Fractura

Capítulo 1: Techo del mundo

El viento nocturno cortaba como un cuchillo sobre la azotea, arrastrando consigo las últimas bocanadas de humo del cigarrillo de Luca. Desde la cima del edificio abandonado, la ciudad no era más que un collar de luces desparramadas en la lejanía, ajena a su existencia. Aquel era su territorio, el "Techo del Mundo"; el lugar donde, desde niños, las reglas de abajo no aplicaban. Un refugio contra el exterior, contra el hogar, contra la familia y sus expectativas.

—¿Para qué mierda necesitamos un título? —escupió Luca, balanceándose con una peligrosa soltura sobre la barandilla. Su voz era un ronroneo áspero, cargado del whisky barato que sostenía—. Al final, todo es la misma basura. Nacer, trabajar, pudrirte… ¿qué más da?

Ian soltó una risa corta y cínica, sin apartar la vista de la pantalla de su móvil, donde grababa un plano cenital del acto temerario de Luca.
—Relájate, poeta. Yo tengo una gran y cómoda silla con mi nombre en una linda oficina.

—Con un padre como el tuyo, no me extraña —replicó Luca, señalándolo con la botella—. No me jodas, solo estarás decorando el lugar.

—Al menos estaré decorando. Tú no tendrías esa dicha —dijo Ian, bajando el teléfono por fin. Su sonrisa era un gesto perfecto y vacío.

—Ya está —la voz de Noah llegó desde un rincón, tranquila pero firme. Estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en una tubería oxidada y una libreta de dibujo sobre las rodillas. El carboncillo en sus dedos trazaba las siluetas de los tejados lejanos—. Luca, baja de ahí. Ian… deja de provocarlo.

Era el mismo baile de siempre. Luca, el puño; Ian, la lengua afilada; y él, el muro de contención. Los tres, un triángulo imperfecto que se sostenía por pura inercia.

Tras la llamada de atención de Noah, el silencio volvió a instalarse, incómodo. La inminente graduación pesaba sobre ellos como una losa. El futuro era una puerta que se abría hacia tres pasillos demasiado distintos.

—¿Y qué harás tú, Noah? —preguntó Luca, bajando por fin de la barandilla y plantándose frente a él—. ¿Tu santo papá ya te tiene un cubículo reservado también?

Noah no alzó la vista del dibujo.
—No hables de mi padre.

—¿Por qué no? El mío es un chiflado que habla con las plantas, y el tuyo es un…

—¡Luca! —La voz de Noah se quebró por primera vez. Alzó la mirada, y en sus ojos brilló una advertencia genuina.

Ian rió, disfrutando del espectáculo.
—Vamos, es un tema jugoso. Mi papá es un fantasma con tarjeta de crédito, el de Luca es un gurú de pacotilla y el tuyo, Noah, es un don Juan arrepentido. ¡Ja! Familias absurdas para todos. ¿Qué más da?

—A ti no te da igual —le espetó Noah, cerrando la libreta de golpe—. Te afecta de la misma manera, pero te escondes detrás del dinero y el sarcasmo ridículo.

Ian miró a Noah con una expresión de desinterés. Quizás lo que dijo le había afectado de alguna forma, pero nada de eso traslucía en su mirada; solo la acompañó con una sonrisa burlona. Si le importaba o no, era irrelevante. Ian era un chico desinteresado; lo tenía todo en la vida, excepto una familia presente. Quizás por eso, de los tres, era el que menos importancia daba a esos conceptos. A diferencia de él, tanto Noah como Luca vivían en situaciones más complicadas: uno, con una familia fragmentada por la inmoralidad de sus padres, sintiendo que debía hacer de juez del mundo; el otro, marcado por la muerte de un ser querido, dejando como única figura responsable a un hombre sumido en creencias estrambóticas y soluciones desesperadas para "mejorar" su vida.

La tensión se enredó en el aire frío.

—Al menos el mío no finge ser perfecto —gruñó Luca, avanzando un paso hacia Noah.

—¿Y qué sabrás tú? —Noah se puso en pie, desafiante—. Tú solo ves la superficie. No tienes idea de lo que es cargar con…

—¿Cargar con qué? ¿Con la responsabilidad? ¡Porque yo he tenido que cargar con un padre que no es capaz de…!

Fue justo en ese instante, en el clímax de la rabia, cuando las palabras se agotaron. Una luz abrasadora blanqueó por un segundo el reducido espacio que compartían.

No hubo un estallido. Solo un chispazo azul y silencioso, un latido de energía que los atravesó a los tres como un escalofrío simultáneo. Una vibración sorda resonó en sus huesos; un zumbido agudo se coló en sus oídos, apagando el mundo exterior. Una sensación de extrañeza, de ligereza y de fatiga repentina.

Quedaron paralizados, jadeantes, mirándose con los ojos desorbitados. El aire olía a ozono, y un sabor metálico les invadió la garganta.

Fue Ian quien rompió la tensión del momento. Con la mano todavía temblorosa, señaló la botella de whisky medio vacía de Luca, que reposaba en el suelo.

—¿Eso… por qué demonios está flotando? —murmuró.

Luca miró la botella. Él no había hecho nada. Pero la botella… flotaba. Era una visión similar a cuando dos imanes con polos opuestos se repelen y quedan suspendidos en el aire, como impulsada por una mano invisible.

El silencio fue absoluto.

Luca fue el primero en reaccionar. Una sonrisa lenta, de incredulidad salvaje, se extendió por su rostro. Sintió una ligereza en la cabeza, como si un hilo translúcido saliera de sus ojos hacia la botella.
—¡¿Ven esto?! —rugió, y su mirada se fijó en aquel trazo diáfano que lo unía al objeto. Se dejó llevar por la sensación que brotaba desde lo más hondo de su pecho. La botella se estremeció, se elevó unos centímetros más y cayó con un ruido seco, estallando en una constelación de esquirlas de vidrio.

—Qué carajos… —susurró Noah, retrocediendo un paso.

Pero Ian ya tenía los ojos brillando con una curiosidad febril. Pronto, la misma ligereza lo invadió a él y, como Luca, se dejó llevar. Extendió su mano y varios hilos invisibles se enlazaron a pequeñas piedras a sus pies. Volteó la mirada para comprobar si los demás podían ver aquellos hilos, pero en sus expresiones confirmó que era algo solo suyo. Así, las piedras se elevaron, girando lentamente en el aire como satélites obedientes.
—Qué clase de mierda… —murmuró Ian, y era la primera vez que Noah oía asombro genuino en su voz.



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En el texto hay: psicologico, drama, telequinesis

Editado: 16.10.2025

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