Ecos de los que Fuimos
El descenso del elevador terminó con un deslizamiento hacia el silencio. Las puertas se abrieron, estaban en el corazón del espejo.
Una cámara esférica e infinita. El suelo era un cristal negro pulido que reflejaba un cielo arremolinado de estrellas muertas. Las paredes, reflejos líquidos y superficies ondulantes que mostraban destellos de otros mundos, de otras vidas, como si la membrana de la realidad fuera aquí peligrosamente delgada.
—No son espejos... —susurró Ava, su voz ahogada por la majestuosidad del lugar—. Son ventanas.
Alex dio un paso, y su reflejo en una de las paredes líquidas no lo imitó. En su lugar, le devolvió la mirada un hombre más viejo, con el rostro surcado por cicatrices y una armadura de la resistencia que él nunca había usado.
La prueba había comenzado.
El Juicio de Alex: El Sabor del Deber
La visión lo envolvió. Ya no estaba en la cámara. Estaba en las ruinas heladas de una ciudad flotante, con el cielo teñido por el humo de una guerra perdida. Era el guardián de una puerta fractal, el último bastión de una causa olvidada. Vio sus propias manos, nudosas y cubiertas de cicatrices. Sintió el frío de décadas en sus huesos. No había victoria, ni gloria. Solo un amargo sabor a deber cumplido y una soledad tan vasta como el universo roto que custodiaba. Sintió el peso de haber sobrevivido a todos, especialmente a Ava. Y dolió. Dolió más que cualquier herida.
El Juicio de Ava: La Lucha y la Renuncia
El mundo de Alex se desvaneció y fue reemplazado por dos imágenes que tiraban de Ava en direcciones opuestas. A su izquierda, se vio a sí misma como una reina guerrera, con el rostro cubierto de hollín y los ojos ardiendo de justicia, de pie sobre los escombros de la torre de Arytza. Sintió la adrenalina, la furia justa, la satisfacción de la lucha. A su derecha, vio a otra Ava, sentada en un campo de trigo bajo un sol amable, su rostro en calma, libre de cicatrices. La que eligió no saber. Y sintió una punzada de envidia tan profunda, un deseo tan intenso por esa paz, que la avergonzó. ¿Cuál era la verdadera valentía? ¿Luchar hasta el final o tener la fuerza para renunciar a la guerra?
El Juicio de Marcus: La Perfección del Vacío
La visión de Marcus fue la más silenciosa. Se vio a sí mismo como el centro del Patrón, un ser de energía pura y simetría perfecta. No había dolor, ni duda, ni caos. Solo la paz del orden absoluto, la lógica fría y perfecta de un universo sin libre albedrío. Sintió el poder de alinear cada estrella, de silenciar cada grito, de borrar cada imperfección. Pero en esa perfección, sintió una ausencia aterradora. Era la paz del cementerio. La belleza de una ecuación sin vida. Y un horror visceral lo recorrió. Era una jaula dorada, y él se negó a ser su dios.
La Multitud Interior
Las visiones individuales colapsaron, y la cámara los asaltó con una cacofonía de miles de otros ecos.
Ava, muriendo en los brazos de Alex.
Alex, traicionando a Marcus por una promesa de poder.
Marcus, como un niño asustado que nunca se atrevió a salir de Nova Aether.
Ava, fusionada con la máquina.
Alex, como padre de una hija que nunca tendría. Marcus, anciano y solo, observando las estrellas desde un mundo muerto.
Sus propias voces, susurrando, gritando, llorando, riendo, los envolvieron. El peso de mil vidas no vividas, de mil errores no cometidos, de mil amores no encontrados, amenazó con desintegrarlos.
Pero entonces, Ava recordó. Recordó a la mujer de cabello blanco. Recordó el círculo de luz. «No eres un error. Eres un puente».
En lugar de luchar contra los ecos, los dejó entrar. Dejó que la multitud de sus otras vidas fluyera a través de ella, no como una invasión, sino como un río que regresa al mar. Alex y Marcus, sintiendo su calma, la imitaron.
El caos amainó.
Cuando el silencio regresó, el reflejo desapareció en la cámara de cristal negro. Estaban de pie, pero se sentían más pesados. Sus ojos ya no reflejaban solo su propia experiencia, sino el peso de mil otras. Ya no eran tres técnicos. Eran una legión.
Frente a ellos, un camino se abrió, con un una silenciosa invitación. Sin saberlo, estaban preparados para lo que vendría.