Fragance

Ignorancia... Dulce y anhelada ignorancia

—¿Interrumpo? —inquiere mi abuela ingresando con una bandeja sobre la cual descansa una tetera humeante, tres tazas y un plato repleto de galletitas.

—En absoluto, siempre es buen momento para algo que huele tan delicioso —responde Belén con una sonrisa amable.

—Me alegra mucho oír eso, este té es una vieja receta de la familia, combina varios tipos de hierbas para proporcionar un agradable sabor y una sensación de profunda paz a quien lo beba. ¿Quieres probarlo o preferirías un té común?

—¡Ni de chiste me perdería algo como esto! —exclama en medio de un ataque de instantánea niñez.

Mi abuela deposita la bandeja en la pequeña mesa frente al sofá, vierte con delicadeza el té en las tres tazas y, con gracia casi sobrehumana, ofrece una a Belén quien la toma de inmediato. Primero la observo inspirar profundamente, llenándose del aroma de la bebida, luego da el primer sorbo y de sus labios escapa un gemido de placer.

—¡Por Dios, qué delicia! —dice en lo que podría tranquilamente interpretarse como un ronroneo.

A punto estuve de tomar una de las tazas para probar si realmente es tan bueno como se ve cuando la mirada de mi abuela me detuvo, ¿qué es lo que ha hecho?

Miro aterrada a Belén cuando la pequeña taza, ya vacía, resbala de sus manos y las lágrimas viajan desde sus ojos al suelo para hacerle compañía. Mi abuela se acerca a ella, saca una pequeña tijera de uno de sus bolsillos y corta un mechón del cabello de mi amiga.

—¡¿Qué diablos le hiciste?! —chillo apresurándome a tomar su mano, pensando que quizá pueda hacer algo más que aquello.

Los ojos de Belén, aún derramando lágrimas, se encuentran fijos en un punto distante, no es capaz de verme en toda mi desesperación.

—Hice lo que era necesario —responde mi abuela zafándose de mi agarre—. Vamos, no tenemos mucho tiempo —añade sin ningún remordimiento.

—No iré a ningún lado hasta que me digas qué mierda le hiciste, ¿acaso estás loca? ¡Ella es mi mejor amiga, la única a la que le importé lo suficiente como para buscarme!

—¡¿Es que no ves el peligro que corre?! —inquiere casi en un chillido de frustración—. Deja de pintar su llegada de rosa, porque no es más que una muy mala señal: si ella logró ver a través de mi engaño, ten por seguro que otros también lo harán; y créeme cuando te digo que no quieres encontrarte con ellos en tu estado actual. ¿Acaso no te lo dije en la cocina? ¡Ellos no dudarán en hacer daño a esta chica para llegar a ti!

Me toma de la muñeca y me dirige hacia el taller, en un andar casi frenético la veo ir y venir de arriba a abajo buscando los ingredientes necesarios.

—Solo dime qué le hiciste... —suplico derrotada.

—La puse a soñar, solo eso, en este momento no está aquí, digamos que es un té alucinógeno.

—Pero está sufriendo, ¿acaso no viste sus lágrimas?

—Créeme, no son lágrimas de tristeza, sino de profunda felicidad. Esa bebida tiene el poder de darte paz, de que por un momento vivas en tu mundo ideal, sin muerte ni sufrimiento... Es tu alma en completa paz. Despertará, pronto, porque tal felicidad no es posible mantenerla por mucho tiempo y es por eso que debemos apresurarnos en crearle algo que la proteja y que nos proteja.

Deja caer los cabellos robados en un frasco mediano, vierte unas gotas de algo, un pequeño chorrito de otra cosa, sacude, agita, revuelve con una varita de cristal, añade una sustancia viscosa que se niega a caer, tapa y nuevamente vuelven las sacudidas casi epilépticas para combinar aquellos ingredientes que nunca he visto. Destapa, toma un cuchillo y ante mi mirada horrorizada se realiza un corte en el dedo pulgar; la sangre gotea al principio, pero bajo la presión con el borde del frasco comienza a fluir con rapidez.

—Necesito de la tuya también —señala extendiendo el cuchillo hacia mí.

Así lo hago, el dolor real no se compara al que pudiese producir la pérdida de otra persona importante en mi vida. La sangre se mezcla en el borde con la de mi abuela y cae en la extraña sustancia preparada, no se parece a un perfume ni de chiste.

Mi abuela aparta el frasco, coloca nuevamente la tapa y susurra palabras que no entiendo. Lo presiona contra su pecho, aún hablando demasiado bajo como para que pueda retener algo de lo que dice, una lágrima solitaria escapa por el rabillo del ojo derecho.

Y voilà!, la magia está hecha.

Cuando finalmente deja el frasco sobre la mesa, un radiante color negro con interesantes destellos amarillos, verdes, azules y violetas, dependiendo cómo se lo mire, hace acto de presencia, aquella sustancia nada tiene que ver con la que poco antes era contenida por esas paredes de cristal.

—Estará a salvo, eso tenlo por seguro —garantiza mi abuela y no puedo sino creer en su palabra con todo el corazón—. Debemos volver, pronto despertará —añade buscando un frasco mucho más vistoso para verter la poderosa fragancia.

Pronto encuentra uno con interesantes figuras y lo convierte en el hogar de una magia desconocida para mí.

Volvemos a su lado con prisa, seco sus ojos mientras mi abuela desaparece cualquier rastro del té y se lleva con ella la mitad de las galletitas, teniendo en cuenta triturar algunas y esparcir migajas por la falda de Belén. Ya con la tetera y las tazas vacías, tomamos asiento a la espera de que su mente vuelva a la realidad. Luego de unos minutos de inquietante quietud los primeros destellos de razón aparecen, las risas y la charla fingida entre mi abuela y yo dan inicio.




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