de entrar al mío. Debe estar en las aulas de último año, debido a que se ve un poco mayor que yo.

Caminé por la gran institución buscando el dichoso salón, para preguntarle qué es lo que le pasaba conmigo, porqué intentó besarme y qué diablos significa el papel que estoy segura de que fue escrito por él.

Tenía todo lo que le iba decir preparado para cuando lo encontrara y al hacerlo simplemente las palabras volaron de mi mente. Mis piernas temblaron y mi corazón latió como siempre lo hacía cuando él estaba cerca. Ya ni sabía el porqué de mis rápidos latidos, aunque esto es tan típico.

Entré al salón donde él estaba de espaldas y solo, y cerré la puerta detrás de mí. Ese día gran parte de mis interrogantes desde hace un año estarían resueltas. Volteó con el ruido de la puerta cerrarse, sus ojos encontraron los míos y mi corazón emprendió latidos aún más apresurados. Tragué grueso.

Se levantó de su lugar, lucía como siempre: un jean negro y una polera del mismo color. Se acercaba cada vez más y me miraba como un cazador a su presa. Con cada paso me sentía más acorralada. ¿Qué hice? ¿Para qué vine? Empecé a retroceder, cada paso hacía delante de él, era un paso de retroceso mío. Estábamos cerca, justo como ayer, a milímetros.

– Veo que estás aquí.

No respondí

Desvió su mirada un segundo, y luego volvió a mirarme con el ceño fruncido. – Creí que podía esperar más para explicártelo todo, pero ya no puedo aguantar un segundo más de mi vida sin ti. – ¿A qué se refiere?

Posó su mano sobre mi mejilla acariciando suavemente, su mano bajo a mi hombro derecho y luego moviéndose más lentamente llegó a mi cintura, la apretó con suavidad y me acercó más a él, deshaciendo los centímetros entre nosotros. A ese punto había olvidado por completo lo que tenía que decirle.

– Ya no puedo esperar más.

No dejó que pensara sobre lo último que dijo. Su frente estaba contra la mía y nuestras respiraciones se fundían pareciendo una. Finalmente, me besó.
En ese momento, mi cuerpo sentía mil cosas y mi corazón apenas podía con todo esto. Mi primer beso, básicamente, así se siente.

Sus labios eran suaves y nos juntaba más mientras me besaba con necesidad, como si lo hubiera hecho antes y extrañaba besar mis labios. Nos apartamos por falta de aire para luego continuar con más. Mi espalda estampó contra la puerta y, en ese momento, pude tocar su rostro, su piel era extremadamente suave, pero aparté mi mano rápidamente porque estaba muy caliente, como si le hirviera la piel, es muy extraño.

Mi mente decía que esto no era correcto y mi corazón gritaba que siga y no se detenga nunca. Sentía el tibio de su aliento en mis labios y estábamos tan cerca que parecía que nuestros cuerpos se perderían entre ellos. Sus manos acariciaban mis mejillas delicadamente.

Era tan perfecto, lamentablemente momentos así son los que menos deben durar. Él se separó de mí, respirando con agitación al igual que yo.

– Esto no debió pasar. – Apartó su vista – Así no era como debía ser.

– ¿De qué hablas? – Apenas podía articular palabra.

– Acabas de besarte con un completo desconocido y estás tan normal. – Su comentario llegó a sorprenderme, pero era cierto.

– Tú fuiste quién me besó.

– Y tú fuiste quien no me detuvo. –Él pudo detenerse por sí solo.

– Sí no querías besarme solo no lo hacías y ya, ¡solo vete de mi vida! – Como si ya hubiese entrado.

Se quedó mirándome, sus ojos celestes grisáceos brillaban con aparente tristeza, pero esto solo duró unos segundos.

– Tú has venido sola. Solo olvida lo qué pasó. – Dijo, ahora ya no expresaba nada en su rostro, como si fuera un lienzo en blanco.

Sentí una lágrima caer por mi mejilla, el hecho de que fuera mi primer beso y acababa de pasar se sentía como una droga invadiendo mi mente, dejando a mis labios deseosos de más y sin permitirme pensar con claridad. ¿Y él me decía que lo tenía que olvidar?




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