—¿Mew? —Jes apenas podía disimular su sorpresa al ver a su amigo en el umbral de su casa—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Así es como recibes a tu mejor amigo? —Mew hizo un mohín dramático, entrecerrando los ojos con exageración antes de voltear hacia su novio, Tul, quien observaba la escena con una sonrisa apacible—. ¿Ves por lo que tengo que pasar, amor? ¡Una persona terrible! —exclamó, señalando a Jes con el dedo índice, como si anunciara un delito grave.
Jes bufó y se cruzó de brazos con una sonrisa burlona.
—Oh, disculpe su alteza —dijo inclinándose en una exagerada reverencia—. ¿Le permito a Su Excelencia pasar o será que su alteza quiere golpearme con su noble dedo índice?
Mew soltó una carcajada y se dio una palmada en el pecho.
—¡Ve, Tul! ¡Este hombre me desafía en mi propia corte! ¿No soy digno de un mejor amigo leal y no un traidor que me niega un cálido recibimiento?
Tul observaba la escena con una sonrisa de complicidad, divertido por la camaradería de ambos, esa mezcla de bromas y desafíos infantiles que solo dos amigos muy cercanos sabrían mantener sin caer en excesos. Su presencia irradiaba paz; era un refugio en esa dinámica caótica, tan entrañable como divertida.
Jes, finalmente, hizo un ademán hacia adentro.
—Tul, entra. Mew ya me está derritiendo con su calor real.
—Oh, espera —dijo Mew, alzando una mano para detenerlos justo cuando estaban por entrar—. No vinimos solos.
Jes parpadeó, observando cómo Mew corría de regreso hacia el coche. A los pocos segundos, del asiento trasero descendió un joven alto, de aspecto sereno pero algo tenso, con una postura elegante que parecía tan natural como su respiración. Vestía de manera impecable, casi como si acabara de salir de una sesión fotográfica. Y, en realidad, Jes no descartaba esa posibilidad. Algo en ese rostro le resultaba vagamente familiar, pero no conseguía ubicar de dónde. El nombre Fuaiz se cruzó en su mente como un susurro, algo escuchado en algún lugar, como un eco de una revista o un cartel.
El chico miró a su alrededor con una mezcla de nerviosismo e incomodidad, como si estuviera evaluando cada paso y no encontrara las palabras adecuadas para romper el hielo.
Mew regresó a la puerta y se giró hacia Jes, tomando una pose de anfitrión exagerado.
—Jes, mi fiel amigo, déjame presentarte al insigne Thanawat Shinawatra —dijo con voz solemne, llevándose una mano al corazón—. Una joya de la moda, un talento de las pasarelas... y, si tienes suerte, puede que hasta te dedique una sonrisa. ¡En carne y hueso, el mismísimo Fuaiz!
Jes se rió, llevándose una mano a la boca para contener la risa.
—¿Sabes? Me siento honrado, Mew. Casi como si estuviera en presencia de un rey —dijo, dirigiéndose a Fuaiz con una sonrisa amigable—. Es un placer, en serio. Casi como si ya te conociera, ¿sabes? Pero no logro recordar de dónde.
Fuaiz esbozó una sonrisa tímida y bajó la mirada. Parecía debatirse entre la incomodidad de estar allí, la necesidad de decir algo, y el silencio, como si sus palabras no estuvieran listas para saltar al aire.
Mientras tanto, Tul se acercó a Jes con esa serenidad que lo caracterizaba, extendiendo la mano con una calidez genuina.
—Gracias por recibirnos, Jes. —Su voz era suave y sincera, una presencia tranquilizadora en medio del bullicio alegre de los otros dos.
Jes le devolvió el wai, encontrando en Tul un respiro, una pausa de calma en esa entrada improvisada y teatral.
El grupo, finalmente, cruzó el umbral. Fuaiz parecía rezagado, sin apartar la mirada del suelo, como si en cualquier momento estuviera a punto de decir algo. O quizás no. Jes no podía evitar preguntarse qué historias se escondían detrás de esa incomodidad y ese hombre que le parecía intrigante.
Jes les sirvió vasos de agua fresca, una cortesía sencilla y común en Tailandia, donde el clima invita a un refresco más que a una bebida caliente. Mientras se sentaban, sus amigos aceptaron el agua con gratitud, excepto Mew, quien hizo un leve gesto burlón al examinar el vaso, como si el contenido careciera de la teatralidad que su espíritu requería.
Jes, sin embargo, no tardó en dirigir una mirada suspicaz hacia las valijas apiladas junto a la puerta. Eran varias y de un tamaño considerable, lo cual sugería una estadía que podía extenderse.
—¿Y cuánto tiempo piensan quedarse? —preguntó Jes, inclinándose hacia ellos con una sonrisa curiosa, mientras alzaba su vaso.
Tul, siempre sosegado, sonrió de vuelta y tomó un sorbo.
—Mew necesitaba unas vacaciones. Y pensé que yo también, así que decidimos tomarnos unos días de descanso —explicó con calma, su tono lleno de esa serenidad que parecía envolverlo como una segunda piel.
Jes dirigió una mirada llena de incredulidad hacia Mew.
—¿Él necesitaba un descanso? —murmuró, frunciendo los ojos con picardía—. Y, dime, ¿por qué no se hospedan en un hotel?
Mew exhaló un suspiro exagerado, cruzándose de brazos como si Jes acabara de herirlo de gravedad.
—¿Y llevar a mi amorcito a un hotel impersonal? —respondió, con una mano en el pecho—. ¡No, no! Aquí todo es más acogedor, más… humano.
Jes rió entre dientes, observando cómo Mew, una vez más, convertía cada palabra en una pequeña obra teatral. Había algo hipnótico en su forma de hablar, en cómo lograba hacer que cualquier simple visita pareciera el evento más grandioso.
En contraste, Fuaiz, el modelo que había llegado con ellos, permanecía en silencio. Parecía tan tranquilo como un lago en calma, pero su mirada, aunque baja, revelaba cierta inquietud. Cada tanto, ofrecía una sonrisa tímida, como si quisiera sumarse a la dinámica alegre pero no encontrara las palabras exactas para ello. Había algo en él que llamaba la atención, una especie de aura reservada y elegante, y Jes no podía evitar mirarlo de reojo, intrigado. Ese rostro… ¿Dónde lo había visto antes?