Foscorllum

Capítulo veintiséis

Mi vida hasta ahora solo ha sido un lapso, de experiencias y emociones... muchas emociones. Guardamos y recopilamos memorias durante todo ese tiempo, memorias que quedarán grabadas en nosotros por el resto de nuestras vidas y, sobre todo, las más importantes, aquellas que dejan en ti una verdadera marca, como un tatuaje en tu inconsciente que te recuerda siempre aquello tan trascendental que viviste y también lo que sentiste en ese momento.

Una experiencia que dejó una marca en mí fue esa vez que visité a mis abuelos en su vieja casa a las afueras de Illinois, era mi navidad número ocho. Papá conducía el auto en medio de la carretera, mamá estaba en el asiento del copiloto tarareando canciones de los 80's y mi hermano y yo estábamos en el asiento trasero, él jugaba con un carrito rojo de juguete y yo me perdía en mis pensamientos mientras apreciaba el paisaje por la ventana, veía pasar los campos de cultivo, las enormes montañas y algunas personas con sus ganados de animales, pensaba en que vería a mis abuelos después de varios meses y trataba de adivinar que me regalarían en aquella navidad, ellos siempre solían regalarme fascinantes juguetes o ropa muy costosa. Al final de trayecto llegamos a la casa campestre con la fachada recién pintada de un celeste cielo y las ventanas decoradas con margaritas y blancas cortinas, donde mis abuelos vivieron desde su casamiento. Todo, a excepción del color de la fachada, estaba como lo recordaba, los abuelos no habían cambiado, ellos seguían con las mismas miradas dulces de siempre. Aquel día me pasé toda la tarde jugando en la huerta, en la parte trasera de la casa, imaginando que era una granjera, más tarde estaba bañándome para nuestras famosas cenas navideñas y luego me vestí con mi vestido azul favorito. La emoción desbordaba de mí, amaba estas fechas.

La cena fue maravillosa, el pavo estaba a centro de la mesa y el plato de todos tenía una porción de ensalada, los adultos bebían vino y los niños jugo de frutas, además acompañamos la cena con salsas, pasteles y bocadillos exquisitos preparados por la abuela. Luego de las doce y devorada la cena, llegó la repartición de regalos, yo fui la última en recibir el mío que estaba dentro de una caja rosa decorado con un enorme listón rojo. Desgarré el papel de regalo y abrí la caja; me encontré con una preciosa muñeca de lana tejida por la abuela y una carriola en miniatura de madera hecha por el abuelo. La muñeca tenia dos trenzas y un vestido azul parecido al mío y la carriola tenía decoraciones rosas, amé mi regalo, especialmente porque era hecho por las manos de mis abuelos y no había muñeca o carriola que se les parezca.

Un día después partimos de vuelta a casa, despidiéndonos de los abuelos con unas pocas lágrimas porque faltaba mucho para volver a verlos, ya que el trabajo de mis padres impedía visitarlos a menudo. Cuando llegué a casa jugué con la muñeca y la carriola durante los siguientes días, sumergiéndome en un mundo de princesas, hadas, carriolas voladoras y fantasías infantiles. Pero toda mi felicidad se vio fuertemente opacada, debido a que, semanas más tarde, nos llamaron para informarnos que los abuelos habían sufrido un accidente en el bus en el que viajaban, se dirigían al pueblo en el que se conocieron para celebrar su aniversario, pero nunca llegaron, su aniversario tuvo que ser en el cielo, a menos eso fue lo que nos dijeron mis padres a mi hermano y a mi para tratar de consolarnos, ambos comprendimos a nuestra corta edad, que el amor puede doler a veces. Las navidades jamás fueron las mismas, y yo tampoco. Desde ese día prometí cuidar el último regalo que me dieron mis abuelos como un recuerdo valioso, resguardé ese regalo hasta el día de hoy, es tan importante para mí que no soportaría perderla o que se dañe, por ello la mantengo en el estante rosa, junto a mis libros, me recuerda a mis abuelos siempre que la veo, y hasta siento que la muñeca aún conserva el perfume de rosas de la abuela. Ahora a mi edad y con lo último que he vivido, sentí por Azrel algo parecido a lo que sentí por el regalo, ya que, hasta ahora, no me había puesto a pensar seriamente en lo importante que él se había vuelto para mi y en el profundo dolor que podría invadir mi alma si algo malo le pasara o si se va. No puedo imaginar un día sin ver su sonrisa o sin contemplar el espléndido brillo en sus ojos, comprendí lo muy enamorada que estaba de él, de su oscuro ser.

Aquella mañana amanecía a su lado por primera vez; lo vi abrir sus celestes ojos que brillaban con briznas de amor y deseo que me envolvían en un mar de locura. Las sábanas blancas cubrían su desnudez y su cabello relucía bajo la luz del sol por la mañana. Acarició mis mejillas con el dorso de su mano y luego se levantó para vestirse, me dijo que ya era hora de que se vaya antes de que lleguen mis padres, por lo que le abrí la ventana para que lo hiciera. Se despidió de mi con un corto beso en los labios.

- Te amo con cada uno de mis latidos-, le creí cuando lo dijo- Adiós, hermosa. Se fue, como un pajarito volando en libertad.

Si me dieran a elegir una memoria, un recuerdo de todos los que he tenido hasta ahora en mi corto lapso de vida, diría que este, porque nunca he amado como en este momento, además es un recuerdo digno de una vida que amó y fue amada.




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