Era un día que surcaba con lentitud, las horas se hacían pesadas y no podía esperar el momento en que las clases de matemáticas llegaran a su fin. El interminable bullicio rodeaba el salón de clases y el ventilador no daba el suficiente aire como para refrescar el ambiente enmarañado del sudor de más de veinte adolescentes a la espera del sonido del timbre. Sentía las gotas de sudor sobre mi frente y una gota resbaló a través de mi rostro cayendo sobre la hoja de mi cuaderno llena de garabatos provocados por mi incesable aburrimiento. Lo único que me consolaba es que veré a Azrel luego de las clases e iremos a donde se nos antoje.
Saqué de entre mis apuntes una carta escrita por Azrel, en su contenido tenía escrito el poema que me había recitado ayer. Me lo dio para que lo releyera cuantas veces quiera, que eran más de diez veces hoy. Cada vez que lo leía, sentía que estaba a su lado, y de pronto su suave perfume varonil y a mentas eran percibidos por mi sentido del olfato, a pesar de que él no esté conmigo. Leí el poema hasta que al fin las clases de matemáticas culminaron y fui la primera en abandonar el salón.
Una vez fuera, al salir casi corriendo, tropecé con mis propios pies y caí de cara torpemente. Traté de levantarme y recibí la ayuda casi instantánea de Nicolás, quien ya estaba recogiendo todos mis libros desparramados por el pasillo.
- Te lo agradezco. – Me limité a decir.
- No te preocupes, no te reprocharé acerca de tu novio. – Bajó la mirada – Quería saber cómo estabas.
- Afortunadamente bien. – Recibí los libros que Nicolás había recogido, y traté de seguir mi camino para ver a Az cuanto antes, pero Nicolás me detuvo.
- Quiero que sepas que quiero seguir siendo tu amigo, detesto tu indiferencia hacia a mí.
- Te metiste a mi casa sin mi autorización y no sé que demonios le hiciste a mis padres. – Le recordé casi perdiendo la paciencia.
- Demonios, en esa palabra se centra toda mi respuesta. – Sonrió amablemente como siempre, dio media vuelta y por fin se fue.
Al final, sí terminó reprochándome por mi novio de forma indirecta, pero Nicolás es en el último en quien quiero pensar ahora. Mi cabeza solo tenía espacio para una sola persona que habitaba allí las veinticuatro horas, y a quién me dispuse a esperar en la salida del colegio.
Sin casi darme cuenta, mi corazón ya latía rápidamente cuando lo vi salir con el cabello despeinado, sus ojos brillantes y la casaca del uniforme arrugada por el largo día escolar. Apenas me vio, se dirigió a donde estaba y me abrazó fuertemente, dándome pequeños besos en el cuello.
- Te extrañé todo el día, Julieta.
- No tanto como lo hice yo.
Me sonrió y luego nos subimos en su coche para ir a vagar a algún sitio de la ciudad, que en realidad no importa dónde si estoy con él. Puso una suave música en la radio y las melodías hacían que me enamorara más de él mientras lo escuchaba cantar pequeños fragmentos de las canciones.
- ¿En serio te gusta cómo canto?
- Amo oírte cantar, parece que no hay nada que no haces bien.
- Hay varias cosas que hago pésimo.
- No lo creo - Dije sonriendo.
- Una de ellas es que no tengo idea de a donde llevarte.
- Quedémonos aquí.
- ¿En medio de la carretera, amor?
- No importa donde estemos, lo importante es pasar tiempo juntos. Además, casi no pasan autos por aquí.
- Bien, entonces nos quedamos aquí. – Me tomó de la mano y sentí su caliente piel en contacto con la mía. Acercó mi pálida mano a sus labios y le dio un pequeño y corto beso. – Te amo.
- Déjate de cursilerías y bésame. – Sonrío divertido y empezó a acercarse lentamente, a propósito, hacía mí.
Ya tenía sus labios entrelazados con los míos y sus manos sostenían mi cintura para luego montarme sobre él en el asiento del conductor. Me regalaba suaves caricias mientras lo besaba, empezando por mi cabello y luego sus manos exploraban más abajo. Terminó nuestros besos con uno en la frente, justo antes de que su piel ya caliente empezara a hervir. Decidí no prestarle importancia por ahora.
- Tengo algo para ti. – Sus ojos reflejaban lo ilusionado que se sentía en ese momento.
- ¿Qué es? – Pregunté acariciando su atolondrado cabello azabache.
Metió una de sus manos al bolsillo de su casaca y de allí sacó una pequeña pulsera, que parecía hecha a mano, estaba hecha de hilos negros y colgaba de allí un sol rojo, igual al que él tenía en su amuleto. Sonreí como una niña tonta al ver el regalo que él tenía para mí, y estoy segura de que hubiera reaccionado igual, aunque su regalo fuera una piedra.
- Lo hice yo, así podremos estar más unidos a pesar de la distancia.
- Me encanta. – Dije entusiasmada, mientras Azrel me ayudaba a ponérmelo. – Es perfecto, sobre todo porque lo has hecho tú.
Miré la pequeña pulsera que colgaba de mi muñeca, y las mariposas – o una manada de búfalos – asaltaron mi estómago de repente. Apoyé mi cabeza en su pecho, y sus latidos empezaron a correr más rápido.
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Editado: 14.01.2020