Alguien golpea la puerta de mi casa, en cuanto abro un par de manos fuertes me toman por la cintura y clavan las yemas de sus dedos más que conocidos en mi carne. Cierro los ojos de placer, disfrutando de la dolorosa sensación de sus dedos al reclamarme como suya. Me abandono, pierdo el control de mi garganta y un sonoro gemido escapa de mis labios. Siento la humedad de su boca acariciando mi cuello y comprendo que resistirme solo será una pérdida de tiempo, porque yo también deseo esto.
Sus dedos abandonan mi cintura pero mantienen la presión bajando lentamente, su fuerza me desarma, el problema es que luego solo él podrá rearmarme, pero lo hará de acuerdo a su voluntad.
¿Estoy lista para esto? Sus labios acarician mi hombro derecho, todo rastro de cordura se pierde.
Y se lo permito, le permito que sus manos recorran mi cuerpo sin pudor alguno, le permito hacer de mí lo que él quiera porque mis ojos ya no sirven, no veo más que con el sentir de su piel tocando la mía.
Mi interior se consume con fuego griego, el dolor de los segundos previos a finalmente liberarme del deseo es insoportable. Me retuerzo en sus brazos, quiero gritar, exigirle que por favor detenga la tortura. Pero no puedo, porque mi cuerpo me exige que también se tome su tiempo para que ninguna parte de mí quede sin ser suya.
Siento todo lo que se supone y más, me tiemblan las piernas mientras sus manos se deslizan por mis muslos y su boca descubre cómo sabe la porción de piel sobre mis costillas. No recuerdo que bajara, tampoco sentir las caricias de su lengua en mis pechos, pero allí está la evidencia: un camino húmedo los decora.
Mi espalda se arquea, un brazo fuerte me sostiene impidiendo que me aleje sin saber que es lo que menos deseo en este momento. La piel bajo mi ombligo ya fue besada. Siento cómo desciendo, como una marioneta a la que le aflojan poco a poco los hilos para dejarla tendida en el suelo. Jalo su cabello, quizá por reflejo, mientras sus labios encuentran los míos, y grito de agonía cuando su lengua se ve acompañada por un par de dedos que saben perfectamente lo que hacen.
Abro los ojos con una última exclamación de placer, tan dolorosa y dulce a la vez, justo a tiempo para ver cómo levanta la vista para encontrarse con mi mirada.
Nicolás sonríe.
—¡Nooo! —grito despertando finalmente, el diario de mi abuela descansa sobre mi estómago.
No importa qué, necesito conocer la receta de ese té. Prácticamente corro a la cocina y encuentro a Allegra colocando la tetera al fuego.
—Quiero aprender a hacer esto —digo señalando la entrada en su diario.
—Ay, mi niña, ¿qué sucede? —Sus ojos me miran con una lástima que no puedo soportar, ni siquiera atino a responder antes de oírla añadir—: ¿Es por lo del joven que murió? Porque déjame decirte que no es la manera de...
—No, no es por Dante, es otra cosa —contesto conteniendo las ganas de llorar, me siento sucia—. Solo quiero tener paz.
—Y eso es justamente lo que lograremos con el perfume, ten paciencia.
—¡¿Es que acaso no viste lo que provoqué?! ¡Pude haber muerto y tú también!
—¿Acaso fue a propósito?
—¡Por supuesto que no lo fue!
—Entonces no veo lo malo, fue un accidente que pudo ocurrirme a mí tranquilamente...
—Tú no serías tan estúpida —mascullo sintiendo cómo el calor del enojo llega a mis mejillas.
—No te atrevas a limitarme —contesta fingiéndose ofendida.
Y es así como se da vuelta y sigue preparando el servicio de té en paz, esta discusión está cerrada en lo que refiere a mi abuela.
Bufo exasperada, no hay forma de conocer la receta por las buenas, pero en algún lado debe tenerla escrita. Salgo al patio y apoyo su diario sobre la mesa ya preparada para nuevos experimentos.
13/11 Ya no pude soportar no saber ni el nombre del hechicero, sus ojos brujos bailan en mi memoria, el asomo de sonrisa que recuerdo no sé si es real o ficticio... Necesitaba verlo, aunque sea desde lejos. Madre hoy me envió a buscar al bosque, siempre dentro de los límites, un poco de corteza de pino, algunos hongos y un poco del musgo que crece en la roca aterradora. Hice los deberes que me fueron encargados lo más rápido posible y corrí al camino, bueno, al menos todo lo cerca que mi valentía, que flaqueaba a cada paso, me permitió. Esperé quizá una hora o dos, cuando estaba por rendirme oí los cascos del caballo y mi corazón supo que era él incluso antes de verlo. Fue tal la sorpresa que di un mal paso hacia atrás y caí, otra prueba de la estupidez que se apodera de mi cuerpo en cuanto siento su presencia. Me descubrió en el suelo, con rastros de pasto y hojas en mi cabello, y esa sonrisa tanto tiempo imaginada se extendió por su rostro en cuanto tendió una mano hacia mí para ayudarme a ponerme en pie. No entiendo cómo no lo vi bajar del caballo ni acercarse, solo recuerdo su mano cálida sosteniendo la mía. He transgredido otras dos de las reglas de madre: permití que él me toque, su mano sostuvo la mía, y sus ojos estuvieron fijos en los míos vaya Dios a saber cuánto tiempo. ¿Cómo podré explicar a madre tal descuido? El contacto se rompió en cuanto notó que mis manos están cubiertas de minúsculos cortes recientes y en camino a cicatrizar, el horror en sus ojos fue tal que solo atiné a escapar de su tacto, de su presencia. ¿Cómo podría explicarle que debo herirme para que él sane, que debo sangrar para que otros sean felices? Lo mejor será que lo olvide, que deje de soñar con algo que jamás podré tener: libertad.
#5911 en Novela romántica
#1543 en Chick lit
#1936 en Fantasía
secretos y traiciones, corazones rotos y perdidas, mujer fuerte y empoderada
Editado: 25.06.2025