Fractura

Capítulo 3: Némesis

El agua fría del grifo corría por su nuca, un alivio efímero contra el calor residual que sentía en su cerebro. Luca se miró al espejo del baño. Los círculos oscuros bajo sus ojos habían casi desaparecido, y ese latido sordo en las sienes, que lo había acompañado como un recordatorio constante, se había convertido en un leve zumbido. Se tocó la nariz, recordando el hilillo de sangre. Ya no estaba. Su cuerpo se recuperaba, y rápido.

«Resaca psíquica», murmuró para sí mismo, encontrando por fin un nombre para esa sensación de vacío y agotamiento que seguía al uso excesivo del poder. Sonaba a jerga de videojuego, pero era exacto. Como una resaca, pero sin la diversión de la borrachera previa. Solo el precio.

El timbre de su móvil cortó el silencio del baño. La pantalla mostraba el nombre de Ian. Con un bufido, Luca contestó.
—Dime.

—Vístete. Salimos —la voz de Ian sonaba eléctrica, como si estuviera al borde de algo—. Te espero en la esquina de tu calle. Vamos al Némesis.

El Némesis. Luca había oído hablar de él. Un antro de lujo donde iba la gente con más dinero que sentido común. Justo el tipo de lugar que Ian frecuentaría.
—¿Ahora? —preguntó Luca, aunque ya se estaba secando la cara.

—Ahora. Noah también viene. Rápido.

La llamada se cortó. Luca salió del baño y se dirigió a su habitación por una chaqueta. Al pasar por la sala, el olor a tabaco rancio y la luz azulada de la televisión lo detuvieron. Su padre estaba desplomado en el sofá, la mirada perdida y pegada a la pantalla donde un gurú de dudosa reputación predicaba sobre el poder de los cristales. El asco le subió por la garganta, amargo e inmediato. Ese hombre vivía en un mundo de fantasías, mientras él, su hijo, tenía un poder real en las manos y no tenía ni idea. La rabia lo empujó hacia la puerta. Salió sin decir una palabra, cerrando de un portazo que hizo temblar los cristales, ahogando las palabras inútiles de su padre.
***

—¡Noah! ¿Esto está bien? —la voz de Camila, su hermana de once años, era un recordatorio dulce y agotador de su realidad.

Noah ajustó la montaña de libros de texto sobre la mesa de la cocina.
—Sí, Camila, está perfecto. Solo recuerda que la raíz cuadrada es…

Su teléfono vibró, bailando sobre el plástico de la mesa. Ian. Con un mal presentimiento, deslizó la pantalla.
—¿Ian?

—Hay planes. Nos vemos en el Némesis en veinte. Luca ya va.

Noah cerró los ojos un segundo. El Némesis. Un club. Por supuesto.
—Ian, ¿por qué? ¿No podemos…?

—No. No podemos —la voz de Ian era fría, decidida—. Necesito salir de esta jaula. Y tú también, aunque no quieras admitirlo.

—Noah, ¿quién es? —preguntó Camila, tirando de su camiseta.

—Un momento —dijo Noah, tapando el micrófono—. Ian, no puedo. Mis padres no están, tengo que cuidar a…

—¡Noah! ¡El problema de matemáticas! —insistió Camila, su voz subiendo de tono.

Noah sintió la tirantez de la cuerda. Por un lado, la necesidad casi física de estar ahí, de vigilar a sus amigos, de contener el desastre que sentía inminente. Por el otro, la mirada confiada de su hermana y el peso de una promesa tácita a sus padres.
—Ian, lo siento —susurró, con una derrota que le sabía a hiel—. No podré ir. Pero… por favor, mantenme al tanto. En el grupo. Y… no hagan ninguna estupidez.

—Eso último no lo prometo —respondió Ian, y colgó.

Noah dejó el teléfono y se volvió hacia su hermana, forzando una sonrisa.
—Vamos, ese problema. A ver…
***

Ian esperaba bajo la luz neón de una farola, a unas cuadras del imponente edificio donde vivía. El frío de la noche no lo tocaba. Llevaba puesto un abrigo caro y una sonrisa de anticipación. A unos metros, un grupo de chicos fumaba y reía, la punta anaranjada de sus cigarrillos brillando en la penumbra.

Uno de ellos encendió una cerilla para prender otro cigarro. La pequeña llama bailó en el aire. Ian, casi por inercia, concentró su mirada. No era un neumático, ni una llave. Era un objetivo en movimiento, un desafío de precisión. Sintió el ahora familiar tirón sutil en su mente, como estirar de un hilo de seda. La cerilla se apagó de golpe, como si una gota de agua invisible la hubiera golpeado.

El chico maldijo, confundido, y la encendió de nuevo. Ian, con un impulso juguetón, volvió a hacerlo. Y una tercera vez. La confusión del grupo era palpable.

—¿Qué diablos? —masculló uno.

Ian no pudo contener una carcajada baja, un sonido de pura realización. Había funcionado. Era tan fácil.

Uno de los fumadores, el más grande del grupo, giró la cabeza hacia él, su rostro una mueza de irritación.
— ¿Te parece gracioso?

Ian mantuvo la mirada, su sonrisa burlona no se inmutó. El tipo empezó a caminar hacia él, con intención clara en los ojos.
—Te pregunté si te parece gracioso, retrasado…

Justo entonces, una sombra alta y ancha se interpuso entre ellos. Era Luca, con su chaqueta de cuero y una expresión que no invitaba al debate.
—¿Hay un problema? —preguntó Luca, su voz un ronroneo bajo que no necesitaba alzar el volumen.

El fumador miró a Luca, luego a Ian, y midió la situación. El tamaño de Luca y su actitud calmada pero firme eran un mensaje más claro que cualquier gritó.
—No —refunfuñó el tipo, retrocediendo—. No hay problema.

—Me alegra oírlo —dijo Ian, con una dulzura falsa—. Tengan una linda noche.

Giró y empezó a caminar hacia la entrada del Némesis, con Luca a su lado.
—Casi tienes que salvarme de una paliza —comentó Ian, sin un ápice de preocupación.

—Cállate —gruñó Luca, pero sin verdadera fuerza.

La entrada al Némesis era una puerta de metal negro custodiada por un portero con el cuello más ancho que la cabeza. Cuando Ian se acercó, el hombre esbozó un reconocimiento.
—Señor Rys. Pase. Sus amigos también.

Luca pasó, sorprendido. No estaba acostumbrado a que las puertas se abrieran así de fácil.



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En el texto hay: psicologico, drama, telequinesis

Editado: 16.10.2025

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