La luz del amanecer se colaba por la rendija de la persiana, iluminando la libreta abierta sobre las rodillas de Noah. No había dormido. Los diagramas de edificios habían sido desplazados por anotaciones frenéticas, pero estas no trazaban líneas de perspectiva, sino de fuerza. Había garabateado "acción a distancia", "masa vs. energía gastada", y "¿fuente de poder?", todo subrayado con rabia y tachado repetidamente. Su mente naufragaba en un mar de imposibilidades. Lo que había visto no podía explicarse, solo podía documentarse como un fenómeno aterrador.
De la nada su teléfono vibró con insistencia. El grupo "El Triángulo de las Bermudas" ardía en la pantalla.
Ian (05:17 a.m.): ¿Están despiertos? Lo de anoche fue real. Lo acabo de comprobar. Mi cepillo de dientes flota.
Luca (05:18 a.m.): JA. Acabo de bajar la leche de la nevera sin moverme. Se me cayó al gato. El muy idiota me miró como si lo hubiera hecho a propósito.
(Una foto borrosa de un charco de leche y un felino ofendido)
Noah sintió un puño de hielo apretándose en su estómago. No era un sueño. Era una epidemia que se expandía y él era el único que no mostraba síntomas. Escribió, borró, y finalmente envió:
Noah (05:22 a.m.): Tenemos que hablar. En el solar. Después de clases. Y por favor, no sean descuidados.
***
El solar abandonado cerca del ferrocarril parecía haber sido transformado en un laboratorio de lo absurdo. Cuando Noah llegó, la escena era tan fascinante como aterradora.
Luca, con el rostro congestionado por el esfuerzo, tenía la mirada clavada en un neumático viejo y pesado. Con los puños apretados y los músculos del cuello en tensión, logró que el objeto rodara unos metros antes de detenerse con un gruñido de frustración.
—¡Mierda! Es como intentar mover una montaña con la mente —jadeó, secándose el sudor de la frente con la camiseta.
—Quizás porque estás intentando mover una maldita montaña, Luca —dijo Noah, acercándose. Su voz sonó más seca de lo que pretendía.
Al otro lado, Ian estaba sentado con la espalda recta sobre un bloque de cemento, imperturbable. Frente a él, una llave, una moneda y una piedra lisa danzaban en el aire con una gracia hipnótica, trazando órbitas perfectas alrededor de su mano extendida. No parecía hacer el menor esfuerzo.
—No se trata de fuerza sólamente —declaró Ian, sin apartar los ojos de su pequeño sistema planetario—. Se trata de... persuasión, perspicacia, saber donde conectarte. Es como encontrar la costura invisible en la realidad y darle un tirón suave. —Hizo que la llave hiciera una pirueta—. Cero esfuerzo. Cero consecuencias.
—Eso es porque estás levantando mierdas, no un neumático —escupe Luca, frotándose las sienes con fastidio. Un dolor de cabeza punzante había comenzado a martillearlo.
—Estoy entrenando el control, Luca. Algo que a ti te vendría bien.
Noah se interpuso, sintiendo la familiar tensión en el aire.
—¿Alguno de ustedes siente algo raro? ¿Mareos? ¿Cansancio que no cuadra?
Luca desvió la mirada. Ian hizo una pausa mínima antes de responder.
—Un poco. Como el bajón después de un café triple. Nada del otro mundo.
—Ese "nada del otro mundo" puede ser una advertencia, no podemos creer que simplemente pueden usar "fuerza" de alguna manera sin algún tipo de fatiga —insistió Noah, mirándolos a ambos—. La energía no se crea de la nada. Si ustedes la están proyectando, sale de algún lado. Tiene que haber un costo.
—¿Costo? —Luca soltó una risotada—. Esto es un regalo, No. El mejor regalo que nos han dado. ¿A ti qué te pasa? ¿Estás celoso?
La palabra golpeó a Noah con más fuerza de la que esperaba. ¿Lo estaba? ¿Era ese el nudo de frío en su pecho? ¿Envidia del don que ellos llevaban dentro?
—Tengo miedo. —corrigió Noah, con honestidad brutal—. Miedo por ustedes.
Antes de que pudieran responder, unas voces alteradas cortaron el aire. Dos hombres, con el rostro enrojecido por la ira, se acercaban a un coche aparcado en la entrada del solar. Uno de ellos señalaba un rayón profundo en la puerta.
—¡Eh, vosotros! —gritó el más corpulento, señalándolos con un dedo acusador—. ¿Han sido ustedes?
Luca se irguió, y Noah vio el cambio en sus ojos: la irritación se convirtió en un destello de peligrosa diversión. La arrogancia del poder nuevo.
—¿Y si lo fuéramos? —desafió Luca.
—Luca, por favor, no —suplicó Noah en un susurro, agarrando su brazo. Pero su amigo se soltó.
El hombre empezó a caminar hacia ellos, con pasos pesados y decididos. Noah podía sentir la adrenalina de Luca, palpable como una chispa.
—Vamos a tener un problema serio —gruñó el hombre.
—Lo dudo —replicó Luca.
Y entonces, Noah lo vio. No vio un "hilo" o un aura. Solo vio la realidad distorsionarse. El hombre, que avanzaba con determinación, tropezó violentamente con nada. Su pie pareció engancharse en un escalón invisible, y cayó pesadamente al suelo con un sonido sordo y un jadeo de dolor y sorpresa. Su compañero se detuvo en seco, el rostro una máscara de confusión y miedo.
—¡Luca! —gritó Noah, horrorizado.
Luca jadeó, y un hilillo de sangre escarlata brotó de su nariz, serpenteando hasta su labio superior. Se lo limpió con el dorso de la mano y miró la mancha roja con una expresión que Noah no pudo descifrar: ¿asco? ¿…triunfo?
—Solo… solo fue un tropiezo —masculló Luca, su voz un poco entrecortada—. Un maldito tropiezo.
Los dos hombres, ahora más asustados que furiosos, se retiraron farfullando amenazas vacías, lanzando miradas de incredulidad hacia atrás.
Cuando el solar volvió a quedar en silencio, la atmósfera había cambiado. Ian observaba a Luca no con preocupación, sino con un interés clínico y renovado, como si acabara de descubrir una nueva variable en su experimento.
Noah, por su parte, no podía apartar los ojos de la mancha de sangre en la mano de Luca. Era pequeña, casi insignificante, pero en el gris del solar, parecía el primer brochazo de pintura roja en un lienzo que se tiñiría de ese color.