Fragance

Gente de arena

Si los primeros momentos fueron difíciles, lo siguiente fue el mismísimo infierno. Cada gesto, cada movimiento, fue registrado por mis ojos y consumido por la más profunda lujuria, aquella que ni siquiera sabía que tenía. Ahora escapo, como siempre, porque es lo único que puedo hacer para no perder el control. Encerrada en el baño, espero pacientemente a que el tiempo pase, es mi quinto viaje al baño en dos horas.

Tengo ganas de llorar, me siento traicionada por mi cuerpo, como si fuese obligada a coger con el tipo más endemoniadamente bueno que conozco teniendo en casa un esposo amoroso y comprensivo que está cuidando a nuestro adorado bebé. Pero sé que no es así, no hay esposo, no hay a quién serle fiel ni por qué sentir como castigo aquello que mi cuerpo suplica a gritos.

Salgo del cubículo y refresco mi cara en el lavamanos.

—Mierda, el maquillaje.

Con servilletas de papel limpio mi rostro mientras pienso en por qué me pongo en situaciones como estas, ¿acaso me odio tanto? Hace tiempo hubiese saltado de felicidad de saber a alguien como Nicolás interesado en mí. Porque, seamos honestos, no soy lo que uno podría llamar una «belleza» en toda letra. Sí, tengo pechos prominentes y buen trasero, pero ¿y en medio? En medio está aquello que nadie quiere en el cuerpo de una modelo, aquellos rollitos, las estrías y mil imperfecciones. Maldita sea, incluso tengo las cicatrices que deja una operación de vesícula.

Y estoy aquí lloriqueando porque alguien se dignó a mirarme, alguien que no es imbécil, con quien puedo mantener una conversación fluida y feo no es. Pero como me encanta ser infeliz no me contento con nada. Pronto la tristeza es reemplazada por el enojo mientras comienzo a recomponer lo que puedo del maquillaje, que no es mucho.

Salgo del baño molesta conmigo, como si no tuviese suficientes cosas por las que preocuparme ahora tengo que sumarle un drama amoroso que ni siquiera es tal, ya que él mismo vio mi incapacidad de empezar una nueva relación. Y, mierda, él ni siquiera sabe del embarazo. ¿Qué pensará de mí al notar que desde la primera cita le estuve ocultando que tendré una hija de mi novio muerto?

Y esa es solo la explicación apta para todo público, porque si le dijera que la mujer que mató a mi novio reencarnará en la hija que llevo en mi vientre y que o la mato o le quito la magia que trae consigo, porque aparte está eso: ¡felicidades, estás con una puta maga, bruja, demonio del averno convertido en mujer!

Dios, voy a enloquecer, quisiera volver a ser simplemente yo: la gordita detrás de la pantalla que corrige historias de amor que nunca le van a suceder y que, por lo visto, es mejor que así sea.

Choco contra Belén casi llegando a la mesa, no lo vi cuando se acercó a mí por estar pensando puras estupideces.

—¿Estás bien? Casi voy a rescatarte, pensé que te había secuestrado el inodoro —bromea tanteando terreno.

—Sí, solo creo que fue mucho para mí intentar hacer una vida normal después de... él —miento para que no siga indagando en mis múltiples males mentales.

—Es completamente entendible, pero estás con amigos, no es como si tu intención fuese tirarte a Nicolás ahora mismo —comenta riendo y no sabe cuán cerca está de adivinar lo que pasa por mi mente.

Caminamos de vuelta a la mesa, sus tacones resuenan aunque el ruido del ambiente es superior. No sé por qué me molesta tanto ese sonido, lo siento rebotar dentro de mi cráneo y apuñalar con cada paso a mi cerebro. Sé que estoy enloqueciendo porque eso no es posible, ¿la música está alta, la gente está hablando por todos lados y yo consigo oír el choque de sus tacos con el piso? No, no, no... No es real.

Agradezco a Dios mentalmente en cuanto tomamos asiento y el ruido se detiene.

—Volviste —dice Nicolás mirándome, analizando cada rasgo de mi rostro en búsqueda de una respuesta a mi huida y a mi vuelta—, pensé en enviar a los bomberos, pero Belén se ofreció antes —bromea intentando relajarme.

—Lo siento, es que los lugares con mucha gente me abruman y necesito alejarme cada tanto para recargar mi batería social —contesto tomando la opción que está entre la mentira y la verdad.

—Oh, sé perfectamente de lo que hablas... A mí lo que me ayuda es fijar mis ojos en algo bello y que me transmita paz, solo en eso, y olvidarme completamente del resto del mundo al menos por unos segundos. —Mantiene su mirada fija en la mía unos instantes, antes de añadir—: Por supuesto que debo apartar la vista en contra de mi voluntad o me demandarían por acoso.

No puedo ignorar lo que sus palabras implican, ¿siempre estuve tan ciega en cuanto a él?

—Hay bellezas que duelen, que decepcionan, que lastiman... Yo que tú tendría cuidado en no fijar los ojos en la belleza equivocada —solo consigo responder haciendo uso de las únicas dos neuronas que aún funcionan.

—También provengo de la arena, no me da miedo enfrentarme al sol ardiente y me niego a morir derrotado —asegura antes de beber un poco de vino.

—Así que tú también vienes de algún sitio lejano...

—Podría decirse que mi viaje comenzó con mis bisabuelos, a diferencia de Usaym, yo me crié aquí y reconozco esta como mi tierra aunque la genética diga lo contrario.

—Y ¿cómo es? Digo, la gente de la arena, la única referencia que tengo es de Naruto y no los pintan tan buenos... O sea, buena gente, como personas —enmiendo rápidamente. Dios, ¿es que no puedo dejar de meterme en situaciones embarazosas?




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