Fragance

Fantasías y realidades distorsionadas

Con los pies clavados al suelo lo observo y grito con palabras mudas cuando ella toma mi lugar en su cama, sus cabellos de sangre se mueven a ritmo constante mientras cabalga hacia un orgasmo que siento próximo. Las lágrimas resbalan en mi rostro, humedeciendo mis mejillas a su paso, dado finalmente un salto mortal y estrellándose, sin sonido alguno, en el suelo de la habitación. Su cuerpo se contorsiona sobre el de Dante y él gime mi nombre casi dolorosamente, ella solo sonríe. Ni siquiera me está permitido cerrar los ojos, él no es consciente de mi presencia, pero sé con toda seguridad que ella sí lo es en cuanto sonríe en mi dirección antes de clavar sus dientes en el cuello de él. Poco a poco una mancha que compite con el rojo de su cabello se extiende por la almohada y la luz de los ojos de Dante se apaga una vez más ante mí.

Nuevamente despierto llorando, gritando tanto como en el sueño, pero esta vez el sonido lo inunda todo. Tomo mi cabeza entre las manos y jalo mi cabello esperando que al menos así, en medio de un dolor físico que no iguala en lo más mínimo al de mi alma, las imágenes, las pesadillas, se difuminen.

Como cada noche, mi abuela se acerca, me envuelve en sus brazos y me deja llorar hasta estar demasiado agotada como para seguir luchando contra la oscuridad que consume mi mente, devolviéndome al sueño del que acabo de escapar. Tiene miles de brebajes, cientos de recetas y hiervas que me hagan olvidar, que pinten mi mundo una vez más de gris y no de negro, incluso puede que de rosa; pero no quiero olvidarlo a él, no quiero fingir que nunca amé.

«Entonces llora hasta que las lágrimas arrastren consigo toda la tristeza que tortura tu corazón», fue el dictamen de mi abuela y eso es lo que he estado haciendo desde hace más de un mes.

La luz del día vuelve una y otra vez, rescatándome del fondo del abismo donde las pesadillas, al amparo de la noche, me torturan sin cesar. Pero aun así siempre está esa extraña sensación de alivio al saber que, tarde o temprano, la luz lo envuelve todo y las sombras mueren dolorosamente en un mar de destellos blancos. Tomo el pesado libro que se esconde en el estante más alto de la habitación, aparto toscamente los frascos vacíos y lo dejo caer sobre una de las mesas, miles de motas de polvo se desprenden de él haciéndome toser.

Y nuevamente me descubro tan emocionada como cuando era niña, pero esta vez sin el espoleo del temor de ser descubierta infraganti. Lo he evitado durante días, desde que descubrí dónde se ocultaba, pero finalmente la curiosidad es mayor que el temor. Abro la tapa, sabiendo que esta sola acción marca un antes y un después en todo lo que he aprendido hasta ahora.

Este es el diario de mi abuela, aquel que de niña me fue arrebatado de las manos, es donde se guarda cada descubrimiento que hizo, cada avance en este arte (al que insiste en no llamar brujería).

Hoja a hoja descubro un mundo más allá de todo lo que alguna vez creí cierto, efímero, sí, pero tan poderoso que doblegaría al ciego, al sordo y al mudo, al terco, al rico, al pobre e incluso a la más iluminada de las mentes. Porque ¿cómo evitas respirar?, ¿cómo hacer que los aromas no lleguen hasta lo más hondo de tu ser? Puedes negarte a oír, a ver, a hablar... pero ¿a oler? Jamás. Escapa a nuestra voluntad hacerlo y es por ello que es tan codiciado un poder como el que ahora recorre mis venas. ¿Quién no querría cambiar su destino con un solo suspiro, con una sola inspiración?

Un escalofrío recorre mi columna, subiendo lentamente e inundándome el alma de miedo. Ella lo buscaba y a causa de eso Dante ya no puedo ver, hablar... oler. Las lágrimas vuelven a mis ojos, mis manos viajan a mi vientre y me aíslo de todo el dolor en los brazos de una fantasía: esta es nuestra hija, Dante está afuera tomando un café con mi abuela y siendo tan condenadamente encantador como siempre, mientras espera a que yo acabe de recojer algunas de las cosas de mi niñez para acabar de decorar el cuarto de la bebé.

Sé que no es sano, que por mucho que sueñe esta no es su hija y él ya no volverá a sonreírme más que en recuerdos, pero no puedo evitarlo... Es la única forma en la que el dolor me da tregua.

Inspiro hondamente y vuelvo a fingirme entera, abro los ojos y retomo la lectura, necesito encontrar algo que me asegure que todo estará bien.

—¿Emma? —la voz de mi abuela llega distante.

—¿Sí? —inquiero deshaciéndome de los rastros dejados por las lágrimas.

—Hay alguien que quiere hablar contigo, dice ser amiga tuya —informa con voz suave, siempre pudo ser capaz de notar con exactitud cómo me siento con solo oírme.




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