—No irás... No en tu condición —insiste mi abuela por décima vez.
—¿Desde cuándo te has convertido en mi carcelera? Bien sabes que no necesito tu permiso.
—No lo necesitas, eso es cierto, pero sabes lo peligroso que es.
—¿Cuál peligro nuevo acecha entre las cenizas de mi maldita casa quemada? ¡Por favor! Esa mujer ahora habita en mí, no puede lastimarme más de lo que lo ha hecho, no de momento y si quiere renacer.
—Las lamias no son las únicas que buscan aquello que tienes, piensa... Si existe un ser tan diabólico, ¿por qué no puede haber otros?
—No me hables con acertijos, dime todo lo que sabes y yo decidiré si me arriesgo o no.
—No... No puedo hacerte eso, no ahora.
—Si no es ahora, ¿cuándo? ¿Nuevamente lo harás cuando ya sea demasiado tarde? —espeto y al segundo me doy cuenta de que fui muy lejos, de que no puedo echarle la culpa de todo a ella.
—Bien sabes que jamás te desee ningún mal.
—Lo único que sé en este momento es que no saber cuesta, y muy caro. Por favor, abuela, necesito ir. Quiero saber cuánto de mi vida no fue consumida por el fuego, quiero rebuscar entre las cenizas y ensuciarme las manos hasta convencerme de que no hay nada que salvar de allí, que lo he perdido todo.
—Mi niña, no te dejes arrastrar por ese sentimiento, las ideas negativas echan raíces en el alma más profundamente que cualquier otra. No las dejes anidar en tu corazón, vuelve la cara al sol y deja que su luz te invada, que el viento te acaricie y te llene de gratitud por un día más de vida, una oportunidad más de amar, de corregir lo que se hizo mal, de comenzar de nuevo.
—Comenzar de nuevo es difícil cuando uno está encadenado en un sótano oscuro, deberías saberlo —contesto sin pensar.
—Una elección de palabras muy interesante, ¿a qué te refieres? —indaga, siempre lo sabe, no entiendo cómo lo hace, pero huele en el aire las mentiras y el engaño.
—Yo... No sé, solo es que así me siento, ya no puedo seguir encerrada aquí, aislada del mundo. Necesito respirar.
—Está bien, sé que es algo que seguramente querrás hacer sola, así que no intentaré aferrarme a tus piernas para que me lleves a rastras, pero al menos déjame protegerte.
Sin esperar respuesta alguna, rápidamente se escabulle a su habitación, retornando minutos después con un frasco que contiene un líquido de un sospechoso color marrón.
Rocía sobre mí aquélla nueva fragancia, su pestilencia me hace toser.
—Esto es horrible, ¿qué diablos es? —inquiero tapándome la boca.
—Este, mi niña, es el aroma de los comunes, es lo que aquellas bestias que habitan el mundo buscando nuestra sangre huelen al acercarse a una persona sin poder. Con el tiempo lo tolerarás, acabará por parecerte el aroma a madera y hojas algo podridas.
—Dudo que ese día llegue... —contesto, intentando contener las nauseas.
—Todo día llega... solo es cuestión de esperar lo suficiente —replica acariciando suavemente mi rostro, la sombra de una antigua tristeza se deja ver en sus ojos—. Bueno, es momento de partir, por favor vuelve en cuanto sientas que el perfume está perdiendo su fuerza. No permitas que desaparezca por completo, eso solo te pondrá en un peligro innecesario.
Solo asentí y me alejé de ella, sabía perfectamente que no podría mantener en secreto que yo ya conocía esta fragancia. El camino de vuelta a casa, o al menos a lo que quedaba de ella, fue caótico. Intentaba poner la mente en blanco y seguir el hilo de la charla del taxista: que el tiempo, que la música, que la subida de los precios... todo parecía tan distante, temas tan alejados de mi realidad, que mi mente se negaba a pensar en ellos provocando que más de una vez me encontrara pensando en el rostro de Dante y dejando sin responder alguna de las múltiples preguntas que el taxista me hacía intentando conocer mis opiniones.
El viaje se hizo eterno, los silencios fueron incómodos, o al menos eso supongo, ya que la insistencia del taxista en romperlos no era buena señal. Pagué y me despedí de él, sintiendo que hizo el mejor intento por traerme a la realidad. Bajé del taxi un par de cuadras antes, necesito caminar y llenarme de un valor más que necesario.
Paso a paso me acerco a esa noche donde, envuelta en una sábana, abandoné a Dante en medio de un mar de fuego. El corazón me pesa, siento que me ahogo y hago un esfuerzo sobrehumano por no llorar. La cabeza me duele.
La casa, o al menos gran parte de ella, sigue en pie. Los cristales están rotos, la puerta cuelga tristemente de las bisagras y una cinta advierte del peligro estructural que significa mi hogar. Rompo el sello y entro, si cierro los ojos aún soy capaz de imaginármela antes del incendio, solo aquel aroma a ceniza y plástico derretido impiden que la fantasía tome por completo mi mente.
Inspiro hondamente, la realidad llena mis pulmones con ese amargo aroma a quemado, abro los ojos y comienzo a buscar algo. No sé bien qué es lo que pretendo, cualquier cosa que permaneció aquella noche aquí se ha convertido en un montón de cenizas o en algo sin forma y chamuscado. Recorro la cocina con la mirada, acaricio la mesada en la que tantas veces desayuné y por un momento me permito flaquear: ¿qué tipo de desayuno me hubiese preparado Dante en esta cocina? Estoy segura de que jamás ofendería mi paladar con un pan duro y un café sin gusto... No, él no lo haría ni lo hará jamás.
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secretos y traiciones, corazones rotos y perdidas, mujer fuerte y empoderada
Editado: 06.06.2025