Ruido en la oscuridad
El silencio del espacio era una mentira. Dentro de la pequeña nave de carga, el único sonido era el zumbido grave de los sistemas de soporte vital y la respiración contenida de sus tres tripulantes. Hacía al menos un día que habían huido de Nova Aether, una mota de polvo anónima en una ruta de suministros hacia Marte. Una mota de polvo que transportaba una verdad capaz de quebrar un universo.
Alex había pasado las primeras horas asegurando su invisibilidad. Trianguló las señales, confirmó que el manifiesto de carga falso se mantenía estable y verificó que ninguna patrulla de Arytza los estuviera siguiendo. Por ahora, estaban a salvo. Pero la calma era una capa de hielo fino sobre un océano de pánico. Se apoyó contra la fría pared de metal, observando a los otros dos.
Ava estaba arrodillada junto a la litera improvisada donde habían acostado a Marcus. Le pasaba un paño húmedo por la frente, intentando bajar la fiebre que lo consumía desde que tocó la esfera. Marcus temblaba, atrapado en una pesadilla febril. Susurraba palabras, fragmentos de frases que se perdían en el zumbido de la nave.
—Error de bucle... —murmuró, sus ojos moviéndose rápidamente bajo los párpados—. Inestabilidad en nodo... fr... fragmentada...
Ava se inclinaba, intentando descifrar el mensaje roto. Anotaba cada palabra en su datapad. No sabía qué significaban, pero sentía que eran importantes, las últimas migajas de un sistema que se había hecho añicos en la mente de su amigo.
—Sigue diciendo lo mismo —le dijo a Alex en voz baja, sin apartar la vista de Marcus—. Es como si estuviera atascado repitiendo un informe de error.
Alex se acercó, cruzándose de brazos. Su rostro era una mezcla de escepticismo y una profunda preocupación que no lograba ocultar.
—O su cerebro se frió por la descarga, Ava. Vimos lo que esa cosa hacía. No me sorprendería que lo hubiera dejado... dañado.
—No está dañado, está... procesando —insistió ella, aunque una punzada de duda la asaltó.
Más tarde, mientras Marcus por fin parecía dormir en un silencio inquieto, Ava y Alex se sentaron frente al pequeño visor de la cabina. La negrura del espacio era absoluta, salpicada por estrellas distantes.
—Bueno... al menos la vista es buena —dijo Alex, en un intento fallido de romper la tensión.
Ava no respondió. Tenía en sus manos el datapad con el único archivo que había logrado descargar de la máquina. Un bloque de datos encriptado y corrupto que se negaba a abrirse. Su única pista.
—No quiero terminar como él —soltó Alex de repente, su voz apenas un murmullo. Ava se giró para mirarlo—. No quiero terminar como un archivo corrupto en un servidor olvidado, Ava. Como AL-3.
La vulnerabilidad en su voz la desarmó. Por primera vez desde que huyeron, vio más allá de su sarcasmo y su pragmatismo. Vio el mismo miedo que sentía ella.
—No lo harás —respondió, su propia voz más firme de lo que se sentía—. No mientras yo esté aquí. No estamos solos en esto.
Alex la miró, y por un momento, el espacio entre ellos se sintió más pequeño, más íntimo. Él asintió levemente, un gesto de gratitud silenciosa.
—Tenemos esto —dijo ella, señalando el datapad—. Y tenemos a Marcus. Algo nos está guiando. Aunque no entendamos qué es.
—O nos está llevando a otra trampa —replicó él, aunque sin la convicción de antes.
Justo entonces, un espasmo sacudió el cuerpo de Marcus.
Ambos se giraron de golpe. Él se había incorporado en la litera, con la espalda rígida y los ojos completamente abiertos, fijos en algo que solo él podía ver en la oscuridad de la cabina. Su voz, cuando habló, no era la suya. Era una repetición neutra, mecánica, como la de un sistema recitando su última línea de código.
—El ciclo no se puede romper porque ya fue escrito.
Y con la misma brusquedad, se desplomó de nuevo sobre la litera, inconsciente.
Ava y Alex se quedaron congelados, el eco de esa frase terrible resonando en el silencio absoluto de la nave. Ya no había dudas. El ruido en la cabeza de Marcus no era una pesadilla.
Era un mensaje. Y estaba dirigido a ellos.