El archivo muerto
Los días en la nave de carga se habían fundido en un ciclo monótono de oscuridad y luz artificial. El silencio del espacio había sido reemplazado por una tensión palpable. Alex llevaba casi setenta horas intentando romper la encriptación del archivo que Ava había descargado. Lo había intentado todo: ataques de fuerza bruta, análisis de patrones, algoritmos de desencriptación cuántica. Nada. El archivo permanecía sellado, un bloque de datos que se burlaba de él.
—Es inútil —dijo al fin, golpeando la consola con frustración contenida—. Esto no es un código normal. Es una geometría imposible. Se reescribe a sí mismo cada vez que intento encontrar una vulnerabilidad.
Ava, que había estado observando la pantalla por encima de su hombro, sintió un dolor de cabeza punzante. Los patrones fractales de la encriptación danzaban ante sus ojos, familiares y ajenos. Se sentó, frotándose las sienes.
Marcus, por su parte, se había recuperado de la fiebre. Estaba más débil, más delgado, y una quietud extraña se había apoderado de él. Ya no hablaba del "ruido", pero su mirada a menudo se perdía en las paredes de metal de la nave, como si viera cosas que ellos no podían.
—Déjame ver —dijo Ava, acercando el datapad.
Ignoró las líneas de código y se concentró en la forma, en la estructura visual de la encriptación. Era caótica, pero tenía un ritmo, una cadencia... De repente, levantó la vista y miró a Marcus, que estaba sentado en su litera, trazando distraídamente un patrón en la manta con el dedo.
Era el mismo patrón.
—No es un código —susurró Ava, una epifanía recorriéndola como una descarga eléctrica—. No se hackea. Se sincroniza.
Alex la miró sin comprender. —¿De qué hablas?
—Mira —dijo ella, señalando la pantalla y luego a Marcus—. Es él. La encriptación... es una firma neurológica. O biológica. No lo sé. Pero la llave para abrirlo no es una contraseña. Es él.
Se acercaron a Marcus, quien los miró con sus nuevos y tranquilos ojos.
—Necesitamos tu ayuda —le dijo Ava con suavidad—. Creemos que solo tú puedes abrir esto.
Marcus observó el datapad. Un atisbo de miedo, un recuerdo del doloroso contacto con la esfera, cruzó su rostro. Pero asintió. Colocó su mano temblorosa sobre la pantalla.
No pasó nada.
—No es el tacto —dijo Alex, analizando los datos—. Necesitamos una conexión directa. Una lectura de sus patrones neuronales.
Conectaron a Marcus a la interfaz a través de un sensor médico de la nave. En el momento en que el sistema leyó sus ondas cerebrales, el archivo se abrió.
El interior de la cabina se inundó de luz holográfica. Las proyecciones no aparecieron en la pantalla, sino que llenaron el pequeño espacio, rodeándolos, atrapándolos dentro de la memoria. Vieron una ciudad futurista ardiendo, gente gritando mientras sus cuerpos se fusionaban con cables y metal. Vieron una línea de tiempo desplegarse, con fechas que brillaban como heridas: 2033 (Contención AL-3), 2065 (Fundación Arytza), 2197 (Purga Histórica).
Y entonces, la figura de Luna apareció ante ellos, una grabación fantasmal, su rostro lleno de una urgencia terrible.
«Esto no es una profecía», dijo su voz, que parecía nacer del propio metal de la nave. «Es una advertencia. El Patrón no es un ente que nos controla. Es una consecuencia de nuestras propias decisiones, un eco de cada ciclo fallido. Chen creyó que podía dirigirlo, pero el Patrón no se dirige. Se habita».
La proyección de Luna se desvaneció, y el archivo mostró una última imagen: una compuerta enterrada bajo la arena roja de Marte. Luego, todo se apagó. El holograma colapsó, y el archivo en el datapad de Ava se borró, dejando solo un rastro de datos corruptos.
Se quedaron en silencio, el peso de la verdad cayendo sobre ellos. La manipulación de Chen, la historia borrada... todo era real.
Marcus, ahora completamente lúcido, los miró. La conexión con el archivo parecía haberlo purgado del "ruido". Su voz, cuando habló, era clara y firme.
—Nos vemos en la arena.
Y como si sus palabras hubieran sido la última clave, una alarma suave sonó en la consola de la nave. Alex se giró y miró el visor principal.
—Hemos llegado.
Frente a ellos, llenando toda la vista, el inmenso y silencioso globo de Marte los esperaba. Ya no era un destino. Era la escena de un crimen. Y ellos eran los únicos que sabían dónde estaba enterrado el cuerpo.