Four and the beauty (es.Vrs.)

Capítulo 1

​El vestíbulo principal del instituto no olía a libros viejos y tiza, sino a perfume de diseñador, mármol pulido y miedo. Mucho miedo.

​Era el día de la Tabla Everent.

​Emelly Karshian Fortyin se ajustó los lentes, esos que hacían que su vista fuera mejor después del accidente. Sentía que el corazón le iba a atravesar el suéter de cachemira beige que llevaba puesto. Su cabello, en ese momento castaño y ondulado, caía como una cortina sobre su rostro, una barrera perfecta para esconderse del mundo. O eso creía ella.

​—Están actualizando —susurró alguien cerca de ella.

​La enorme pantalla de cristal líquido que cubría la pared norte parpadeó. Cientos de nombres, todos hijos de las familias más poderosas del continente, se reorganizaron en tiempo real. Los números bailaron, subiendo y bajando, dictando quién dormiría tranquilo esa noche y quién sería la decepción de su apellido.

​El silencio fue absoluto cuando el movimiento cesó.

​En la cima, donde durante años había brillado un solo nombre inamovible, había un cambio.

1. Emelly Karshian Fortyin - Puntuación: 100/100 (PERFECTO)

2. Gerard Geræld - Puntuación: 99.8/100

​Un murmullo estalló como una ola.

—¿Quién es ella?

—¿Un cien? Eso es imposible, nadie saca un cien.

—¿Derrotó a Gerard?

​Emelly retrocedió un paso, abrazando sus libros contra el pecho. Sus manos temblaban. No sentía el triunfo de la victoria; sentía el peso de mil ojos clavándose en su nuca. Había cometido un error: había sido demasiado perfecta. Su plan de pasar desapercibida acababa de volar en pedazos.

​Buscó una salida con la mirada, pero sus ojos se desviaron hacia el otro extremo del salón. Allí estaba él.

​Gerard Geræld.

​Incluso a la distancia, destacaba. Con su 1.73 de estatura y esa postura aristocrática, parecía ajeno al caos. Emelly lo vio levantar la vista hacia la pantalla. Sus ojos, de un verde esmeralda tan intenso que parecían joyas frías, recorrieron su propio nombre en el segundo puesto. Luego, subieron al primero.

​Emelly contuvo el aliento, esperando la ira. Esperando ver los puños cerrados o el ceño fruncido que caracterizaba a los chicos ricos cuando perdían.

​Pero Gerard no hizo nada de eso.

​Su expresión era de un hielo absoluto. No había rabia, solo una frialdad analítica, como si estuviera observando una ecuación que no cuadraba, pero que ya sabía cómo resolver. Con una calma aterradora, se ajustó la mochila al hombro y se dio la vuelta, dándole la espalda a la tabla y a su derrota sin mirar a nadie.

​El aire se le escapó a Emelly.

—Es... —susurró para sí misma, incapaz de apartar la vista de su espalda mientras él se alejaba entre la multitud que se apartaba para dejarle paso—. Es fascinante.

​A unos metros, ajenos a la crisis interna de Emelly, un grupo de amigos reaccionaba.

​—Vaya —silbó Gabriel Crawford, pasando una mano por su cabello castaño—. Alguien acaba de patear el tablero. ¿Viste eso, Gus?

​Gustavo Crawford, con su impecable cabello color miel, asintió serio, mirando hacia donde se había ido Gerard.

—Gerard no va a dejar esto así. Pero... ¿un cien cerrado? —Gustavo miró hacia la chica del cabello castaño que temblaba cerca de la columna—. Esa chica es peligrosa.

​—Se ve adorable —rio Carolina Revenwood, colgándose del brazo de Gabriel—. Mira, parece un cervatillo asustado.

​—Los cervatillos no sacan dieces perfectos, Caro —intervino Natasha Montgomery, su belleza de muñeca de porcelana intacta mientras analizaba a Emelly con ojos astutos—. Los depredadores disfrazados sí.

​La Biblioteca Central del instituto no era un lugar para estudiar; era un santuario. Techos abovedados de cristal, estanterías de caoba que llegaban al cielo y un silencio tan costoso que daba miedo romperlo.

​Emelly caminaba aferrando la correa de su mochila hasta que sus nudillos se pusieron blancos. La directora Vance había sido clara, casi brutalmente honesta:

"Tu 100 absoluto es impresionante, Srta. Karshian, pero es un promedio global. Para liderar en el Hotliner, la brillantez general no basta. Necesitas especialización. Necesitas Puntos Arcade. Tienes cero. Necesitas quinientos."

​Y luego, el golpe de gracia: "Gerard tiene dos mil. Él te enseñará cómo conseguirlos."

​Emelly dobló la esquina hacia la sección de Matemáticas Avanzadas y lo vio.

​Gerard estaba sentado en una mesa de cristal, rodeado de libros abiertos y una tablet con gráficos bursátiles en tiempo real. La luz de la tarde entraba por los ventanales, y por primera vez, Emelly notó el contraste: su piel pálida, sus ojos verdes como esmeraldas afiladas y ese cabello negro azabache, ligeramente desordenado, cayéndole sobre la frente mientras escribía algo en una libreta.

​No parecía molesto. Parecía un rey en su trono, aburrido de su propio reino.

​Emelly carraspeó, intentando sonar segura, pero el sonido salió más como un chillido ahogado.




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