Fractals

Capítulo 2: Una convivencia ruso-americana

Pasamos una primera semana sin mucha dificultad. Dado que tanto Olya como Sasha habían decidido apegarse a sus costumbres culturales rusas y se veía que venían preparados. Por lo primero, en la mañana del siguiente día a nuestra llegada comenzaron a repartir regalos varios. A Talan le tocó priániks y un set de matrioskas, cuando Toby recibió un paquete de zefir y las distintivas muñecas rusas.

En cuanto al regalo de mamá, Misha me arrastró muy temprano para ir a comprar flores. Y digamos que no nos fue muy bien, porque Misha, al revisar las flores, descubrió que era una cantidad par. Oh, Dios mío. El mundo iba a desmoronarse por ello, porque sobraba o faltaba una flor. Lo gracioso recaía en el robótico inglés del chico, quien verdaderamente detestaba aprender el idioma. ¿Cuántas veces te lo dije, Misha? Millones. Y por fin sabes lo importante que es el inglés. Como era de esperar, tuve que tomar yo las riendas, explicarle una clase entera sobre modales rusos y pedirle que por favor nos diera el ramo que buscábamos. Por eso niños, siempre tratad con respeto a la gente y no seáis precipitados si no queréis acabar como cierta persona.

Volviendo a lo importante, después de ver lo ocurrido e ignorando las gracias que dio mi madre, decidí darles a los chicos una sesión completa de costumbres americanas. 

La primera persona en aceptarlo fue Galya. No era de extrañarse, pues era la mente más abierta del grupo, algo que le había permitido conectar con deportistas de todas las clases y partes del vasto mundo. La chica de ojos cenicientos ya sonreía con comodidad en el sofá, después de haberle dado a Toby dos besos de saludo. Incluso diría que pronto comenzaría a silbar, eso sí que sería increíble, porque los rusos habían sido profundamente inculcados a no hacerlo. También cabía destacar que había cambiado sus pantuflas por sus agradables calcetines y zapatillas. 

—Misha —lamento ya cansada—, solo sonríe. Mírate a ti mismo al ganar una medalla de oro —comentó enseñándole un vídeo suyo en YouTube–, eso debes hacer siempre. 

—Pero... 

—Solo los tontos sonríen sin razón —iba a quejarse el rubio cuando es interrumpido por el pelirrojo, quien por cierto tenía más problemas que Mihail con sus labios debido a su personlidad. 

—Ya me sabía el dicho —suspiré—. Y mejor os ayudo a completarlo. Solos los tontos sonríen sin razón. Pero los tontos viven más felices. Así que ahora toca calentar esas mejillas, ¡estáis más flácidos que un gusano de biblioteca!










 

—¿Me recuerdas qué hacemos aquí? —preguntó Sasha. Misha me culpaba con la mirada. Olya había decidido obedecer por las buenas, pero aún así era un dos contra uno.

Los cinco (porque Toby también cuenta como ser humano) estábamos a pocas calles de donde vivíamos. En el comienzo pudo parecer un simple paseo pero no. Estaban muy equivocados si picaron en tan sencillo truco. Era una persona rencorosa y a la vez competitiva, eso me llevaba a recordar cada una de las metas que me habría propuesto y no las hubiera completado aún. Había pasado unas seis horas desde el entrenamiento de buccionador (alias músculo carrillo o mejilla) y era el rato perfecto. Era matar dos pájaros de un tiro: sacaba a Toby a pasear mientras que el resto se integraban en la sociedad norteamericana. 

Era extraño decir, hubo tiempo en Rusia que no me sentía nada estadounidense, pero ahora sí que notaba formar parte del país. Durante mi estancia, Rusia se me hizo extremadamente agradable, pero tal vez estaba en mis genes esa fuerza característica de la gente del otro lado del charco. 

Volviendo a la realidad, comenzaba a recordar este pavimento viejo. Una valla algo rota que conducía a un camino abandonado. El gran roble por el cual había escalado miles de veces. Aquellas casas con tejados de formas bizarras de las que me había reído tantas veces con mis viejos amigos. Sin duda, este era el camino de mi infancia y eso me daba alegría pero también me causaba escalofríos al mismo tiempo. En mis comienzos lo recorría de la mano de Hawk, quien luego me dejaba en casa de Will, como lo hacía la madre de Olympe y la madre de Jordan. Los cuatro pasábamos estupendas tardes sentados o gateando por el jardín de los Rafflesia. Buenos tiempos aquellos. Pero los de ahora... ya no eran tan inocentes. 

En mi corazón, Olympe siempre había sido mi mejor amiga. Pero era esencial que les presentara a los chicos a Will antes que otros. Dada su inexperiencia, les sería más fácil conectar con Will. O eso suponía. 

Toqué el timbre que tenían en la puerta. El mismo sonido que había escuchado durante años volvió a sonar, era revivir algo repetitivo pero nostálgico y recargado de recuerdos pero a su vez un miedo de no ser recibida como me esperaba. La señora Rafflesia, Martha, abrió la puerta y al verme, no supo cómo reaccionar. Primero curvó una leve sonrisa y enseguida sus ojos se tornaron vidriosos, como si estuviera a punto de llorar. Parpadeó varias, tratando de confirmar el hecho de que había vuelto. Pues nunca los visité cuando volvía de Europa, debieron pensar que abandoné por completo mi cuna. Algo de lo que también había tratado de convencerme. 



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En el texto hay: instituto, arte, deportes

Editado: 29.10.2018

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