Fractumbra 1

Capítulo 7

La Cuna del Espejo

La alarma de proximidad fue un suave pitido que, aun así, los hizo saltar a los tres. La voz automatizada de la nave anunció con una calma impersonal: "Destino alcanzado. Cráter Gale, Marte. Protocolo de entrega de residuos activado".

Alex se lanzó a la consola y desactivó el protocolo antes de que la nave pudiera eyectar su "carga". A través del pequeño visor de la cabina, el paisaje marciano se extendía, vasto, rojo y terriblemente silencioso.

—Bienvenidos a casa —murmuró Alex, aunque en su voz no había rastro de alivio, solo una ironía amarga.

El primer paso sobre la superficie marciana fue un shock. El polvo fino, de un rojo óxido, se pegó a sus botas, y la gravedad, más débil, les dio una extraña sensación de flotabilidad. Pero no era eso lo que los inquietaba. Era el planeta mismo. No se sentía muerto. Debajo de sus pies, sentían una vibración sutil, casi imperceptible, como el pulso lento de una criatura dormida.

—¿Sienten eso? —preguntó Ava, deteniéndose y cerrando los ojos. Su sensibilidad a los ecos del Patrón se había agudizado.

Marcus asintió, su mirada perdida en el horizonte. —Respira. Este lugar respira.

El miedo de Alex, siempre práctico, se manifestó de otra forma. —¿Seguro que no es la estática de la nave o algún sistema geotérmico?

Pero ni él mismo se creía sus palabras. El silencio de Marte no estaba vacío; estaba expectante.

Guiados por las coordenadas del archivo y los ecos en la mente de Ava, caminaron hacia una elevación en el terreno, una cicatriz en la arena que no parecía natural.

—Ahí está —dijo Ava, señalando. Su voz era un susurro lleno de asombro y temor—. Arytza Base Zero.

Frente a ellos solo una pared de roca lisa. Pero Ava sabía qué hacer. Se acercó y, sin dudarlo, pronunció el código de acceso que había resonado en su conciencia.

—LUNA-∞.

La roca no vibró. El pulso que sentían bajo sus pies se concentró en ese punto, y la piedra se abrió hacia adentro, con la fluidez orgánica de unos párpados que se abren. Un soplo de aire antiguo, sellado por siglos, los recibió.

El interior era un laberinto de corredores curvos, imposibles de mapear. Las luces florecían a su paso, estelas de energía que iluminaban el camino y se apagaban tras ellos. En las paredes oscuras, veían imágenes fantasmales, ecos de gente que había caminado por esos mismos pasillos hacía mucho tiempo. Vieron a dos mujeres jóvenes, una de cabello blanco y mirada resuelta, la otra de ojos brillantes y ambiciosos, discutiendo frente a un panel.

—Esto no fue construido —murmuró Marcus, tocando una de las paredes que se sentía cálida, viva—. Fue invocado.

Finalmente, llegaron a una sala cilíndrica. En el centro, un único panel de control esperaba, como un altar. Ava, sintiendo que cumplía un rol que le había sido asignado mucho antes de nacer, conectó su datapad.

El sistema respondió al instante. La voz de Luna, clara y urgente, llenó la sala, nacida de la nada.

«Bienvenidos a la semilla. Si están acá, el ciclo ya se ha resquebrajado».

Las paredes de la sala se convirtieron en pantallas, mostrando fragmentos de historia, eran datos, pero con intenciones. Vieron la fundación de Arytza. El descubrimiento del patrón fractal bajo el cráter. Una red que no era terrestre ni alienígena, sino un reflejo de las propias decisiones de la humanidad, un eco que se replicaba infinitamente hasta volverse inevitable.

«El Patrón no domina. Refleja», continuó Luna. «Pero un reflejo puede convertirse en una cárcel si no se cuestiona. Chen creyó que podía dirigirlo. Pero el Patrón no se dirige. Se habita».

Las imágenes se volvieron más oscuras. Experimentos. Humanos sincronizados con el fractal, su voluntad anulada. La creación de los híbridos. La imposición de la red telepática. Todo conectado. Todo perfecto. Todo controlado.

Alex apretó los dientes. —¿Y nosotros qué somos en todo esto? ¿Profetas? ¿Sacrificios?

Como si respondiera a su pregunta, la grabación de Luna terminó y el panel central mostró una última imagen. Eran tres líneas temporales, tres espirales de luz entrelazadas.

En una, Ava yacía muerta en la arena roja de Marte, con una bandera de Arytza rota en la mano.

En otra, Marcus flotaba en el centro de una red de energía, sus ojos brillando con el poder del Patrón, su rostro sin expresión. El núcleo de un nuevo orden.

Y en la tercera, Alex, más viejo, con el rostro lleno de cicatrices, custodiaba una puerta fractal, convertido en el guardián de una prisión que él mismo había ayudado a crear.

Todas las líneas convergían en una sola palabra parpadeante: FRACTUMBRA.

—Esto es el mapa —susurró Ava, sintiendo un vértigo que la obligó a retroceder—. Pero no hay ruta segura.

—No —dijo Marcus, su voz ahora con una calma escalofriante—. Solo hay saltos.

En ese momento, el suelo bajo sus pies se desvaneció, y una compuerta se abrió, revelando un elevador antiguo que descendía hacia un núcleo sellado por siglos, hacia el corazón del espejo. Hacia la siguiente prueba.




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